No es probable que el encuentro de hoy en el marco del G20 entre Donald Trump y Xi Jinping sirva para evitar la guerra comercial entre Estados Unidos y China que se anuncia. Aunque el presidente norteamericano había dicho hace poco que estaba seguro de que se lograría un acuerdo, las perspectivas son ahora más pesimistas. Xi ofrecerá concesiones, pero existe la sospecha de que no serán suficientes. Trump, seguramente, ordenará nuevos aranceles a las importaciones chinas. Es una opción arriesgada para el presidente, no tanto por el daño a las exportaciones norteamericanas a China como porque los productos a los que tendría que imponer ahora aranceles son objetos de consumo. El ciudadano de a pie notará el aumento de precios.

Por su parte, China tiene poco margen para contraatacar con aranceles (Trump tiene razón en que es una economía proteccionista en su mercado y liberal en el de los demás). Lo más probable es que, para defenderse, opte por depreciar su moneda y cerrar tratos con otros países. Otra posibilidad es que, sin llegar a un acuerdo definitivo, los dos países firmen una especie de tregua que permita ganar tiempo. Y, por supuesto, tampoco hay que excluir del todo que pueda haber un acuerdo de última hora. Trump es famoso por no preparar estas cumbres y confiar en su instinto. Y el instinto es imprevisible.

Esa es realmente la cuestión clave de este G20. El resto es una agenda de asuntos relacionados con el desarrollo que suele dar pocos frutos en esta clase de cumbres. Y luego está el apartado de la política de gestos: el rifirrafe en torno al incidente naval entre Rusia y Ucrania en el mar de Azov; la incómoda presencia del príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman; los recurrentes esfuerzos de Macron por hacerse notar. El incidente naval posiblemente se quede en una recepción fría a Putin. La cancelación de la reunión con el presidente norteamericano será posiblemente lo más grave que suceda.

Más emoción y menos protocolo

La cuestión de Mohamed bin Salman, señalado por la muerte y desmembramiento del periodista Jamal Khashoggi en Turquía, constituye, en cambio, todo un desafío a los buenos modales de la diplomacia. Es como una novela de Agatha Christie, solo que en este caso ya se supone quién es el asesino. Algunos esquivaron ayer el apretón de manos de príncipe, pero no se le pudo excluir de la «foto de familia». Es lo que él busca con este viaje: hacer ver al rey Salman que todavía no es un paria. El morbo está en observar si a alguien se le escapa un mal gesto. Precisamente entre los invitados a la cumbre está el presidente turco Erdogan, que está decidido a no dejar que este asunto se olvide. Es muy probable que lo saque a relucir en una entrevista informal que ha programado con el presidente Trump, que se ha convertido en el valedor de Bin Salman. La oficina de Erdogan ha dicho incluso que está dispuesto a entrevistarse con el propio príncipe saudí. Ojalá. Es justo lo que necesitan las cumbres del G20: algo más de emoción y algo menos de protocolo.

 

 

FUENTE: LAVOZDEGALICIA