Albert Rivera ha abandonado la presidencia de su partido y su escaño en el Congreso de los Diputados y parece como si no hubiera existido. Es posible que en Ciudadanos lo echen de menos, pero para el resto del país ya no significa absolutamente nada.  Y sin embargo, no hay nadie que haya tenido tanta influencia como él en la delimitación del terreno de juego de la política española desde que se puso fin al bipartidismo con las elecciones del 20 de diciembre de 2015.

La presencia de Ciudadanos en las elecciones de diciembre de 2015 y de julio de 2016, acompañada del descenso pronunciado, pero todavía no catastrófico del PP, así como de la permanencia debilitada del PSOE y la importante irrupción de Podemos, alumbraba la posibilidad de un pluralismo partidista, que podría servir de transición a una nueva época distinta de la que habíamos tenido desde las primeras elecciones constitucionales de 1979 hasta las de 2011.

Estaba claro que desde diciembre de 2015, e incluso desde antes, desde mayo de 2014 con las elecciones al Parlamento Europeo  y la inmediatamente posterior abdicación del Rey Juan Carlos I, nos encontrábamos en una situación inestable, muy lejos de lo que había sido el discurrir del sistema político español desde la entrada en vigor de la Constitución. El primer Rey de la Restauración había agotado su trayectoria. Y el Rey Juan Carlos I no era un Rey cualquiera, sino el Rey que había presidido la «Transición» de las Leyes Fundamentales a la Constitución y que había permanecido casi cuarenta años en la Jefatura del Estado.Su abdicación fue el mejor indicador del cambio de época. El sistema político de la Segunda Restauración tomaba nota del cambio de ciclo.

En ese equilibrio inestable de comienzo de 2016 la presencia de Ciudadanos no era decisiva, pero sí era muy importante. En un momento en el que PSOE ya había sufrido un fuerte debilitamiento y en el que, por mucho que se recuperara, no iba a llegar a ser nunca el que fue en las décadas anteriores y en el que el PP, minado por la corrupción, solamente podía ir hacia abajo, Ciudadanos parecía configurarse como una pieza clave en el terreno de juego del inmediato futuro. Casi cualquier posible opción de Gobierno tendía naturalmente hacia él. Llevaba camino de convertirse en el partido indispensable para la formación de Gobierno, aunque todavía no para ocupar la presidencia del mismo..

Con la reacción de Albert Rivera  al éxito de la moción de censura contra Mariano Rajoy en 2018, dicha posibilidad se difuminó. Y con ella se difuminó también la posibilidad de que la nueva etapa del Sistema Político de la Segunda Restauración con Felipe VI se diferenciara radicalmente de lo que había sido la primera con su padre como Rey.

El cordón sanitario que Albert Rivera decidió establecer en torno al PSOE acompañado de un rabioso antinacionalismo catalán y vasco y de una reafirmación brutal del nacionalismo español, ha conducido a sustituir el bipartidismo de partidos de la primera época de la Segunda Restauración, por un bipartidismo de bloques, en el que los márgenes de maniobra para hacer política casi desaparecen. Ha alterado el sistema de partidos, pero para hacerlo menos flexible. La polarización política es muy superior a la de los pasados decenios.

En los grandes municipios, en las Comunidades Autónomas y en el Estado. Si en el reinado de Juan Carlos I había o Gobierno socialista o Gobierno del PP, en el de su hijo Felipe VI o hay Gobierno de «las derechas» o Gobierno de «las izquierdas más los nacionalistas». Los equilibrios en porcentaje de voto no varían mucho entre ambas épocas, aunque sí el número de escaños como consecuencia de los efectos de la Ley electoral.

Con ello se reduce la ductilidad de los materiales de los que se compone el sistema de partidos, que es todavía más rígido en esta segunda época de lo que lo fue en la primera. En un momento en el que el suelo puede moverse con intensidad, no es buen indicador para la supervivencia del sistema político que se configuró en la Transición.

Albert Rivera y Ciudadanos han podido ser casi todo y van a acabar siendo prácticamente nada. En positivo su trayectoria no pasará de ser una nota a pie de página en el tránsito del reinado de Juan Carlos I al de Felipe VI. Pero en negativo puede tener efectos mucho más profundos.

 
 

FUENTE: ELDIARIO