ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR 

 

Siendo muy niña mi hija Eva, me desveló que estos reyes noctámbulos y dadivosos que esperamos hoy, existen verdaderamente. Llegan hasta nosotros desde nuestro oriente profundo en la seguridad de que si los atendemos con alma de niño, quedarán incorporados en nuestro propio código genético. Esa noche, los Reyes Magos me trajeron un pisapapeles con esta leyenda: “Hoy es el primer día del resto de tu vida. ¡Disfrútalo!”. Ahí está sobre la mesa donde escribo, y es lo primero que veo cada amanecer. Después de leída intento llevarla a la práctica.

La Asamblea General de Naciones Unidas en su Resolución 55/93 proclamó Día Internacional de las Migraciones el 18 de diciembre de cada año. Craso error. El propósito fue bueno pero erraron en la elección de la fecha, desubicándola en su rígido calendario oficial, porque la fecha adecuada es la del 6 de enero, Día de los Reyes Magos. Ellos compendian la esencia de la migración y representan a las tres razas reconocidas en la Edad Media. El Evangelio de Mateo ya hablaba de ellos, y en el siglo VI apareció el famoso mosaico de Rávena. Ahí están juntos un rey llamado Baltasar representando a los africanos, Melchor a los europeos y Gaspar a los asiáticos. Viajaron montados en camellos de un país a otro guiados por una estrella. Los emigrantes de hoy van en pateras con un móvil dotado con GPS, pero no tienen buena estrella. Si Salvamento Marítimo llega a tiempo se salvan, si no se ahogan. 

Me pregunto hoy si a esta edad mía es apropiado que aún siga creyendo en los Reyes Magos. Mi respuesta es rotunda: naturalmente que sí. Esta afirmación mía, coincide con el rebuzno de ese tontoelpijo llamado Trump, que como Presidente de los EEUU, ha amonestado a una niña de siete años porque cree en Santa Claus, como si fuese un violador de sueños infantiles. Cuando esta noche me levante por primera vez atendiendo urgencias apresuradas inaplazables, desenvolveré algún paquete de vistosos colores sobre el que habrá un blanco folio con la palabra Adolfo. Seguro que no contendrá oro, incienso y ni siquiera mirra. Si es muy voluminoso puede que sea una bata polar, o quizás unas zapatillas deportivas para andar, o unos calcetines. Estos objetos tan prosaicos se mostrarán esta noche revestidos de un deslumbrante resplandor áureo.

Este año los Reyes Magos se han adelantado y un emisario regio me ha entregado dos hermosísimos libros dedicados por su autor, casi de bibliófilo, de esmerada impresión, delicadas reproducciones litográficas y páginas desbordantes de investigación que te atan y abstraen en su fácil lectura. 

Un libro trata sobre la “Vida de Floridablanca”. Casi nadie al aparato. El Conde de Floridablanca es una de nuestras exiguas aportaciones de grandísimas personalidades al ámbito universal. Fue Primer Ministro de Carlos III y Presidente de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino. Esto es tanto como decir que Floridablanca fue el protagonista de la prosperidad interior de España y del respeto que inspirábamos en Europa durante el siglo XVIII. Fue el gran modernizador de todo y fundó el Museo del Prado. Su propósito fue justo lo contrario del espíritu desintegrador que España cultiva hoy, tan tesoneramente. Nunca se olvidó de Murcia, dedicándole los últimos trece años de su vida. Admiro a Floridablanca desde mis años iniciáticos de Bachiller. Salíamos todos en tromba del Instituto hasta su jardín, para verlo sobre su monumento. Buscábamos el ángulo y posición adecuados. Ahí estaba él sosteniendo en su mano derecha con gallarda elegancia, lo que nos parecía su miembro viril, y nunca que fueran sus credenciales. Después, en solitaria intimidad, emulábamos postura tan galana. 

El otro libro que me han adelantado los Reyes Magos es el “Epistolario” de Eduardo Rosales, el gran pintor historicista, estilo tan en boga en el siglo XIX. Rosales murió tempranamente, solo con 36 años. Los dos últimos los vivió en Murcia, donde pintó paisajes y costumbres murcianas, y entre otros, nos dejó “El naranjero de Algezares”, obra que se ha reproducido millones de veces en todo el mundo.

Si estos dos libros son importantes, su autor me ha causado un supremo deslumbramiento. Se trata de Juan Antonio López Delgado, investigador, docente jubilado, Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y autor de veinticinco libros. Es un murciano ejemplar que, para culminar su obra, ha ido llamando de puerta en puerta buscando un poco de aliento y dinero para financiar sus ediciones. Siempre ha recibido el silencio o la descortesía como respuesta. La edición de su obra la ha pagado él solamente.

Este autor no es solo un caso aislado. Es un problema general. Permítanme otro ejemplo. Alfredo Vera Botí es un prestigioso experto en Patrimonio Histórico, arquitecto y enorme investigador. Si la Torre de la Catedral se tambaleara algún día, Dios no lo quiera, podría reconstruirse siguiendo sus instrucciones recogidas en sus libros dedicados a la Catedral y su Torre, y en otros volúmenes espléndidos sobre el Renacimiento. Siempre pagó las ediciones con su propio dinero, salvo una.

El drama real de la cultura en la Región de Murcia es el causado por el desamor político, manden unos u otros. No existe nada planificado, ni reglamentado. El poco dinero disponible para libros se distribuye arbitrariamente entre sus amiguetes para que publiquen cualquier cosa. El otro poco restante será para acciones o compromisos flor de un día. Esa es la gestión de la Comunidad Autónoma y su Consejería de Turismo, a la que añaden un miriñaque llamado Cultura. Menos mal que hasta ahora, siempre ha estado ahí la Fundación Cajamurcia tapando agujeros. Gracias a Cajamurcia el duelo ha sido menor.

Los Reyes Magos dejarán esta noche sus regalos y se volverán con las manos vacías y sus camellos aliviados de carga. Debieran llevarse con ellos toda esta parafernalia de esterilidad autonómica murciana y sus inmensas e inútiles estructuras administrativas, para que a su regreso por el desierto del Sáhara, quedaran allí, pétreas y fosilizadas, librándonos de tan pesado lastre.