Aesta edad tan avanzada que tengo ahora lo más importante es que digo lo que quiero y debo decir, sin temor al qué dirán. Así culmino la definción de Eugenio Scalfari, director de ‘La República’, haciéndola realidad: «Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente». El periodista o escritor que cumple ese principio es una persona de carne y hueso que tiene la virtud de pensar y decidir; de dudar y de elegir; de volverse atrás y tomar otro camino de nuevo.

Con la independencia y la edad he ido profundizando en un espíritu crítico que me empuja a manifestar, pública y abiertamente, mi compromiso de señalamiento de acciones o situaciones censurables, intentando desentrañar mis propias contradicciones adoptando el modelo de Giner de los Ríos volcando la experiencia vivida en defensa de la ética política.

Intento hacer análisis de hechos presentes y pasados, ahora que de uno en uno van desapareciendo todos los testigos, y antes de que yo mismo empiece a declinar y pierda la memoria de lo sucedido. También son, por tanto, una tabla de salvación personal y una terapia que me mantiene vivo y despierto. Todo se lo debo a la libertad de expresión y a este periódico donde escribo libremente desde hace tantos años. Es algo grandioso vivir en democracia y tener voz, y libertad de expresión, y un periódico prestigioso donde poder decir libremente todo esto. Si los periódicos desaparecieran algún día, el panorama sería trágico. Sería como la pesadilla de Orwell, con una sociedad convertida en robots donde todo está organizado por poderes invisibles. Si los periódicos desaparecieran, correríamos el peligro de que desaparezcan también, la libertad, la capacidad de reflexionar y desvelar, y también la propia democracia.

En 2003, hace ya quince años, se conmemoró el centenario de ‘La Verdad’, y con ese motivo impulsé y promoví personalmente la erección de un monumento que perpetuara nuestra gratitud al periódico. El escultor Mariano González Beltrán recibió el encargo y culminó brillantemente la gran obra de su vida. Un grupo circular con figuras corpóreas y abstractas que entrelazando sus cuerpos, representa a la Humanidad entera. Después, una réplica exacta fue donada por la Región de Murcia al Consejo de Europa, y allí está en la pradera que precede a la solemne escalinata del Palacio de Europa, en Estrasburgo. Francia divulgó después una emisión de sellos que dio la vuelta al mundo entero.

Cinco años antes, en 1998, el Ayuntamiento de Murcia remodeló la plaza sin ruidos ni estridencias, con total normalidad. Allí estuvo hasta entonces la Cruz de los Caídos, alta y chapada en mármol negro, emergiendo en el centro de la plaza, sustentada sobre un bunker intacto que había debajo, construido durante la Guerra Civil. Durante el franquismo, el 20 de noviembre, se celebraba cada año un tenebroso desfile con largas antorchas humeantes de cuerdas de esparto embreado que flameaban para homenajear solamente a los muertos del vencedor. Ahí iba también aquel niño que fui.

Remodelada la plaza, nació otra hermosa oportunidad dotándola de un símbolo de exaltación de la concordia, los Derechos Humanos y la libertad de expresión teniendo como soporte al periódico homenajeado. En la plaza de Santo Domingo está y se le puede ver y tocar. Ahí permanece alzado ese símbolo de armonía y convivencia, ya con una hermosa pátina, bruñido por el tiempo. Ante el Ayuntamiento de 2003 de entonces, González Beltrán y yo defendimos con tenacidad la idoneidad de ese lugar por su simbología. Aceptaron al final de mala gana pero lo dejaron inconcluso, olvidando el ornato e iluminación de la que carece y el geiser central de agua que debía emanar desde el centro. Esa era su aportación. En el monumento hay un paño donde se lee este texto del que soy autor: «A todos los ciudadanos que se esfuerzan en pro de la exaltación y defensa de los Derechos Humanos, y en el ejercicio de la democracia y la justicia, la tolerancia y la libertad de expresión. Centenario de La Verdad. 1903-2003».

Todo esto viene como anillo al dedo a propósito del escándalo que están armando con el Valle de los Caídos y los huesos de Franco. Es la matraca monocorde de una izquierda radical, vengativa y anacrónica, verdadera especialista en necrofilia, 83 años después de la Guerra Civil y 43 de la muerte de Franco. Mover los huesos de Franco vertiginosamente, abriendo heridas y resucitando la historia negra española atrapada en chekas, fosas comunes, fusilamientos, gente asesinada, mutilada y arrastrada por las calles, vencedores y vencidos, es poner el carro delante de los bueyes. Primero debería consensuarse un proyecto transformador de ese lugar para que una a todos los españoles y después acomodar esos huesos de discordia donde proceda. No van a hacerlo así. A mí esta España de hoy no me duele, me hastía.

Manuel Azaña e Indalecio Prieto, con inmensa generosidad, pidieron a todos «paz, piedad y perdón»; León Felipe dejó dicho que «en España no hay bandos, no hay más que un hacha amarilla que ha afilado el rencor». Comulgo con ellos, y por eso estoy en contra de todo lo que conduce al enfrentamiento, al odio y al rencor. 

Es posible que el gobierno socialista, cuando deje de levitar y pastelear, descubra que está ahí de prestado y sin méritos propios; por lo que un buen gobernante provisional debe saber que las luchas fratricidas y los huesos no se deben manipular, ni tampoco anunciar planes en corrillos. ¿No sería más importante acabar antes la Ley del abuso de las hipotecas, dejar de asustar con las pensiones y la sangría de jóvenes huyendo al extranjero en busca de trabajo, que esa inmundicia de regalar RTVE a Podemos, el Concordato de la Iglesia, los huesos de Franco, o ponerse de perfil cuando debe defenderse con firmeza al Rey? Nunca estuve en el Valle de los Caídos. No conozco ese lugar. Pero es seguro que puede reconvertirse en algo grande capaz de unir a unos y otros contando la historia completa, no la de un solo bando. Todo sin vértigo, ni conspiraciones, como hicimos con la Cruz de los Caídos, el Monumento a los Derechos Humanos y el Centenario de La Verdad.

 

 

ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR