Encantados, fascinados andamos muchos con Pedro Sánchez, su Gobierno y las primeras medidas tomadas. Pero personalmente hay algo, más de fondo, que me tiene feliz en las últimas semanas: la constatación de la firmeza de nuestro Estado de derecho. En los momentos en que la legión de cenizos y desencantados, que siempre pululan en nuestra sociedad, auguraban las diez plagas de Egipto sobre España, va el país y demuestra, de nuevo, ser más fuerte y democrático de lo que ellos creían y/o deseaban. Como escribía Carlos Yárnoz, la Constitución, el Congreso, la Justicia, el Estado y la sociedad toda, han funcionado como un reloj, para sacarnos del atolladero en un tiempo récord. Para empezar, España acaba de derribar un mito vergonzoso: el de que la corrupción no tiene coste. Y para continuar, ha reafirmado que la democracia y la política funcionan. Herido de muerte el Gobierno del PP por la sentencia de la Gürtel, la solución política parecía sino inviable, muy laboriosa. Y sin embargo, con algo tan sencillo como aplicar las normas de la Constitución, de la noche a la mañana España tiene un nuevo Gobierno. Siete gobiernos en cuarenta años de democracia, todo un record de estabilidad, que muy pocos países pueden exhibir.

 
Escribe Jordi Gracia, que la moción de censura ha sido un asalto al poder en toda regla, regla democrática, pero tan inesperada como racionalmente explicable. La sentencia de la Audiencia, sólo la primera por el caso Gürtel, fue contundente. El PP, una vez más, prefirió mirar hacia otra parte y desmentir, tanto su responsabilidad penal como política. De esta manía de juntar los dos tipos de responsabilidad, la jurídica con la política, no somos inocentes los del PSOE, pues fue Alfonso Guerra, el primero que las vinculó. Pretender que las urnas lavan a los partidos de sus pecados de corrupción, o descalificar a los jueces cuando sus sentencias no convienen, no es propio de partidos que dicen defender el Estado de derecho, la división de poderes y, sobre todo, la democracia parlamentaria, frente a la democracia directa o plebiscitaria. Rajoy ha sido desalojado del poder por muchos motivos, pero especialmente por uno: negar la realidad y confiar en la eficacia de la posverdad.La mentira, en política, lleva dentro un riesgo letal. Muchos bulos pasan y circulan como verdades hasta que uno, demasiado grueso, demasiado increíble, desmorona el castillo entero, sin dejar piedra sobre piedra. Acaba de suceder.

 

Casi parece que el denostado régimen del 78 – decía Jordi Gracia – haya prestado un último e irónico servicio a la democracia. De sus reservas democráticas, que son aún tantas, ha salido un mecanismo constitucional que, paradójicamente, ha corregido los errores democráticos cometidos por los partidos de izquierda, en el frustrado acuerdo para desalojar a Rajoy hace dos años. Las condiciones son objetivamente nuevas, puede. Pero son francamente prometedoras, por encima de los peores augurios de provisionalidad, de insuficiencia, de precariedad política… Es una oportunidad de oro, luminosa me parece. Nacida del pragmatismo frío, el escarmiento largamente 
 
 
 
 

 

FUENTE: ELPLURAL