Vamos a suponer que aparece una persona que quiere cepillarse a tu pareja: sea novio, novia o novie. Y tú lo sabes. ¿Qué harías? ¿Quedar a cenar los tres, día sí y día también, y contarle sin cesar a tu pareja lo guapo/a, listo/a, el cuerpazo que tiene y lo mucho que le conviene? Porque si te dedicas a hacer eso, a ponerlo/a en valor, a lo mejor tu pareja se va con él/ella/elle. ¿No? Pues eso exactamente es lo que lleva haciendo el PP con Vox desde hace 4 años. Vox quiere cepillarse a su electorado y en lugar de hacer como hace el centro derecha en otros países, alejarse todo lo posible, no hay día sin que algún dirigente del PP, la última la Cospe, salga a decir lo demócrata, constitucional y pactable que es Vox.
Conclusión: se les pasan los votantes a miles. ¿Lo peor? Que Vox no tiene que hacer nada, miren sino lo de CyL, han presentado a un candidato flojo y apenas si han dado la matraca. La campaña ya se la ha hecho Casado hablando de Bildu y de defensa del castellano en ¡Castilla la Vieja!, de vampiros que se convierten en zombies, de la guerra contra la remolacha, de que el Gobierno dice que el vino es «droja», de los Reyes Católicos, de España y del Imperio. ¿De qué partido parece este chico con ese discurso?
Es cosa de dos. Montar un tinglado que te lleve a la Moncloa es cosa de dos: no hace falta que el candidato sea listo o tenga buena formación siquiera, sólo tiene que dar bien y no meter la pata, transmitir bien el mensaje que le dan sus asesores. Es necesario también un vice, un secretario de organización listo como un Alfonso Guerra, leído, avezado conspirador que, con inteligencia, tacto y contundencia, te lleve el partido y mantenga la cosa en calma. Algo así como puño de hierro en guante de seda. Casado no es ese líder ni Teo es ese número dos. Cada día que pasa con estos dos al frente del PP es un día más hacia la debacle, la ‘ucedización’ del partido.
Pánico. Estos dos parecen empeñados en facilitar el sorpasso a Vox con una estrategia irresponsable, atribulada, inconsciente y en la que el miedo o, mejor dicho, el pánico, amenazan con derruir al PP dejando libre el campo a los de Abascal. Casado no es líder, no tiene carisma y su número dos hace agua. Conclusión: cada día que pasa Vox les quita miles de votos y esto les hace ponerse más nerviosos.
El nerviosismo les lleva al pánico y éste a echarse al monte ultraderechista, donde el partido verde les gana con creces. En suma, radicalizan el discurso, juegan a meter fuego a la gasolina y acaban con episodios como el de Lorca que dañan muchísimo a la marca. Por si fuera poco, al irse a la derecha pierden voto, hecho que quieren compensar yéndose más a la derecha lo que les quita más seguidores aún, en un efecto bola de nieve-derechista que los lleva al precipicio.
Tránsfugas. Por si esto fuera poco, el citado proceso les lleva a una pérdida de identidad, a moverse en un terreno que favorece al rival y a que incluso los medios afines les den estopa. Las encuestas van a peor y el globo se les desinfla. Y ahí entra Teo a urdir. Es curioso que los tres episodios de transfuguismo más espectaculares de nuestra historia beneficiaron al PP. Y sobre todo que dos de ellos se han dado con Teo dirigiendo la máquina. La desesperación les lleva a saltarse todas las reglas entendiendo que, si no tengo votos suficientes en las urnas (que Casado no consigue), me los «agencio». Estas actuaciones arrastran por el fango al partido y pierden más voto.
Una serie de catastróficas desdichas. Todo el mundo sabe que obligaron al barón más flojo, Mañueco, a convocar elecciones. Han dilapidado la ventaja que tenían sobre Sánchez en apenas cuatro meses y la han pifiado en CyL con sus ocurrencias, la última, el esperpento del fiasco de Teo en la votación de la reforma laboral, día desde el que desapareció del mapa para que Casado se coma solo el marrón generado por él mismo. El Partido Popular debe quitarse a estos dos zagales de encima y optar por un líder fuerte, sea Feijóo o Ayuso. O eso o serán la nueva UCD y Vox heredará el reino de los cielos.
Jeronimo Tristante.