|| Mateo González ||

 

Ni proceso final ni herencia de ningún régimen anterior. Nuestras estructuras democráticas pueden ser transformadas con el apoyo popular en democracias avanzadas. Un cambio sustancial que no puede reducirse al cambio institucional.

Aporto humildemente esta pequeña reflexión al hilo de lo que publicaba Paco Frutos (“Contribución política a la construcción de la izquierda”); un granito de arena más para dicha construcción, y a partir del “crack” político y organizativo del año 2015.

Desde 1977 y más desde la aprobación en referéndum de la Constitución de 1978 con la que España se dotó de estructuras democráticas formales parece que para unos es el proceso final de todo país democrático y para otros ha sido la “traición” de todo principio y que lo único que hay es un régimen fascista maquillado por pequeñas concesiones (qué alegremente utilizan algunas personas la palabra fascismo sin haberlo conocido ni sufrido).

Quienes habitamos el espacio de la izquierda transformadora sabemos que la conquista de estructuras democráticas formales no son el proceso final y menos la herencia de ningún régimen anterior, y que esas estructuras se pueden transformar con el apoyo popular en democracias avanzadas.

Porque, seamos claros, desde la izquierda nunca hemos renunciado al socialismo, y si somos consecuentes con la historia sabemos muy bien a qué errores, algunas veces humanitarios, llevan las políticas de “quemar etapas”. Pero tampoco hemos ni siquiera teorizado sobre, por ejemplo, qué tipo de socialismo necesita la sociedad, qué mensaje se le dirige y lo más fundamental: qué estrategia política necesitamos para ello para ello.

Cuestiones esenciales en un momento en el que la democracia actual se ha estancado, cuando no retrocedido y su afianzamiento sufre mermas debido a los constantes ataques sufridos a los derechos conquistados: sin una democracia formal afianzada es imposible avanzar hacia el socialismo.

¿Y cuando hablamos de socialismo qué queremos decir? Simple y llanamente, hablamos de él como del proyecto que tiene la capacidad de transformar al capitalismo; si esas capacidades no llevan implícitas programas de trabajo, dirección, gestión, nos encontramos con pura charlatanería elitista, acultural y desclasada, que viene a ser algo así como la canción del verano: refresca pero se olvida y lo único que pretende es convertirse en portavoz inmediato de todo lo reivindicable, y a veces antagónico, para caer irremediablemente en el populismo.

Esas políticas populistas aborrecen al sindicalismo de clase y las políticas sectoriales se transforman en mensajes transversales para tratar de adormedecer la movilización, que es lo que ha ocurrido desde mayo de 2011 hasta hoy. Transforma la organización en proyecto caudillista que pone constantemente en tensión tanto a la misma organización como al proyecto que queda transmutado en un guion de ocurrencias del momento.

Para la transformación de una democracia formal en una democracia avanzada es preciso comprender que el poder no está solo en el parlamento, en el gobierno o en las instituciones, sino que también está en el sistema financiero: las grandes empresas (multinacionales y transnacionales), en los medios de comunicación cada vez más globalizados en torno a las grandes agencias…

Por ello es importante enfrentar a esos poderes el sindicalismo de clase y los movimientos sociales, con especial incidencia en el movimiento feminista, el juvenil y como viene siendo cada vez más habitual el de pensionista.

En definitiva, tener el gobierno, para una organización de izquierdas, no significa tener el poder como así han evidenciado los distintos gobiernos del PSOE habidos hasta el momento.

En cuanto al proceso de construcción europea, que se haya en una crisis total, no valen políticas de miras estrechas que para lo único que sirven es para extender el miedo a lo desconocido.

Ha quedado demostrado que la Europa de los mercados crea graves desequilibrios y da alas a los nacionalismos excluyentes, cuando no reaccionarios y de carácter ultraderechista.

Izquierda y socialismo nunca han sido sinónimos de nacionalismo, más bien lo contrario. La izquierda transformadora siempre ha luchado por políticas de solidaridad y ha apostado pon un internacionalismo solidario entre los pueblos. Frente a esa Europa de mercados, la izquierda debe apostar por la construcción de un espacio que signifique el impulso a la Europa de las trabajadoras y los trabajadores, o dicho de otra forma, no es de izquierdas volver a políticas autárquicas y proteccionistas.