El vanidoso Pablo Iglesias se encuentra en una encrucijada de compleja salida.
A la larga lista de nombres que se han ido hartos del totalitarismo ejercido por su secretario general se le ha unido el problema mayúsculo derivado de su rechazo a aceptar entrar en el Gobierno socialista con una vicepresidencia y tres ministerios.
Aquel día de julio en el que Iglesias descartó formar parte del Gobierno de coalición que siempre había anhelado cavó su tumba política.
La puntilla se la puede dar Íñigo Errejón, que en los últimos días ha escuchado de su entorno más próximo la recomendación de aprovechar el momento para lanzar una candidatura en los próximos comicios del 10-N que pasaría, en primera instancia, por la circunscripción de Madrid y tendería puentes con las denominadas «confluencias». Podría ser definitivo para la caída abrupta de Iglesias.
Errejón, más sútil y reflexivo y con mayor capacidad de análisis, es toda una amenaza para el secretario general de Podemos por mucho que dirigentes de esta formación limiten el destrozo a «cuatro escaños».
El inexplicable rechazo de Iglesias a formar parte del Ejecutivo, cuando por vez primera en meses tenía a Sánchez contra las cuerdas, ha provocado una enorme marejada interna, aunque sean pocos los que se han atrevido a discrepar en público de su jefe.
En Andalucía, Teresa Rodríguez ha sido la primera en desafiar abiertamente a Iglesias proponiendo concurrir a las elecciones del 10-N como Adelante Andalucía y no bajo las siglas del partido.
Después, el vicepresidente del Gobierno balear, Juan Pedro Yllanes, de Podemos, recogió el testigo de la dirigente andaluza e instó a analizar si es conveniente o no que Iglesias continúe al frente del partido después de las infructuosas negociaciones para formar un Gobierno de izquierdas.
Iglesias salvó por los pelos su pellejo político en las elecciones de abril, pero en noviembre se enfrenta al más difícil todavía. Su suerte y su futuro penden de un hilo cada vez más fino.