En un día en que había que debatir en el Congreso sobre la última cumbre de la Unión Europea y la venta de armamento a Arabia Saudí, incluidas las corbetas que se construirán en Cádiz y Ferrol, Pablo Casado subió a la tribuna, se abrió la chaqueta, sacó un cóctel molotov y lo lanzó al hemiciclo.

Qué Brexit ni qué niño muerto. ¿Arabia Saudí y la guerra de Yemen? Déjeme que le diga algo: Catalunya, los golpistas, Venezuela y el efecto llamada. Después del discurso de Pedro Sánchez para informar del Brexit y la última cumbre de la UE, además de comparecer para hablar de la venta de armamento a la monarquía saudí, el líder del PP subió a la tribuna sin papeles y preso de ciertas urgencias. Incluso algunos de sus partidarios habían comentado a El Mundo que están preocupados por su sobreexposición en los medios, su tendencia a la improvisación y sus pocas ganas de delegar. Existe además preocupación por lo que ocurrirá en las elecciones andaluzas, que no será tan terrible para el partido como las catalanas, pero que no se contempla con optimismo.

En el nuevo PP –que es un remake del PP de los años de Aznar, pero con mejores efectos especiales y vestuario más moderno–, la respuesta a esa preocupación pasaba por sacar el martillo y golpear al presidente del Gobierno con todas las fuerzas. En eso consiste ser el primer partido de la oposición, algo que el PSOE de la gestora y de Susana Díaz no tenían claro en el comienzo de la legislatura. De ahí que no duraran mucho. Las bases siempre quieren caña, caña y caña.

Pero el martillo no era suficiente para Casado. Los 20 minutos de intervención se le hicieron cortos y se fue hasta los 27. Comenzó a lo grande, con ruido y furia, en plan explosivo. «Cómo tiene la desfachatez de hacer una reflexión sobre el Brexit cuando son rehenes de los golpistas», dijo, a pesar de que el presidente estaba obligado a hablar del Brexit. Lo extravagante habría sido que no se hubiera referido a la salida británica de la UE.

Cuando el humo del estallido aún no se había disipado, volvió a prender la mecha. «Se está perpetrando un golpe de Estado en España», del que hizo «partícipe y responsable» a Pedro Sánchez. Antes eran los independentistas catalanes los autores del golpe de Estado, o de los golpes, porque ha sido fácil perderse en el recuento. Ahora, los socialistas también son golpistas por acción, omisión o porque sí.

Todo el material explosivo era de marca Acme, el mismo que utiliza el Coyote en su duelo eterno con el Correcaminos. Y como el desventurado Coyote, puede ocurrir que Casado termine chamuscado por las explosiones preparadas por él. Porque es difícil que el líder del PP pueda llegar más lejos en agresividad que lo mostrado en el pleno de este miércoles si las cosas no le van bien en las elecciones de Andalucía.

Cómo se puso Casado que a su lado Albert Rivera parecía un secretario general de la ONU de origen escandinavo que había preparado su intervención escuchando música de Vivaldi mientras tomaba una taza de té con una nube de leche. Sólo se calentó con Venezuela, cuando recordó que un concejal de la oposición detenido murió hace unas semanas al caer del décimo piso del edificio donde estaba siendo interrogado. La versión oficial dice fue un suicidio; la oposición, que fue asesinado.

Los ideales no cuentan con Arabia Saudí, dice Sánchez

Sánchez se había puesto la venda sobre la herida que le iba a abrir Casado poniéndose muy digno en el comienzo de su discurso para quejarse de «la endogamia de la política española». Es típico de los presidentes que intenten comunicar que ellos están muy ocupados por los grandes debates internacionales, los temas de nuestro tiempo, mientras la oposición se afana en rascar unos votos echando mano de las pequeñas miserias internas.

Claro que si España fuera un país más volcado en los asuntos de política exterior, su Gobierno habría sufrido un desgaste mucho mayor por la venta de armas al régimen responsable de la muerte de miles de personas en Yemen, en una guerra en la que los aviones saudíes han destruido hospitales, mezquitas y centrales eléctricas con misiles similares a los que vendió España.

Sánchez hizo su ejercicio de realpolitik sin aspavientos, pero sin afrontar la responsabilidad de la complicidad de EEUU y Europa con esa guerra: «Siempre he creído que la política es convertir los ideales en realidad. No siempre es posible». Es algo parecido a lo que dijo  en una entrevista en La Sexta en septiembre cuando dejó claro que la defensa de los derechos humanos tiene sus límites.

Sobre el asesinato de Jamal Khashoggi, pidió una investigación que aclare los hechos «y que caiga todo el peso de la ley sobre los responsables». Nada se sabe sobre quién hará esa investigación y con qué pruebas. Los autores del crimen están detenidos en Arabia Saudí. Nunca saldrán de allí. Su Gobierno no puede arriesgarse a que impliquen al príncipe heredero. A Sánchez, como al PP y a Ciudadanos, les valdrá cualquier investigación que acabe con la condena de alguien.

El misterio de los misiles pagados, pero no retirados

Nada se dijo sobre qué relación se debe tener en el futuro con Arabia Saudí, más allá de la venta de armamento. Ese es un debate que se tiene muy presente ahora en EEUU y varios países europeos tras lo sucedido en Estambul.

Nadie se plantea que Riad no necesitaba los 400 misiles guiados por láser, cuya licencia de exportación fue autorizada en Madrid en noviembre de 2015. Ha comprado los suficientes a EEUU desde los tiempos de Obama y ha podido seguir haciéndolo ahora con Trump. Los saudíes pagaron nueve millones por esos misiles, pero no llegaron a retirarlos en los últimos tres años. ¿De repente descubrieron que no los necesitaban?

Esa venta de armamento tenía un valor político. Ataba las manos de cualquier Gobierno español. ¿Cómo iba a criticar los crímenes de guerra ocurridos en Yemen si estaba vendiendo al mismo tiempo el mismo tipo de armas con los que se cometían?

Igual hay que pensar que si el Gobierno español no puede echarse atrás en estos momentos es porque la monarquía saudí tomó la decisión por nosotros hace tiempo.

 
 
 
FUENTE: ELDIARIO