ANTONI PUIGVERD

 

Ya quema el sol de junio, pero en lugar de librarnos de la incertidumbre, parece que volvemos a las andadas. Las generales del mes de abril ofrecieron una imagen clara: un PSOE muy distanciado de PP, Cs y Podemos. La parte borrosa de la foto correspondía al espacio de la derecha. No por causa de Vox, que no hizo honor a las expectativas, sino por el desafío de Rivera al liderazgo de Casado. Con el viento a favor, Sánchez podía afrontar una legislatura vigorosa que, entre otras reformas, permitía imaginar el desbloqueo de la cuestión catalana.

Sin embargo, la segunda vuelta electoral ha dejado una fotografía muy confusa. La votación europea ha confirmado el dulce momento de Sánchez, pero los resultados diabólicos en diversas autonomías y grandes capitales son una fuente de complicaciones y quimeras para todos los partidos, atrapados en la telaraña de pactos y contrapactos. La telaraña subraya la necesidad que tiene el PSOE de aliados estables y, por consiguiente, debilita la capacidad de maniobra del presidente. Casado se juega la posibilidad efectiva de liderar su partido; y se acerca mucho a la ventana de Vox: un día de estos puede romper el cristal y saltar al vacío. Mientras tanto, Podemos digiere las consecuencias de su escisión, y comienza a añorar las estaciones perdidas, como si de repente hubiera dejado de ser joven. Rivera, en lugar de asumir para Cs el papel europeo de partido-bisagra, continúa gesticulando por el liderazgo de la derecha dura con tal desasosiego que, inevitablemente, hace pensar en los movimientos desenfrenados de un nadador perdido en alta mar.

Mientras tanto, se anuncian fuertes tormentas. Las conclusiones de la Fiscalía en el juicio de los líderes independentistas son más propias de un escarmiento de Estado que del sentido de Estado que uno esperaría del poder judicial. Esto rearmará emocionalmente un independentismo dividido que necesita como el comer otra dosis de épica sacrificial en vena (lo necesita también para disimular la atonía del Govern que, en el primer aniversario de Quim Torra, avanza con la inercia estupefacta de un cisne sin cabeza).

Mil veces hemos escrito que el girar perpetuo del amarillo independentista perdería parte de su inercia si la España política y judicial entendiera de una vez que sólo la política puede encontrar salidas al círculo vicioso. Catalunya gira obsesivamente, sí, pero al ritmo de una España incapaz de salir de un círculo menos llamativo que el amarillo, aunque más persistente: el círculo del frentismo cainita y del espíritu vengativo.

En un panorama de círculos viciosos, sorprende la jugada de Manuel Valls, con quien se puede discrepar de todo, menos de una evidencia: en vez de alimentar un ideologismo circular, demuestra que hacer política significa, antes que nada, desatascar. Mientras nuestros líderes se aplican a obturar los canales, el político que llegó de Francia nos recuerda, del brazo de Maquiavelo, que “la sabiduría consiste en saber valorar la naturaleza de los obstáculos y en elegir como bueno el menos malo” ( El príncipe, XXI).