JOSÉ ALEJANDRO VARA

 

 

Citas institucionales y navajeo interno en la semana grande de Díaz Ayuso. Dos horas de audiencia con el Rey, conversación densa, más allá del protocolo epidérmico. Una horita con Pedro Sánchez para cantarle las cincuenta sobre un menú variado de cuestiones hirientes que seguirán sin resolver. Fiscalidad a la carta en favor de los independentistas, control pandémico en Barajas, educación especial y concertada…El anfitrión, que vive por la propaganda y no por la gestión, sólo habló de Telemadrid, donde se anuncia un terremoto democrático.

Sánchez no disimula su aversión hacia Ayuso. La odia y la teme. Moncloa entró en pánico tras el 4-M y aún tiembla. De ahí la sobreactuación legislativa que impulsa el Consejo de Ministros desde hace semanas. Leyes y más leyes, iniciativas que permanecían dormidas, a la espera de la rentrée postestival, se han sacado de los cajones, sacudido el polvo y embocado el camino hacia el Congreso. Ley trans, ley del sí es sí, salario mínimo, alquileres, eutanasia, prostitución, memoria democrática y, por supuesto, la ley de seguridad nacional, el mayor engendro liberticida que haya imaginado un Gobierno desde la Transición.

El efecto Ayuso se expande, el cimbronazo de Madrid produce réplicas en toda España al decir de los demóspocos. De ahí los acelerones. Moncloa tiene prisa

La victoria de Ayuso desató el pavor en Moncloa, que ha reaccionado a la carrera. Todo son prisas en el equipo de Iván Redondo, que cada amanecer encuentra sobre su mesa los algoritmos pesimistas que predicen cambios. La imagen del presidente flojea, ya no aparece tan indestructible como hace un par de meses. El efecto Ayuso se expande, el cimbronazo de Madrid produce réplicas en toda España al decir de los demóscopos. De ahí los acelerones, la urgencia por rediseñar el Estado, dinamitar el edificio del 78 y sustituirlo por un conglomerado republicano de nacioncillas dispersas en torno a una Corona de atrezzo. Un vuelco en el tablero político, un cambio de régimen de tapadillo y sin marcha atrás.

La presidenta madrileña acaba de ser investida y de conformar su equipo, sin más ruido que el mal explicado fichaje de Toni Cantó, un punto excéntrico. Tiene dos años para demostrar que su victoria ni fue casual ni se asienta en la pandemia o en los berberechos sino en la consolidación de un proyecto sólido y una gestión irreprochable. En el cuartel general de Redondo se ha desplegado una división de publicitarios, comunicólogos y virtuosos del eslogan dedicada en exclusividad a evitar que esto ocurra. No puede repetirse el 4-M, ni en la Comunidad ni en el resto de España. Se han regado teles y sindicatos con generosos fondos para hacer de Madrid una región invivible, detestable, una bestia ‘fascista y criminal’ a la que hay que derribar. La primera muestra, el caso del crimen de Samuel. La función dinamitera acaba de comenzar.

Condiciones de liderazgo

En Génova, donde late un volcán de celos y envidias, como en un melodrama decadente de Douglas Sirk, lejos de hacer piña con la líder restallante se afanan en tocar narices. Acudió Ayuso días atrás, como invitada especial, alAula de Liderazgo que dirige José María Aznar en su Instituto Atlántico, un foro de formación de futuros dirigentes iberoamericanos. «Emerge una generación de personas con condiciones de liderazgo», dijo el expresidente mirando a los ojos de su invitada. «La dirigente más relevante, pero no la única», añadió Aznar, con referencia obligada a Pablo Casado, su antaño protegido y apadrinado.

En los altos despachos del PP no agradó esa sesión, pese a que Ayuso agotara todo tipo de elogios y alabanzas hacia Casado, «quien lidera es él», «quien será presidente del Gobierno es él», «se empeñan en ensombrecerle»… Les desagrada contemplar cómo la sombra de Aznar se despliega junto a la estrella rutilante de la derecha nacional, bien orientada por Miguel Ángel Rodríguez, también hombre clave en el nacimiento del aznarismo.

Ayuso procede de la estirpe del sincomplejismo, del triángulo de hierro del PP, Aznar-Aguirre-Casado, en las antípodas del sorayismo mariano, tan melifluo y complaciente

Algunos correveidiles de Génova han hecho llegar a ambas partes un mensaje de extrañeza ante lo inconveniente de esta relación, tan ostensible y creciente. Una apreciación que no deja se sorprender en Sol puesto que Ayuso procede de la estirpe del sincomplejismo, del triángulo de hierro Aznar-Aguirre-Casado, en las antípodas del sorayismo mariano, tan melifluo y complaciente. Ayuso encarna vivamente a ese PP que puede herir de muerte a la izquierda, pulverizar a Frankenstein y acabar de una vez con el sanchismo. Mostró sus credenciales en el 4-M y su beligerante compromiso en defensa de la libertad tras el encuentro/choque con el presidente en la Moncloa.

Redondo y sus cientos de asesores le preparan dos años infernales. Génova le prodiga codazos y cefaleas. La presidenta madrileña, confortada en Zarzuela y sentenciada en Moncloa, ni recula ni pestañea. «Que ladren cuanto quieran y se aturdan con sus voces los que las niegan», piensa con San Agustín. Lo expresó muy claro tras verse con Sánchez: «El futuro de España está en manos de quienes la odian y gobernada por quienes la desprecian».

Pese a ello, algunos obsecuentes andan tras el rastro el bigotillo de Aznar, que ya ni existe.