Leía días pasados la comedia de Aristófanes “DINERO”. Lo hacía un tanto relajado y divertido cuando me llevé un sobresalto al llegar a uno de los parlamentos del  personaje “Pobreza”: “No tienes más que ver a los políticos en las ciudades: cuando son pobres son honrados con la gente y con el Estado, pero en cuanto se hacen ricos a expensas del erario público, en seguida se vuelven unos sinvergüenzas que conspiran contra el pueblo y luchan contra la democracia”.

Cicerón, en su libro “Tratado de los deberes” recomendaba a los que tienen la misión de gobernar un Estado dos preceptos de Platón: “en primer lugar, velar por el interés de los ciudadanos, de suerte que toda su actividad sea informada por la atención a ese interés, olvidando el medro y las ventajas propios; en segundo término deberán proveer a todo el organismo del Estado, sin otorgar preferencia a una de sus partes sobre las demás.

Al igual que la tutela, la administración de un Estado debe tener por finalidad procurar no la ventaja de los que gobiernan, sino la de los gobernados”. Es decir, que el hombre de Estado debe entregarse por entero al conjunto de toda la comunidad y no buscar riquezas ni poder, sino atender a todo el Estado y a todos los ciudadanos.

No procurará aversiones y odios contra nadie, y menos valiéndose de acusaciones falsas, sino que su honestidad y su servicio a la justicia serán ejemplares de tal modo que para mantenerlas afrontará fracasos y hasta la muerte misma antes que conculcar las normas referidas.

Sería, pues, recomendable que nuestros políticos dedicaran algunos minutos de su tiempo y un pequeño esfuerzo en leer a los grandes clásicos que sentaron las bases del quehacer político.

 

 

FUENTE: ELCONFIDENCIALDIGITAL