LAS MENTIRAS SE ACUMULAN, SE OCULTA LA VERDAD, SE MANIPULA LA INFORMACIÓN OFICIAL Y SE INTOXICA A LA OPINIÓN PÚBLICA. EL CASO ES QUE TODOS LOS DÍAS NOS LLEGAN NOTICIAS MUY DESGRACIADAS DEL PÉSIMO  MAL ESTADO DEL MAR MENOR, A PUNTO DE HUNDIRSE ENTRE EL FANGO POLÍTICO Y LA IRRESPONSABILIDAD DE MUCHOS CULPABLES.

 HEMOS VISITADO PERSONALMENTE LA LAGUNA ESTE PASADO FIN DE SEMANA, Y LES DIREMOS QUE DABA ASCO BAÑARSE EN SUS VENERABLES AGUAS EN LAS QUE TANTOS BUENOS RATOS PASAMOS, NOSOTROS Y LOS QUE LLEGABAN DE REGIONES Y PAÍSES LEJANOS A TOMAR UN BAÑO REPARADOR.

EN «MURCIA TRANSPARENTE» SOMOS OBJETIVOS Y POR ELLO OFRECEMOS EL DURO ANÁLISIS DE UNOS COLEGAS DE MADRID QUE TRABAJAN EN EL DIGITAL «EL ESPAÑOL». DENUNCIAN LO QUE SIGUE : 

«La laguna más importante del litoral español, en Murcia, atraviesa uno de sus peores momentos presionada por la contaminación procedente de los cultivos, el urbanismo, el turismo náutico y los desechos mineros.»

Casi 7 metros. Esa es la profundidad máxima del Mar Menor. «Más o menos entre esas dos islas», dice Ramón extendiendo su dedo al horizonte, un índice murciano, de sol, de piel de cuero oscuro curtida por los 62 años que cuenta. Tras hablar vuelve la vista a la cubierta del barco con restos aún en ella del aplomo de un profundímetro: «Justo al norte de la del Barón. Entre el Barón y la Perdiguera», concreta para dar nombre a las dos guardianas de esos 7 metros. Casi 7 metros en los que, a diferencia de otros muchos años, ya nadie fondea.

Salimos hará algo menos de una hora del puerto de Tomás Maestre en su velero, también de 7 metros, sobre un mar contenido en el Canal del Estacio, uno de los tres puntos en los que Mar Menor y Mar Mayor, como se conoce al Mediterráneo en Murcia, se encuentran.

«Cuando el agua del canal está verde, de ese verde claro, limpio, sé que la corriente viene del Mayor, cuando es de color marrón chocolate como hoy es porque el agua del Menor está entrando en el Mediterráneo», apunta Ramón en los primeros minutos de travesía con la voz distraída, desencajada, como la de quien ama el mar y lo mira deseando ver otra cosa. Está dispuesto a enseñarme lo mal que ve un mar por el que no quiere navegar. «No salgo porque me muero de pena».

Ramón Pagán ha visto deteriorarse el Mar Menor en los últimos 20 años. J.P.

Ramón Pagán es químico, especializado en química industrial. Es natural de La Unión, pueblo situado a veinte minutos en coche y donde es famoso su flamenco Cante de las Minas. Bucea «en el Menor» desde que tenía 8 años, ha visto deteriorase la laguna en los últimos 20 y es parte de la plataforma Pacto por el Mar Menor desde hace dos, desde que ya ve este Mar «como un enfermo terminal».

Su barco, bautizado como ‘Raya azul’ en honor a la marca hasta donde sus padres le dejaban meterse en el agua del mar, nos lleva mientras su patrón cuenta la situación. «Ahora este barco es la única raya azul que hay en el Mar Menor», dice recordando otros tiempos, mejores. El color que predomina hoy es el verde turbio en las orillas, marrón chocolate más al fondo.

«Se llama eutrofización», asegura la parte química de Ramón para explicar el color del agua. Se debe al aumento drástico de la población de microalgas en la laguna -algunas de las cuales liberan toxinas- gracias al abundante alimento que les supone el nitrato amónico utilizado como fertilizante en los campos de Cartagena y que acaba vertiéndose al mar. Esas algas enturbian el agua, tiñéndola e impidiendo que la luz del sol, fundamental para la vida, la traspase y llegue al fondo de un mar cuya media de profundidad roza los cuatro metros.

LA VIDA EN EL AGUA, EN PELIGRO 

Esta nueva vegetación, verde y marrón, este fitoplancton o mundo vegetal microscópico, también influye en el zooplancton, mundo animal diminuto, y lo pone en peligro. La mayoría de las especies desovan en las orillas, donde la concentración de microalgas consume gran cantidad de oxígeno por la noche y en sus procesos de descomposición, un oxígeno que el zooplancton necesita para vivir, por lo que ahora el Mar Menor es un cebadero para las especies adultas que se alimentan de esas algas, pero puede que de aquí a un tiempo haya peces grandes y ninguno pequeño y la cadena se rompa. Pan para hoy y hambre para mañana.

Existe otro organismo vivo que también se ve afectado por el rápido descalabro de la laguna: el hombre. El aumento de algas en suspensión impide un buen baño en este mar, por lo que la muerte no es sólo para el Mar Menor, la economía pesquera y turística de la zona también puede estar gravemente herida. El grado de viscosidad del agua llevó incluso a la Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar, lugar con salida al Mar Menor, a solicitar un análisis científico de las aguas. Fue la Universidad de Alicante la que recogió el guante y detectó en el mes de febrero de este año «la presencia de un evento de Floración Algar Nocivo».

«Si aumenta mucho la población de las especies que liberan toxinas se puede producir la llamada ‘Marea Roja’, que se llama así por el color de ese tipo de algas, aunque aquí son marrones», confirma Juan Carlos, miembro de Ecologistas en Acción, quien asegura que las autoridades están pendientes de la población de estas especies día a día por si hubiera que prohibir el baño para evitar urticarias, irritación en los ojos, y vómitos y diarreas en casos de un trago imprevisto de los veraneantes.

Juan Carlos me espera en la orilla del Mar Menor al día siguiente de haber navegado en él, en Los Nietos, un pueblo costero que me recibe con su torre de la iglesia dando las 12 de la mañana. Las campanas suenan algo lúgubres, como dando un pésame fiado al futuro. La orilla en la que le veo saludar la espuma acumulada parece confirmar el presagio del campanario.

«Uno de los principales problemas es el campo de Cartagena», apunta. Los agricultores están en el punto de mira por sus vertidos de salmueras ricas en nitratos. La escasez de lluvia y de agua procedente del trasvase Tajo-Segura los dos últimos años ha hecho que se abran nuevos pozos para buscar riego en los campos de cultivo, donde antes reinaba el secano y ahora desborda el regadío.

Los acuíferos, sobreexplotados, aportan a la agricultura aguas saladas y ya ricas en nitratos filtrados a lo largo de los años que tomates y melones soportan bien, pero que hay que tratar para regar cítricos, lechugas, brócolis, apios o berenjenas en un campo que cuenta con 41.200 hectáreas de zona regable, más otras 20.000 que no estarían reguladas, según los ecologistas.

El sistema seguido para que el agua acuífera sea útil al regadío es el uso de desaladoras, que retienen la sal junto con los nitratos ya presentes, desechando sus residuos a las ramblas que se dirigen al mar. Las filtraciones de más nitratos, fertilizantes y pesticidas a través de la propia tierra en pendiente hacia el fondo del vaso que es el Mar Menor también suman.

2.000 TONELADAS DE NITRATOS

«Se calcula que se vierten unas 2.000 toneladas de nitratos cada año», asegura Juan Carlos. «La ósmosis inversa -proceso seguido por las desaladoras de los agricultores- filtra el agua y hace que la concentración de nitratos en el agua de desecho, o salmuera, que se vierte se multiplique por 4», continua el ecologista. «Entre 12 y 18 hectómetros cúbicos al año de agua con altas concentraciones llegan al mar. Se recomienda que no haya más de 50 partículas por millón de nitrato en el agua potable, y que no pase de entre 120 y 150 si se va a verter», hace una pausa para llegar al dato importante: «De los campos de Cartagena salen aguas con una concentración de 700 partículas por millón».

Esas partículas se filtran en su recorrido y reducen su concentración al llegar al mar, pero no bajan de 250/270, me explica mientras salimos de la arena. Son las 12:30 de la mañana de un día de agosto cualquiera y la playa está desierta. Sólo tres ‘zagales’ juegan al fútbol en una portería improvisada con dos chanclas. La pelota se desvía y llega a mis pies.

– Si se os cae en aquella espuma de la orilla, ¿la sacaríais? -pregunto curioso.

– ¡Pues claro! -me responde uno de los jugadores entre intrigado y divertido.

– ¿Y os bañaríais?

– Aquí no.

El coche de Juan Carlos me lleva a Los Urritias, otro pueblo costero algo más al norte, y a la rambla del Albujón, principal desembocadura de vertido de aguas procedentes del desecho agrícola al Mar Menor.

«Hay más de 1.200 desaladoras privadas», cuenta Juan Carlos para aprovechar el trayecto, «y del censo que hay de pozos no sabemos para qué sirven más de la mitad». Los pozos ilegales superan el millar ,»entre un millar y dos», concretan desde la Confederación Hidrográfica del Segura, organismo que ha abierto 310 expedientes por riegos no autorizados desde 2011. Cada uno de estos pozos lleva asociado la existencia de una desaladora, reconocen las mismas fuentes. Unas 2.000 desaladoras ilegales, ya que «no hay en el campo de Cartagena ninguna desaladora autorizada», aunque sí se sabe que sus vertidos acaban en el mar.

Esa salmuera vertida modifica la salinidad del Mar Menor. Pero la salmuera no hace el agua más salada, sino que la dulcifica, ya que la concentración salina de la laguna es mayor que la del agua que le llega.

«Que la salinidad varíe lo más mínimo hace que el ecosistema cambie», explica Juan Carlos. «La salinidad es un factor limitante para la vida, por lo que al dulcificarse el agua se permite que proliferen más tipos de algas, de fitoplancton en suspensión, que puede llegar a duplicar su población en 8 horas».

Aun así Juan Carlos no se rinde. Dice no indignarse por la situación porque la lleva denunciando 30 años y no comparte del todo las declaraciones de su organización, que ha llegado a afirmar en los medios que todo estaba perdido. Ecologistas en Acción también ha decidido personarse en la causa abierta por la Fiscalía de Medio Ambiente por un posible delito ambiental en el Mar Menor, y aseguran que los hosteleros de la zona amenazan con unirse si la actividad económica se resiente más de un 10%. Lo que sí asume Juan Carlos es que la laguna de aguas cristalinas no va a volver.

Juan Carlos me devuelve a Los Nietos, ya sin campanas, y en sus calles hay más gente que en sus playas. Los Nietos es un pueblo costero que no sólo sufre por su orilla, también ha padecido inundaciones fruto de correntías de tierra que acaban en el mar en forma de lodos a causa del cambio en la orografía del terreno, culpa de los cultivos. Los lodos cubren el fondo marino y dificultan aún más la vida. Por ambas cosas se han manifestado sus vecinos.

«Antes la zona era de secano y estaba aterrazada para retener mejor el agua de lluvia, pero la maquinaria moderna no podía pasar por ahí y lo alisaron, cambiaron los cauces. Ahora está en pendiente y cuando llueve en septiembre, con la gota fría, pasa lo que pasa», responde un vecino que asegura no entender cómo pueden salir de allí cuatro cosechas al año. «A mí se me ha inundado la cochera varias veces. El miedo que me da es que llegue septiembre u octubre y como hay menos gente se nos olvide esto», sentencia pensando en las soluciones que exige a la Administración.

Expertos, ecologistas y bañistas ponen a los agricultores en la picota. «Somos el patito de feria al que todo el mundo dispara para matar. Aquí cada uno va sólo a mantener su sillón», asume Vicente Carrión, presidente de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) en Cartagena.

«Reconocemos que tenemos una parte de culpa, que como culpa que es no tiene justificación, pero llevamos 11 años demandando soluciones a la Administración y no se nos dan», continúa Vicente, quien se queja de que el agua, las provisiones de riego que se les prometieron, no llega, lo que ha obligado al gremio a abrir sus propios pozos para cubrir sus necesidades.

Piden una conducción adecuada para los afluentes de salmuera que producen y su correcto tratamiento, y no que, como acaba de hacer la Administración, obstruyan los 100 kilómetros de tubería que tienen para desaguar sus desechos con tapones de hormigón cada 400 metros, dejando inservible una infraestructura que podría haber sido parte de la solución del problema si la hubieran conducido a una planta de tratamiento. «Pagan nuestras peticiones con moneda de hormigón», sostiene. Los ecologistas piden una reconversión hacia una agricultura sostenible y desde la Consejería de Agricultura de la Comunidad Autónoma se asegura que ya se está trabajando en un salmueroducto para canalizar los vertidos de una forma legal y segura.

«Lo de este año no es por algo que haya pasado la última semana», dice Vicente ante la situación alarmante de este verano, y apunta a construcciones de puertos deportivos y a «una serie de razones en las que no vamos a entrar», comenta repartiendo culpas sin tratar de desviar la atención, insistiendo en que saben bien que son parte del problema.

En esa diversificación de motivos coinciden asociaciones ecologistas como WWF o ANSE, que apuntan también a otras causas del deterioro de la laguna, incluida en la lista Ramsar de humedales de importancia internacional junto al Parque Nacional de Doñana o el de Las Tablas de Daimiel.

Entre ellas hacen hincapié, al igual que Vicente, en la construcción descontrolada de puertos deportivos en el litoral de la laguna, que supone la existencia de unos 10.000 barcos amarrados al Mar Menor, con el correspondiente impacto de hidrocarburos, en las corrientes y fondo marino que todo ello supone. También coinciden ganaderos y ecologistas en que el invierno cálido de los dos últimos años ha favorecido la proliferación de las algas.

Se acusa además del problema a la ampliación del Canal del Estacio, ya en el año 74, al urbanismo, a sus desechos derivados y a las playas construidas eliminando la vegetación de la orilla, que hacía las veces de ‘filtro verde’ reteniendo nitratos, y a la contaminación minera del pasado que lleva años minando la salud de las aguas con elementos como zinc, plomo, cadmio, arsénico y cianuro, como recuerda Ramón, un Ramón capitán de barco de La Unión, pueblo de minas del que se sacaban y llegaban estos restos de la tierra.

Aún en el velero en el que empezó todo, el de La Unión recuerda cómo jugaba con los caballitos de mar que ya no se encuentran en la laguna. «Ahora la gente no sale a la mar, ni a pescar, y si cogen algo no se atreven a comérselo. El otro día en la pescadería me dijeron «No se preocupe usted, que las doradas son de Cabo de Palos no del Mar Menor», cuando antes no te decían que los pimientos eran del Mar Menor porque nadie se lo iba a creer, que si no los pimientos también hubieran sido de aquí. Ahí ves cómo todo ha cambiado», dice mientras navega.

Anoto en mi cuaderno y Ramón caza un poco la vela. «¿Cuántos barcos ves navegando por aquí?», me pregunta sin esperar una respuesta que ya conoce. «Haz una panorámica». Levanto la vista del cuaderno y el horizonte se presenta desierto, de nuevo un día cualquiera de agosto. El viento sopla más fuerte en este tramo, junto a la isla del Barón, zona de fama por su buen baño, sobre aquellos casi 7 metros de profundidad máxima del Mar Menor en los que hoy nadie fondea. «El Mar Menor no va a desaparecer, evidentemente», se convence Ramón, «pero no va a volver a ser el mismo». «Aun así todavía hay muchas cosas que se pueden salvar y, como siempre digo, yo lucharé por él hasta el día del juicio final por la tarde».

FUENTE: El Español

MURCIA TRANSPARENTE