Cuando un político logra llegar al máximo escalón del poder es muy difícil cuestionarle el estilo. Eso sucede con Rajoy, que ha ganado casi todas sus batallas a base de aguante pasivo, esa desesperante resistencia sedentaria que constituye la esencia del marianismo. Ante cualquier problema, el presidente espera y espera mientras todo da vueltas a su alrededor hasta que los demás —adversarios, socios o hasta compañeros de partido— pierden la paciencia y cometen algún error que los descarrila del circuito. Si eso no pasa, acostumbra a intervenir algún aliado o amigo que en última instancia ocupa el espacio vacante de decisión abandonado adrede por el hombre tranquilo.

Así ocurrió en la crisis financiera de 2012, cuando Mario Draghi tuvo que sacar la manguera del Banco Central Europeo. La forma de evitar el rescate consistió en no hacer nada hasta que las autoridades comunitarias se movieron para salvar el euro. En la investidura de 2016 se las apañó para que un dividido PSOE lo sacase del atolladero. Y así ha vuelto a ocurrir en el conflicto catalán, donde el Rey ha cubierto el papel de liderazgo institucional que correspondía al Jefe del Gobierno. Es obvio que la intervención del Monarca necesitaba, por imperativo constitucional, que el Gabinete la autorizase con su visto bueno; pero también lo es que Rajoy ha cedido la iniciativa a Felipe VI. Y que tras el fracaso gubernamental del 1-O y la escalada de tensión de los dos días siguientes, ha usado la Corona como parapeto.

Consciente del altísimo coste político y social del Artículo 155, el presidente ha dejado que el marco de su aplicación lo construya la Jefatura del Estado. La posterior fuga de empresas —en realidad un mero trámite registral previamente consensuado— y las manifestaciones en defensa de la unidad nacional han creado en la opinión pública el clima de excepción que el Gobierno necesita para decidirse a aplicarlo. Los rescatadores han hecho su trabajo. Y aun así, a menos que los separatistas consumen el reto de declarar la independencia, Rajoy no dará el paso; quiere que la pelota caiga sola del tejado.

El lunes, el marianismo estaba KO, aturdido y desarbolado. Su estrategia fallida contra el referéndum lo dejó al borde del descalabro. La semana acaba, sin embargo, con percepciones distintas porque la energía civil y política de la nación se ha movilizado, con el Rey al frente, para salir del marasmo. De la derrota clara se ha pasado al empate pero la remontada no se ha consumado. Quedan momentos críticos: si los soberanistas se lanzan al vacío de la secesión unilateral, el presidente ya no tendrá coartadas para seguir esperando y se verá ante la necesidad de activar una musculatura que nunca ha ejercitado. Claro que también puede volver a ganar a su manera, por puro cansancio; sería la primera vez que una revolución se frena por aburrimiento de los revolucionarios.

 

 

FUENTE: ABC