FERNANDO JÁUREGUI

 

Observo una buena acogida general a las palabras de la hasta ahora bastante desconocida candidata de Mas Madrid a la presidencia de la Comunidad, Mónica García, quien, desechando la oferta lanzada por Pablo Iglesias para que ambas candidaturas, la de la señora García y Unidas Podemos, concurriesen juntas ante las elecciones madrileñas, ha propinado un sonoro varapalo a quien aún sigue siendo vicepresidente del Gobierno. “Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que, en los momentos históricos, nos pidan que nos apartemos”, lanzó la señora García, que no dudó tampoco en hablar de que la ‘testosterona’ no puede seguir siendo un ingrediente de la política. Acertó quizá más de lo que ella pensaba: no es solamente Pablo Iglesias quien mantiene una actitud de ‘macho alfa’ en las praderas de la política nacional.

Cuando comencé a seguir la actualidad política española, apenas tres o cuatro mujeres se sentaban en el Congreso de los Diputados y solamente Soledad Becerril, y no en la primera hora, accedió a un Ministerio. La política, con algunas contadas y no siempre afortunadas excepciones, ha venido siendo fundamentalmente cosa de hombres. Ese componente testicular de ‘aquí se hace esto porque a mí me sale de…’, o el ‘no hay huevos para impedir que esto se haga como a mí me parece’, ha sido un ingrediente básico, constante, en la cocina de la política hispana, mucho más, por cierto, que en otras cocinas europeas más avanzadas en lo que se refiere a la igualdad de sexos.

Pero eso, confío, ha sido hasta ahora, cuando llegó doña Mónica García y mandó parar. Parar a Pablo Iglesias, que se había permitido hacerle una oferta tramposa, incitándola a someterse a unas primarias frente a él, el eterno vencedor en sus propias primarias, ocasionalmente también algo trileras.

El plus político en las mujeres es que desdeñan ese carácter testicular, de ‘ordeno y mando por mis santos h…’

Una legión de mujeres, unas más competentes políticamente que otras, me parece, se ha lanzado a la política en estos últimos años, haciendo espero que imposible que las próximas elecciones generales solo tengan candidatos masculinos a la Presidencia del Gobierno (porque a Inés Arrimadas no le auguro un futuro largo en política, la verdad). Hoy, el Ejecutivo de Pedro Sánchez -sí, él también tiene actitudes de macho alfa- se sustenta en mujeres de valía, como Carmen Calvo, Nadia Calviño, Margarita Robles o Yolanda Díaz, recién ascendida por algunos méritos más, me parece, que el dedo designador de Pablo Iglesias. El plus político en las mujeres es que desdeñan ese carácter testicular, de ‘ordeno y mando por mis santos h…’, que impera en la política masculina española.

Y cuando algunas de esas mujeres tratan de imitar actitudes despóticas y prepotentes, pierden, creo, mucho de su valor político. Por eso yo no quiero en el Gobierno de mi país personalidades como la de Irene Montero o la que parece que es ‘ministrable’ Ione Belarra; se trata de evitar la confrontación, no de fomentarla. Los méritos para ser ministro en un país que, pese a todo, sigue siendo tan importante como España deben ser otros diferentes a la cooptación, al ‘dedazo’, a las complicidades o a los enchufismos de diversa índole. Espero que el presidente del Gobierno lo tenga en cuenta a la hora de remodelar un Gobiernoque va necesitando una crisis amplia como el comer: no puede haber ni cuotas políticas pactadas ni una rigidez total en las ‘listas cremallera’ ni menos, claro, prepotencias de género.

Incorporar a la mujer a la tarea política de primera fila es no solo una obligación, sino una cada vez más apremiante necesidad

Tengo esperanza en que las mujeres, algunas mujeres que van despuntando en el panorama político actual, den un giro al tono belicoso y de chulería que, todavía este miércoles, comprobábamos en la sesión parlamentaria de control al Ejecutivo o en el debate de la lamentable moción de censura en Murcia. Incorporar a la mujer a la tarea política de primera fila es no solo una obligación, sino una cada vez más apremiante necesidad, porque precisamos urgentemente enriquecer este lamentable secarral político en el que nos hemos venido convirtiendo. Por eso me uno a quienes tanto han celebrado el elegante bofetón dialéctico que, sin citarle, ha propinado doña Mónica García a quien creyó que podría asaltar los cielos y, de paso, cuanto debajo había de las nubes, el propio Estado entre otras cosas.