Pablo Casado ganó las primarias del PP postulándose como el campeón de la«España de los balcones». Entiéndase, no es que estuviera abandonando a las personas que viven en un bajo u orientadas a un patio interior. Se refería a la «España que colgó banderas nacionales en los balcones» en respuesta al golpe y para conformarse contra éste como sociedad civil. Esa España incluyó durante un tiempo a la socialdemocracia, capaz por fin, aunque fuera ayudada por el eufemismo constitucional, de superar los prejuicios posfranquistas que tan remisa la mantenían a abrazar la pertenencia. Este hecho, que coincidió con la retirada de los salvoconductos gauchistas al supremacismo, fue arruinado por la falta de escrúpulos de Sánchez al armar su moción y aceptar las deudas derivadas de ésta. Todo ello, poniendo a prueba las tragaderas de socialistas como Borrell que obtuvieron protagonismo expresándose contra el golpe pero ahora no desean bajarse de la ola sanchista y adaptan para sí la ocurrencia de Carmen Calvo acerca de la dislocación de las identidades: el que hablaba antaño a las masas constitucionalistas desamparadas en Barcelona no era el ministro, luego no hay contradicción.
Al asumir el relato de los balcones, al potenciarlo después con acusaciones explícitas de golpismo pronunciadas contra Sánchez en el parlamento, Casado aceptaba pasar, no por un estadista occidental rutinario, sino por un hombre providencial reclamado por el destino para salvar una nación puesta en peligro por sus hordas interiores. Un poco como Abascal en ese delicioso vídeo en el que, al tratar de presentar a Vox como el pelotón de Spengler, ha terminado haciendo la autoparodia de unos jinetes que no se sabe si van de romería al Rocío o si son una partida de forajidos del Far West. Para los españoles de los balcones que, ante un ataque de asonados, decidieron confiar a Casado la defensa de ciertos valores recogidos en la Constitución, tiene que haber sido muy decepcionante comprobar que su paladín renuncia a las primeras de cambio a la épica para entregarse a unmezquino chalaneo de politicastro profesional con las mismas fuerzas previamente señaladas como enemigas de la patria pero colegas del infame cotarro cuando de despiezar y repartir recursos del Estado se trata. Ahora podrá volver a coger un megáfono para hablar de España y sus azares como si estuviera pidiendo voluntarios -los Happy Few– para un nuevo día de San Crispín constitucionalista. Pero, ¿quién se lo va a creer?