Los expresidentes son a veces como los niños pequeños, todo sinceridad. Hace dos años, justo antes de que el proceso independentista desembocara en el referéndum del 1-O y la declaración unilateral, José María Aznar vaticinaba que “antes de romperse España, se rompería Catalunya”. Qué poco imaginaba que, además de su predicción, lo que se iba a fracturar sería el espacio político que tan aglutinado creyó que tenía bajo las siglas del PP. El proceso independentista ha dividido a la derecha española al impulsar el surgimiento de Ciudadanos y Vox.

Ahora es la izquierda la que podría sufrir un desgarro si a la aparición de Podemos se suma un nuevo partido auspiciado por Íñigo Errejón con ánimo de irrumpir como oferta política en caso de repetición electoral. La presión sobre Pablo Iglesias ya no viene sólo del PSOE, sino también de fuego amigo, si provoca que se vuelvan a convocar elecciones generales en otoño. Pero antes deberá dirimirse el pulso entre Iglesias y Pedro Sánchez, que se atisba de alta intensidad.

Ambos mantienen posiciones numantinas. Y tienen sus argumentos. Para el líder de Podemos, la entrada en el Gobierno es una cuestión de supervivencia política. A este paso, la formación morada va camino de convertirse en un remedo de Izquierda Unida, un mero desahogo a la izquierda del PSOE, del que apenas puede aspirar a ejercer de muleta. Un gobierno de coalición haría historia. Y si Iglesias ocupara la vicepresidencia contaría con un altavoz decisivo. El líder de Podemos se arriesga en esta jugada. Ya se le acusó en el 2016 de impedir un gobierno de izquierdas y obligar a repetir unas elecciones en las que no logró el ansiado sorpasso de la izquierda. Su posición, además, acentúa la tirantez interna. Entre los comunes, por ejemplo, hay división de opiniones. Unos respaldan la firmeza de Iglesias, mientras otros creen que el electorado castigará que no se facilite un gobierno de Sánchez. Y no son pocos los que defienden que el asunto se debería someter a la consulta de las bases.

Para Sánchez, sería un desgaste excesivo la incorporación de Iglesias en el Gobierno, teniendo en cuenta que es un político de fuerte personalidad presto a marcar la línea ideológica. Es un sendero que los socialistas intuyen pedregoso y ponen como ejemplo la posición de Iglesias cuando se dicte la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes independentistas, nada más echar a andar la legislatura. En la Moncloa creen que es un precio demasiado alto teniendo en cuenta que Podemos no garantiza la mayoría parlamentaria para gozar de una legislatura cómoda. Una coalición de gobierno no implica sólo atarse a Podemos, sino también a los votos de los independentistas, ya que esa opción impedirá a Sánchez intentar, en algún periodo de la legislatura, posibles acuerdos con el PP o Ciudadanos.

El independentismo tampoco está unido en esta cuestión. Los presos de Junts per Catalunya han difundido una carta esta semana en la que piden que se apoye sin condiciones la investidura de Sánchez. Su mensaje llegó a Waterloo justo el día en que Artur Mas acudía a reunirse con Carles Puigdemont, quien hace un par de semanas transmitió a los suyos que era partidario de votar no en el Congreso. Por tanto, en el grupo parlamentario de JxCat conviven opiniones contrapuestas. En cambio, en ERC se abre camino la abstención, que es una forma de facilitar la investidura sin reclamar ningún compromiso a cambio. La posición de los republicanos y de Bildu –la estrategia de la izquierda abertzale es competir con el PNV– será la misma.

Este escenario, que Sánchez ve como un problema forma parte de la solución para otro expresidente. José Luis Rodríguez Zapatero estuvo en Barcelona esta semana y se mostró favorable a conceder indultos a los políticos presos si son condenados. También abogó por un acuerdo con Podemos y con nacionalistas e independentistas. Lanzó un mensaje a Sánchez: “Nada hay más importante en esta legislatura que el tema catalán”. Y otro a ERC y JxCat: “Si quieren que la crisis catalana se aborde con cierta profundidad, deben facilitar la gobernabilidad sin más”. Claro que Zapatero, quizá recordando los avatares del Estatut, admitía que, como presidente, escuchaba los consejos barruntando lo fácil que se ve todo desde fuera al contar con menos información. Sin olvidar que él es un político de un optimismo a prueba de realidades.

El poder de la Diputación

Contar con el gobierno de la Diputación de Barcelona no es cualquier cosa. Supone un importante polo de poder territorial y recursos, aunque las batallas políticas para alcanzar su control no adquieran el relieve público del Ayuntamiento de Barcelona. En estas semanas se está dirimiendo una curiosa pugna por ese gobierno. Contra todo pronóstico, Junts per Catalunya, con el beneplácito de Carles Puigdemont, está intentando un acuerdo con los socialistas y los comunes para hacerse con la Diputación de Barcelona, lo que supondría dejar fuera a ERC. Para JxCat, frenar la ascensión de los republicanos se ha convertido en una prioridad.

Empresas y ANC

El polémico buscador puesto en marcha por la ANC de empresas favorables a una república catalana ha provocado las críticas de Foment del Treball y de la Pimec, que consideran que se trata de una forma de boicot encubierto para todas aquellas empresas que no figuren en esa lista y que, por tanto, se consideren hostiles al proceso independentista. En principio, no parece que esa iniciativa vaya a provocar ningún descalabro económico. Pero sí que suscitó inicialmente la preocupación del Ministerio de Economía, que se interesó por las posibles consecuencias. La Delegación del Gobierno les tranquilizó sobre el alcance de la iniciativa.