El seguidismo al discurso del PP y Vox resta convicción al partido de centro liberal para reconquistar su espacio político
Ciudadanos no ha salido aún del estado de shock en que lo dejó la pérdida en noviembre de 2019 de 47 de sus 57 diputados. Desde entonces ha sido un partido expuesto tanto a las fugas espontáneas de cargos como a la caza y captura desacomplejada de estos del PP, con trasvases de nombres rayanos en la obscenidad política. En apariencia nada ha alterado su discurso: es socio de gobierno en Andalucía aunque dejó de serlo en la Comunidad de Madrid —tras el adelanto sorpresivo de las elecciones a mayo de 2021, promovido por Ayuso—, y luego está la más reciente y cruel ruptura del acuerdo de gobierno por parte del presidente Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León. En declaraciones a este periódico, Inés Arrimadas no ha sido capaz de encontrar coherencia entre las conversaciones privadas con el presidente de Castilla y León para negociar los presupuestos de la comunidad y la convocatoria súbita de elecciones para el 13-F, apenas unos pocos días después de haberlas tenido. Atribuye a una decisión de la dirección nacional del PP ese cambio de idea de última hora e identifica como error los pactos a los que llegó con el PP en 2019 para que presidiera cuatro autonomías. Sin embargo, sigue sosteniendo Gobiernos del PP a la espera de que a Casado vuelva a convenirle otro anticipo electoral con la consiguiente y nueva decepción de Ciudadanos.
Arrimadas ha sido hasta hoy una presidenta desdibujada en su perfil de centro liberal, emparedada entre el acoso al Gobierno de Pedro Sánchez y el seguidismo de la estrategia contratodista de las dos derechas más fuertes, PP y Vox. Ciudadanos ha abandonado el espacio del centro político con ataques sobreexcitados contra Sánchez, y los socios del Ejecutivo de Sánchez. El combustible españolista contra el independentismo ha dejado de mover en el resto de España la maquinaria electoral en favor de Ciudadanos y da la impresión de ser una liebre a la espera del disparo que termine con ella: las elecciones de Castilla y León, las elecciones en Andalucía o, ya apurando la esperanza hasta el límite, las elecciones generales de 2023 o principios de 2024.
La visible irritación de Arrimadas ante lo que percibe como una deslealtad en toda regla de Pablo Casado puede ser la palanca para una reubicación política en el mapa del futuro inmediato: la exclusión de los apoyos de Vox sería coherente con el liberalismo centrista del partido. Ninguna encuesta indica que la estrategia seguidista del discurso de PP y Vox haya beneficiado sus expectativas electorales, pero también la demoscopia sigue identificando un espacio electoral de centro basculante, elástico y desmotivado hoy ante la oferta política. En el supuesto de que aún tengan tiempo para la resurrección, en su radio de captura estaría incluido el electorado socialista menos entusiasta con la coalición de gobierno pero también el votante del PP menos convencido del solapamiento del partido con Vox. El tirón de un liberalismo progresista en el orden moral y más conservador y hasta derechista en términos económicos fue parte del atractivo regeneracionista de Ciudadanos durante años, pero esa oferta se volatilizó de su discurso y su práctica política, o apenas asoma entre los titulares antisanchistas más descarnados de sus portavoces. Ciudadanos tiene espacio social y político para la supervivencia, pero lo que no parece tener es convicción para reconquistarlo: el bibloquismo del que reniega Arrimadas estuvo hasta ayer reforzado por su partido.