El odio es un arma de largo alcance. Basta una pasión mal combinada con la vida para que un sujeto se convierta en verdugo y apoye la mano en la empuñadura del machete. El machete puede que no tenga hoja de sierra, ni filo, incluso que no exista. Basta con airear un secreto lo suficientemente humillante como para abrir en canal a cualquiera. Vale con robar un vídeo privado como el que ha matado a Verónica. 32 años. Empleada de Iveco. Se suicidó cuando supo que muchos de sus compañeros se pasaban de móvil a móvil una grabación íntima de hace unos años. El ex novio se encargó de butronear las imágenes. Y unos cuantos trabajadores de alrededor, de difundirlas. Verónica tenía dos hijos.

Y aquí viene el tema: seguimos batiendo récords de miseria. El infame que echó al aire el vídeo de esta mujer es un deshecho de la especie. Está claro. Quienes le dieron bola, puro estiércol prescindible. Los que no lo denunciaron, cobardes a plazo fijo. Los directivos que echaron este balón al córner, cómplices viscosos. Nada nuevo. Y así se puede armar la cadena evolutiva de la infamia. Hay una mujer muerta porque otros la arrastraron enganchada al estribo. Porque se esforzaron en acribillar su intimidad arrebatándole esa habitación propia, extorsionando su sagrado derecho a hacer de su cuerpo y con su existencia lo que le salga de la yema de los dedos.

Las redes sociales establecen un nuevo código de acoso y prendimiento público. Y en él demasiadas mujeres tienen amenaza segura. Otro escalón del machismo. Unos matan a escopeta y otros con el WhatsApp. El vídeo no asesinó a Verónica. Al suicido la empujó su ex novio con la redifusión. Son cosas distintas. Difundir es maltratar. Ofender. Traicionar. Prender y rapar. Encarnizarse con la dignidad ajena. Un torerillo de plató dice que «los hombres no somos capaces de tener un vídeo así y no enseñarlo». Es posible sospechar que al señorito esas juergas le divierten. Otros seríamos muy capaces de no aceptarlo, de no verlo, de no difundirlo y de denunciarlo. Es un asunto de vocaciones: a muchos tíos no nos atrae la de apaleador de intimidades.

Vapulear a un ser humano por sus placeres, parafilias y demás opciones de carácter sexual es reaccionario. Hacer de esas escenas una fogata en la calle con la víctima dentro, atroz. Verónica se suicidó por eso mismo. Hay culpables, cómplices y cobardes. No es el nuevo espíritu de los tiempos, sino la vieja miseria de los hijos de puta de siempre.
 
 

FUENTE: ELMUNDO