La conocida frase del ‘Todo para el pueblo’ tiene unas connotaciones que me retrotraen a tiempos pasados no demasiado felices. Es más, cada vez que la oigo se me ponen los pelos de punta porque ese conjunto de palabras alude a una forma de gobernar donde los soberanos del siglo XVIII asumían una novedosa forma de hacerlo. Se trata, ni más ni menos, de utilizar su indiscutible supremacía, o su posición por encima del pueblo, para incentivar la cultura y mejorar las condiciones de vida de sus súbditos. Un pueblo llano que, dicho sea de paso, estaba obligado a rendir pleitesía al omnipresente y omnipotente personaje de turno.
Por otro lado también hemos visto cómo en este país se ha puesto de moda en los últimos años el asunto de ‘devolver la democracia al pueblo’, o lo que es lo mismo, gobernar a partir de lo que se recoge en la calle y llevar a las instituciones propuestas de todo tipo, por más descerebradas y absurdas que sean. Como si aquí la democracia no existiera desde 1978.
Y si todo esto se produce en medio del alud pluripartidista que estamos viviendo cada vez que hay elecciones, entonces creo que ha llegado el momento de echar el freno y ponerse a pensar un poco. Porque la única verdad que escuché el pasado fin de semana en el transcurso de las presentaciones políticas que se produjeron fue cuando se nos dijo que la época del bipartidismo ya ha pasado a la historia. Todo lo demás es, por decirlo suavemente, más de lo mismo.
Y en medio de esta ‘política de altura’ que estamos acostumbrados a ver en Mazarrón a diario, no se pueden imaginar ustedes la tremenda tristeza que me invade cuando vemos que todo se reduce a calles barridas y farolas encendidas que, a la postre, es hasta donde deben llegar las entendederas de aquellos que aconsejan a las caras visibles de las diferentes agrupaciones políticas que se van presentando.
Es tan triste ver cómo el discurso se mantiene a esos niveles tan mínimos, que da pena pensar en los programas electorales que se nos vayan a ir presentando. Y parece que hay quien piensa que la gente tiene la memoria de los peces. Es decir, que cuando se suben a la poltrona y se colocan con el micrófono por delante es como si se creyeran que todos los que están delante o tienen encefalograma plano o, sencillamente, son tontos. Porque yo me sentiría insultado en mi pobre inteligencia si alguien me quisiera engañar a estas alturas con un chupa chups o con el timo de la estampita. Y eso es lo que parecen querer algunos.
Lo que pasa es que vamos con un poco de retraso, y me explico. Dentro de las adendas que se nos gritaban a los cuatro vientos había como una especie de ensalada que no había forma de digerir. Había proclamas que bien podían ser aplicables a otros partidos y a otras ideologías y que, sin rubor alguno, se echaban en el mismo recipiente. Todo ello, eso sí, sazonado con buena cerveza o música de altura, que es importante para que el mensaje llegue bien.
Con esta altura de miras, ustedes me dirán. Pero volvamos al planteamiento inicial, al de la frase de ‘todo para el pueblo’. Aquí tenemos que decir que aquellos monarcas que la abanderaron realmente intentaron poner en marcha una serie de reformas encaminadas a modernizar las estructuras económicas, administrativas, educativas, etc. de sus respectivos reinos. Sin embargo, aquí nos vemos obligados a volver la vista hasta no hace muchos años donde Mazarrón, efectivamente, estuvo gobernado por una coalición de partidos y que al final de ese tiempo dio para artículos de prensa muy jugosos y para líneas como la que transcribo a continuación, en la que se nos decía que «Mazarrón está definitivamente muerto, liquidado, finiquitado, arrasado por la incompetencia, la mentira, y la falta de voluntad donde habría de haberla”.
Una frase que, visto lo visto, viene a ser la consecuencia natural de las premisas mencionadas anteriormente. Verán ustedes, mal andamos si en una sola arenga lanzamos el mensaje donde mezclamos lo de la ‘voluntad del pueblo’ y además nos erigimos como los encargados de llevar a las instituciones esa ‘voluntad popular’, portando la voz de la calle, como si de la mismísima libertad se tratara guiando al pueblo. Máxime si se nos olvida, no ya la historia de hace un siglo, sino el pasado más reciente y venimos de nuevas como si no tuviéramos ya un bagaje más que largo y conocido por todos. Es extraño, pero es así.
Pues bien, a nada que hayamos terminado los estudios primarios, todos sabemos que el que viene dándolo todo por el pueblo en realidad lo que propugna es el modelo despótico de finales del siglo XVIII. En relación a este hecho hay que recordar la revisión histórica que se viene haciendo de este periodo en concreto, porque se pone en duda la verdadera intencionalidad reformista de aquellos reyes que abrazaron estas ideas. Lo que nos lleva a una última figura, la del déspota, o lo que es lo mismo, un ser que finge el bienestar de los demás cuando, en realidad, sólo procura el suyo propio.
Si me lo permiten, tristemente yo me voy a quedar con tres adjetivos de la frase enunciada anteriormente, aquella que nos habla de un Mazarrón arrasado por la incompetencia, la mentira y la falta de voluntad donde habría de haberla. Sin imaginación, sin iniciativa sin propuestas reales de futuro propagadas a los cuatro vientos en discursos vacíos y plagados de tópicos eternos… Es triste, pero la realidad es así. Bien empezamos.