Después de varios días jugando al despiste y rumiando las directrices emanadas desde Berlín por parte del general Puigdemont, el presidente de la Generalitat y el Rey de España se miraron por fin a la cara en el palco del estadio del Gimnàstic de Tarragona con la excusa del deporte y de los Juegos Mediterráneos como puente para una breve tregua. Finalmente se pudieron saludar en privado y, al menos en público de cara a la galería, separados en sus asientos por Pedro Sánchez,asumieron una coreografía de respeto al compromiso institucional; eso sí, sin un solo gesto de más, como si no les quedase más remedio que tolerarse mutuamente durante un par de horas.

Quim Torra también pudo cumplir con su anuncio en las redes sociales de regalar al Monarca el libro de Jordi Borràs Dies que duraran anys sobre el 1 de octubre. «Quiero que quede claro lo que pasó, porque nosotros no lo olvidaremos nunca», escribió. También le entregó los informes del Síndic de Greuges, el defensor del pueblo en Cataluña.

Unos minutos después de ese breve encuentro, la amenaza de una gran pitada al Monarca durante el acto se evaporó en cuanto se mencionó por megafonía su presencia en el recinto. Al contrario, decenas de banderas españolas ganaron por goleada a alguna estelada aislada. Los signos independentistas se limitaron a unas pocas pancartas sobre los presos que se desplegaron brevemente.

La pitada, de hecho, se la llevó Torra cuando su nombre fue citado por el alcalde de Tarragona, Josep Fèlix Ballesteros. También despertó inicialmente algún silbido el himno nacional, pero la ovación fue atronadora a su finalización. En el Nou Estadi, Tarragona mostró una vez más que no se siente cómoda con el monocultivo secesionista que había amenazado con boicotear el arranque oficial de sus Juegos.

Un par de horas antes de que diese comienzo la ceremonia, la marea del lazo amarillo, muy ruidosa como siempre con sus pitidos y sus consignas habituales, concentró unos cientos de simpatizantes en pleno meollo de la antigua Tarraco romana, junto al anfiteatro, pero quedó muy lejos en número de anteriores convocatorias y apenas significó una anécdota que despertaba la curiosidad de los numerosos visitantes internacionales que paseaban por el corazón turístico de la ciudad mediterránea.

Torra, quizá con el ánimo de compensar la marcha atrás en su anunciado desplante a Felipe VI, alteró la agenda prevista y se acercó a los representantes de la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural, convocantes de la protesta, para evidenciar su apoyo a «una Tarragona que es de los tarraconenses». A cambio le regalaron los oídos con los clásicos «president, president» y «ni un pas enrere» (ni un paso atrás). Tras cantar Els Segadors todos a coro, Torra abandonó a sus fieles para adentrarse en territorio comanche junto a su guardia pretoriana.

En los alrededores del estadio, con un despliegue policial impresionante, el presidente de la Generalitat pudo contemplar con sus propios ojos cómo también existe esa otra Cataluña que luce sin complejos las banderas de España y se siente orgullosa de unos Juegos que son imagen de España a nivel internacional. Excepcionalmente, los Mossos d’Esquadra tuvieron que emplearse a fondo en algún cordón de seguridad para evitar que saltase alguna chispa entre los grupos más radicales.

Con respecto a la ceremonia en sí, se cumplió la sensación de apatía popular hacia unos Juegos que no han terminado de despertar el fervor esperado por el alcalde. Tarragona no se volcó a fondo y el campo del Nàstic, con capacidad para 14.000 espectadores, lució algo más de media entrada -mayoritariamente invitados– para contemplar la vuelta de honor de los más de 3.600 deportistas de 26 países que se han registrado en una inscripción récord. Las voces de Lucrecia Antonio Orozco,entre los artistas más reconocibles, sonaron para acompañar una coreografía con claras reminiscencias ligadas a Roma y a la civilización mediterránea.

 

 

FUENTE: ELMUNDO

 

Al Rey, lo que es del Rey

 

Es poco creíble que un presidente de la Generalitat y los dos que le precedieron en el cargo ignoren el papel del Rey. La Constitución Española, a punto de cumplir cuarenta años, estableció una Monarquía parlamentaria en la que a aquel no se le atribuye ningún cometido político, más allá de la vaga definición de ser el garante de la unidad de España y del normal funcionamiento de las instituciones democráticas. El monarca, que puede representar a España en el exterior, no tiene atribución política concreta. Pedirle, por tanto, una reunión para negociar sobre Cataluña ni es procedente ni puede derivar en ningún impacto real sobre la situación. La única explicación posible a tal iniciativa es que responde a una mera acción de propaganda y agitación del independentismo catalán.

El fracaso de la vía unilateral hacia el secesionismo está obligando a sus defensores a conformarse con gestos simbólicos de escaso recorrido que sigan alimentando, sin embargo, su discurso. La carta enviada por Quim Torra a Felipe VI y firmada con el expresidente fugado Carles Puigdemont cumple ese cometido. De paso, con la previsible negativa del monarca, la misiva ayuda a construir la coartada a los desplantes a la Corona, ya sea impidiendo su presencia en el lugar habitual de entrega de los Premios Princesa de Girona u obstaculizando, este viernes en Tarragona, su asistencia a la inauguración de los Juegos Mediterráneos.

El cambio de Gobierno en Madrid favorece la distensión que necesita Cataluña. El Ejecutivo ha fijado el encuentro de Pedro Sánchez con Torra para el 9 de julio. Ese es el marco adecuado para iniciar la nueva etapa. Mientras, convendría respetar las instituciones del Estado, entre las que destaca la Monarquía, que ha desempeñado un papel muy relevante en la democratización y la estabilidad del país y a la que siempre se ha exigido neutralidad y respaldo a las decisiones tomadas por el Gobierno democráticamente elegido.

 

FUENTE: ELPAIS