Se han encendido las luces de emergencia de una sociedad corroída por el egoísmo, la violencia psicológica, el chantaje emocional y la ignorancia de las tramas políticas y religiosas, el consumo bestial de rencor y la falta de cultura que nos ha legado una débil civilización corrompida. El relativismo es la norma de conducta y se transmite en cantidades industriales utilizando los medios de comunicación visible e invisibles, con especial falta de escrúpulos en las cadenas de televisión, las del Estado y las privadas, a tumba abierta, para obtener beneficios con audiencias millonarias que dan malas ideas en espectáculos cargados de odio. El resultado  descarnado es que todos los telediarios arrancan prácticamente a diario con sucesos morbosos, desde la violencia de género masculino y femenino al abandono de nuestros abuelos, padres y menores, como esos ancianos canarios recluidos en un hospital. Solo queda que los dejemos tirados en una gasolinera como respuesta a sus ayudas en la crisis interminable.

 

La inquietud es insuficiente para  derribar murallas, líneas rojas populistas, cerrar trincheras y terminar con golpes bajos a la familia, que en todas las culturas, hasta las ubicadas en las selvas, ha sido hasta hace una década, un valladar sólido y estable, con sus problemas de comunicación y las trampas éticas que nos están sirviendo, montadas por los comandos armados de odio que buscan la destrucción total del individuo y dejarlo a merced de estados totalitarios o de la descomunal maquinaria de un capitalismo desbordado que ha irrumpido en hogares desplomados por las depresiones. Puede ser letal, nos confesaba un padre-abuelo, explicándonos, perplejo, como un hijo le recomendaba un asilo, hoy llamado residencia, en donde en numerosas ocasiones, nuestros mayores son explotados, sin que el Estado y los gobiernos se tomen en serio la tremenda soledad de millones de españoles de la tercera edad, y algún partido dé la nota de sentido nefasto como «esos viejos de una España vieja».

 
 

Los recientes sucesos de asesinatos familiares, que vienen de largo, han conmovido momentáneamente a la sociedad española. Los murcianos tenemos terribles experiencias de las acciones criminales de esos monstruos como el de la catana, la madre que ahorca a dos hijos o estos últimos en Las Torres de Cotillas, dentro de la misma  tónica inhumana como el asesinato del pequeño PESCAÍTO, posiblemente testigo mudo de una familia con problemas de sana convivencia, diálogo y el vehículo trascendente del respeto.

 

 

La sociedad española y la global es víctima del deterioro progresivo del monstruo de la política en manos de unos descerebrados, que en una nación predican lo que ellos llaman el amor fraterno, y en otras la muerte. No hay tregua, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, aquí en la tierra se mata a mansalva y se vuelve a la Edad Media con largas guerras religiosas que falazmente tratan de explicar que son producto de luchas de civilizaciones. Putas mentiras. Apestan a crisis económicas calculadas en las que siempre son perdedoras las clases media y trabajadora, instrumentalizadas, manipuladas e intoxicadas por unos y otros con sus poderosos medios informáticos de unas redes sociales delincuentes, que nos bombardean sin piedad hasta convertirnos en auténticos robots sociales.

 

La «Generación  Bárbara», comprendida entre los años ochenta y hoy, arrasa nuestras vidas y la de ellos que sufren las consecuencias de una sordera colectiva mundial, cuando hasta las piedras hablan y diagnostican que la esperanza anda a punto de agotarse, y la paz. En nuestro país, basta observar atentamente el complot catalán urdido fríamente y como el protagonismo de la violencia callejera y urbana, es de gente joven y hasta muy joven que suelen comportarse como bárbaros. Los hemos visto en directo y podemos asegurar que la mayoría de ellos forman parte de la clase burguesa, de los mercaderes y el dinero envenenado. Los han comprado y bendecidos otros que como siempre tiran las piedras y esconden sus sucias manos. El  fondo intelectual y formal, escribía recientemente Raúl del Pozo, recuerda el viejo carlismo mezclado, en cóctel fatal, con populistas radicales y antisistemas y un chorreón de vinagre separatista. Tienen coartada. Derribar el Estado, romper la estabilidad  política, social, económica y levantar una dictadura con un falso rostro republicano, y finalmente desflorar la democracia europea, ante la pasividad de los mediocres constitucionalistas embriagados de estupideces peligrosas y vacíos de ideas constructivas.             

 

                                   

 

 

EL  ZORRO