ENRIC JULIANA

 

Josep Borrell, alto representante de Política Exterior de la Unión Europea. No es poco lo que Pedro Sánchez ha conseguido en Bruselas, pese al revés sufrido por la candidatura del socialista holandés Frans Timmermans para la presidencia de la Comisión, auspiciada por el presidente español en tanto que negociador jefe de los socialdemócratas europeos.

El frente nacionalista de Visegrado ha frenado a Timmermans, e Italia, en estos momentos trágicamente aliada con los nacional-populistas húngaros y polacos, le ha enseñado los dientes al presidente español. En el podio europeo, España está ocupando ahora el tercer escalón que siempre ambicionaron los gobiernos italianos. España: pro Unión Europea y muy aliada de Francia. Italia: peleada con Bruselas, en constante tensión con Francia, protegida por Donald Trump y con hilo directo con Vladímir Putin. Está surgiendo un fuerte antagonismo estratégico entre los dos países más grandes del Sur de Europa que no va a traer nada bueno.

Los socialdemócratas se ven obligados a sacrificar a Timmermans, pero Emmanuel Macron logra colocar a su compatriota Christine Lagarde en la presidencia del Banco Central Europeo, taponando al “halcón” alemán Jens Weidmann. Francia siempre gana en Europa. A Sánchez le ha ido mal en tanto que negociador jefe de los socialdemócratas, pero regresa a Madrid con un importante encargo para el veterano Borrell.

Un socialista catalán muy alérgico al independentismo va a timbrar la política exterior europea. La ventana de oportunidad semiabierta en el 2012 con la convocatoria del referéndum de independencia de Escocia, con el beneplácito de Londres, se cierra definitivamente para el independentismo catalán. Esa ventana ya se cerró en octubre del 2017, cuando Carles Puigdemont desperdició la oportunidad de convocar unas elecciones –bien inmediatamente después del 1 de octubre, bien a finales de aquel mes– que podían haber reconducido la situación sin daños mayores para la autonomía catalana. Ahora se cierra el pestillo. No hay margen para cuestionar la democracia en España cuando un dirigente socialista español asume la máxima responsabilidad de la política exterior europea. “El ministro más indigno de la democracia”, según palabras del diputado Gabriel Rufián el 21 de noviembre del año pasado, pasa a ocupar un lugar de primer orden en la política internacional.

La bronca de Rufián con Borrell en el Congreso quince días antes de las elecciones andaluzas fue muy beneficiosa para Vox, que logró dar la campanada en los comicios autonómicos del 2 de diciembre, provocar una sensación general de sorpresa y tensar la situación política general de manera verdaderamente extraordinaria. La agilidad de Iván Redondo, jefe de gabinete de Pedro Sánchez, al sugerir el adelanto electoral de abril, después de la manifestación de la plaza Colón, rompió esa espiral.

Todo va muy deprisa. Sánchez ha logrado fijar un mensaje antes de negociar su investidura: “España regresa a Europa”. Borrell recibe un excelente encargo. Un pragmático Rufián aboga ahora por la abstención de ERC. Y el sector más rígido del independentismo catalán, cerrada la ventana de oportunidad que creyó ver abierta, vuelve a sentir la tentación antieuropea. Sería su último error.