Una, dos y tres, una, dos y tres, lo que ustedes hacen para el pueblo es. “Esto es la gleba señores, vengan y anímense, que aquí estamos nosotros, somos Papá Noel”. Es cierto que no es fácil realizar una lectura realista de lo sucedido en Valencia. Cuando el número de muertos supera los doscientos y se confirman los destrozos en campos, pueblos, comercios y hogares, nos vienen a la memoria otras catástrofes en Valencia, Tous o Biescas. Una, dos y tres…De todas ellas hubo que aprender algo, respeto a las víctimas, la reparación de los daños o desperfectos y los sistemas de compensación. Lo que no parece claro es que hayamos aprendido a estimular la generosidad o gestionar la información, pues hoy las autoridades todavía tienen problemas para construir un relato oficial. La diversidad de fuentes y la pluralidad indeterminada de relatos, dificultan la posibilidad de una narración objetiva, imparcial y creíble de la respuesta a los hechos.
Si a ello añadimos el papel de las emociones en tiempos de fango informativo y bulos comunicativos, el terreno parece abonado para el desconcierto cívico y la desgarradora perplejidad. Eso sin contar con las dificultades que ocasionan las diversas administraciones públicas por incluir la polarización y el carroñerismo político en la elaboración cuidadosa de la veracidad en los relatos. Para mandar hoy en alguna parcela de la vida política basta con ser sumiso a la ideología del partido dominante, estar callado y no dejar de aplaudir a sus líderes hasta que duelan las manos. “La democracia se ha convertido en el desgobierno de los ineptos. Nos la venden barata, con el precio en inglés, son todo lo honrados, que queramos creer”¿ tan difícil es aceptar ayuda, ser humildes, tener la cabeza fría y aprender de la catástrofe?.
Es un mal crónico de la política permitir que grandes ignorantes decidan las más importantes cuestiones para la ciudadanía. Lo que sería inviable en una empresa, se torna norma corriente en nuestros gobiernos, designando para materias complejas a los que poco o ningún mérito tienen, a los que nulas experiencias acreditan, a los que por su escasez de miras en algunos casos o por mil motivos distintos, jamás podrían ser los mejores. Es terrible que un ignorante con poder político y repleto de ignorancia determine nuestras vidas. La ignorancia individual es inocente, pero un ignorante con poder es catastrófico para una sociedad. Desgraciadamente, está a la orden del día de nuestra política.
Las personas inteligentes, competentes e instruidas tienen dudas (un síntoma de la búsqueda de la verdad con rigor crítico) mientras que las mediocres e ignorantes están llenas de certezas. La certeza es una convicción subjetiva que no siempre se corresponde con la verdad. Esta última es concordancia de lo que se piensa con la realidad. Quien confunde habitualmente la certeza con la verdad denota ignorancia y escasa capacidad de discernimiento. Hay ignorancias diferentes: inocentes, culpables y contumaces o insalvables. Los ignorantes sin culpa son los que nunca tuvieron una oportunidad para aprender. Los contumaces son los que se mantienen porfiadamente en el error, porque ignoran que son ignorantes.
Algunos grandes personajes del pasado, siendo conscientes del peligro de ser dirigidos por incapaces, proponían el gobierno de los sabios, en oposición al gobierno de los necios. Es un hecho que la ignorancia es muy atrevida, lo que la hace más peligrosa. La ignorancia crea monstruos políticos incapaces de reconocer su extrema insuficiencia, tienden a creer que son mejores de lo que son y, además, no reconocen la sabiduría de otros. Como ellos mismos creen que ejercen su trabajo de forma óptima no pueden darse cuenta de que existen mejores formas de hacerlo, si obtienen poder político dan lugar a la oclocracia o gobierno de la masa, que es una de las formas de degeneración de la democracia. -¡O nosotros o el caos! -¡El caos, el caos! -Es igual, también somos nosotros.
Comienza a construirse el relato público de esta última catástrofe y esperemos que la verdad no sea sacrificada por rifirafes cainitas y malintencionados. Nuestros nietos afrontarán mejor las próximas catástrofes si ven que los responsables públicos sustituyen el emotivismo, el amoralismo y el catastrofismo por la responsabilidad. Sobre todo, si en lugar de alimentar el egoísmo de partido incentivan la generosidad vecinal, respetan a las víctimas, evalúan daños con celeridad, reparan todo de inmediato y compensan a los afectados sin trampas o negligencias administrativas.
Los dirigentes políticos si son honrados deberían promocionar a los más capacitados para cada función, sin sustituirlos por quienes simplemente comulgan con su ideología. Poniendo en primer plano el mérito y la ejemplaridad contribuirían a la regeneración de la política. También sería necesaria una nueva praxis política que profundice en la democratización, fomentando una mayor y más directa participación de los ciudadanos en las decisiones que más les afectan. Esto requiere dejar de votar a unas siglas para hacerlo a candidatos concretos, con nombre y apellidos. “Una, dos y tres, una, dos y tres, lo que ustedes hacen para el pueblo es. Se revenden conciencias y recompramos la piel, nos vendemos de cara y le compramos a usted. Y si quiere dinero se lo damos también, usted lo da primero y nosotros después. Una, dos y tres, una, dos y tres, lo que ustedes hacen para el pueblo es”.
COLECTIVO “OPINIÓN PÚBLICA”