La corrupción aparece en cualquier lugar y en todos los momentos significativos e históricos. Ningún municipio, comunidad o país es inmune a esta realidad. Hecha esta afirmación, existen diferencias importantes entre distintas sociedades. En algunas se puede comprender, valorar, admirar y no castigar suficientemente al corrupto; en cambio, en otras la tolerancia es mínima. La sociedad no acepta este tipo de actos. Actualmente Mazarrón se encuentra en una situación social, económica y política muy difícil, debido en gran parte a décadas de convenida complicidad bajo un régimen bipartidista establecido para el beneficio de los mismos de siempre: la “trama clientelar” que sustenta la cicatera logia caciquil en pervertido entendimiento con los insaciables gurús de los viejos partidos, confabulando desde el “Gran Sanedrín Fáctico” para restablecer la “codiciada hegemonía bipartidista en Mazarrón”.
Es una constante histórica la existencia de un maridaje, no siempre bien avenido, entre la política y el dinero. Tanto la una como el otro se buscan mutuamente con el fin de mantener, asegurar o incrementar sus respectivas áreas de influencia. Y tanto la una como el otro exploran caminos no siempre legítimos para alcanzar ese objetivo. No todo el dinero que aflora en la política es un dinero sucio. Pero no es menos cierto también que el dinero suele comprar medidas políticas y cargos públicos. La corrupción dentro de los partidos políticos, en los sindicatos, en la administración a todos los niveles ha sido, y lo sigue siendo, una parte normal del sistema establecido. La corrupción también es un elemento de la actividad de los grupos de presión. Es posible admitir que la corrupción ha contribuido a mantener la democracia representativa, y en ello los incombustibles “pata negra” de la política local son expertos.
Continuamente surgen en los medios de comunicación hechos cada vez más graves que escandalizan a los ciudadanos. Parece que la corrupción está incrustada en la estructura social y cultural. En este artículo, a través de una revisión documental ojeando hemeroteca, abordamos un tipo de corrupción de baja intensidad, el clientelismo. Existe una relación estrecha entre políticos y afiliados, amigos, allegados y conocidos. Las élites construyen redes clientelares, donde los políticos reciben apoyos y los ciudadanos contratos de trabajo, ayudas, subvenciones y, hasta alguna metopa de lambetada. Ambas partes salen beneficiadas, contra un grupo significativo de ciudadanos que no participa y está al margen de políticos y prebendas. Estos tienen muchas dificultades para acceder por igual a determinadas Instituciones, servicios, trabajos, y continuar su vida cotidiana con normalidad, en un lugar donde imperan la ley del hampa y el clientelismo que cada “cartel benefactor” manejan en su interés…”do ut facias”.
POST SCRIPTUM: “No cabe duda de que los acuerdos políticos son necesarios y en sí mismos legitiman las decisiones, siendo de esperar que estén inspirados en el bien común”. Falta hace.