Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye ||
Over all the Obscene boundaries es una colección de poemas de Lawrence Ferlinghetti (nacido en 1919), uno de los últimos poetas vivos de la generación beat (la de Kerouac, Ginsberg, etc). Sus viajes por toda Europa, su amor por la cultura universal, hasta su participación como oficial norteamericano en el desembarco de Normandía, le hicieron relativizar y odiar las fronteras.
Migrar, emigrar, inmigrar, son movimientos que forman parte de la Naturaleza. Los planetas y estrellas se mueven, las aves migran, las plantas migran (¿de dónde si no viene el melocotón, que en francés –pêche- o en portugués –pêssego- conserva su nombre de Persia? ¿Y la ciruela, Prunus armeniaca L.?¿Qué quedaría en nuestros jardines y parques si eliminásemos las plantas no autóctonas?).. Los libros, la poesía, el arte y la música traspasan las fronteras.
Así, los hombres siempre migraron por razones climáticas o demográficas, es decir, económicas, de sustento, otros huyendo de dictaduras, del racismo, del maltrato. ¿Cómo, si no, se formaron España, los países de América, por ejemplo?
Las migraciones de hoy, por encima de todos los nomenclátors (refugio, asilo, emigración) no van a desaparecer porque las mueve algo más fuerte que las normas, las fronteras y los Estados. Es la fuerza de las poblaciones, de la demografía, la pobreza, el clima, las satrapías.
Al encarar el problema global de las migraciones, los Estados y la sociedad civil reaccionan de formas diferentes, ambas insuficientes, obsoletas.
El Estado se limita a aplicar los principios de soberanía y de territorialidad: sus ciudadanos tienen derechos, los migrantes, no, pues no son nacionales. Y así recurre a la fuerza o a limitar los daños, como cuando descarga en la Guardia Civil la responsabilidad de rechazarlos, de salvarlos del naufragio.
La sociedad, por su lado, se mueve entre el humanitarismo voluntario y la caridad. Y sobrevuela siempre la manipulación populista, tanto de derechas, tipo Salvini, basada en explotar el miedo, como de izquierda, tipo Podemos, del angelismo antisistema.
Los que tienen miedo a los migrantes lo compensan con el paternalismo caritativo. Muchos de los que denuestan hoy al gobierno porque tienen nostalgia de las fronteras y los muros, de las alambradas. Pero tienen a su servicio empleadas domésticas sin papeles ni Seguridad Social, contratan en sus fincas –mientras no les pillen- a africanos desprotegidos. Dan limosna en las puertas de las iglesias y las pastelerías, sin reclamar justicia, sólo caridad. Esa caridad ancestral que viene desde la época del Siglo de Oro, en que los mendigos, los pobres y desharrapados formaban parte de nuestro paisaje y de nuestra buena conciencia. Parafraseando a Luis Carandell, aquel gran cáustico humorista, (‘Democracia, pero orgánica’), hoy dirían, ‘Inmigración, pero educada y ordenada’.
Del otro lado, una cierta extrema izquierda, siempre tan oportuna –u oportunista-, aprovecha la menor ocasión, incluso la falsedad, como en el caso del fallecimiento del senegalés en Lavapiés, para denostar a los “cuerpos represivos”. Pero no he visto muchos de esa extrema izquierda dar clases de español a los inmigrantes, por ejemplo, hacer algo más que gritar o manifestarse (cosa que sí hace Caritas).
Del mismo modo que las migraciones no estaban contempladas en los manuales marxistas ni en las tesis liberales, así nuestro Derecho internacional, que se contenta con un supuesto derecho a la libre circulación. Según el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos “1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.
Es, como queda claro, totalmente insuficiente para poder ser aplicado a los migrantes porque está basado en los Estados, con territorio y soberanía, no a nivel mundial. Las obscenas fronteras subsisten.
De ahí que los Estados, los gobiernos, los partidos, carezcan de políticas migratorias. Se mueven entre los muros, las declaraciones y la fuerza militar o policial, según las circunstancias, a la deriva, nunca mejor dicho, como las pateras.
Las competencias de la Unión en esta materia son limitadas, las normas comunitarias son en esta materia, obsoletas, están sobrepasadas por la realidad.
Pero siempre tenemos para excusarnos a la Unión Europea, con sus regulares acuerdos –quizá fueron en ese momento los únicos posibles, como el de Dublín-. Por otro lado, siempre tienen los tecnócratas la gran excusa del presupuesto, con la que justificamos la insuficiencia de la acogida (aunque pocos discutan obras públicas mayestáticas e innecesarias como muchos AVEs y muchas autovías o aeropuertos que han descabalado nuestras cuentas públicas).
En las normas de la Unión Europea y cuando se reforme la Constitución, habrá que incluir los derechos de los inmigrantes como una especie de derecho a la hospitalidad, un derecho en ‘expectativa’, pero no el vacío legal, el limbo, que hay ahora. Por lo menos, tienen que estar garantizados el derecho a ser tratados con dignidad, alojados, a la salud, y a tener acceso a la educación, que es, tras el trabajo, el segundo instrumento de integración.
Mientras tanto, más valdría que la izquierda, ese intelectual orgánico que decía Gramsci, reflexione sobre qué derecho, qué política aplicar. Lo demás es dejar el tema en manos de los oportunistas, los que esgrimen el miedo, o los oportunistas de río revuelto.