ROBERTO L. BLANCO VALDÉS

 

¿Por qué se ha convertido el rey en el principal objetivo del separatismo? Es obvio. Porque la monarquía supone hoy un gran obstáculo frente a la secesión. Los rebeldes lo saben, y por eso se han propuesto denigrar al rey en Cataluña, valiéndose para ello de la ayuda de todo tonto útil que colabore en tan patrióticalabor. Los últimos, los diputados de Catalunya en Comú-Podem, quienes presentaron este jueves en la cámara autonómica una propuesta para abolir la monarquía, que, ¡por supuesto!, los partidos golpistas votaron jubilosos.

Lo relevante del asunto -que, entre otras cosas, demuestra la infinita deslealtad constitucional de un Gobierno nacional sostenido en el Congreso por tan delirantes aliados- reside en un hecho paradójico que descubre el juego sucio de estos republicanos de ventaja: todos proclaman que la monarquía no representa a nadie porque nadie la ha elegido, pero todos saben que es el alto apoyo social que, tras la sucesión en la Corona, ha vuelto tener la monarquía la que la ha convertido de nuevo en un potentísimo elemento de cohesión política y territorial, que dificulta de un modo extraordinario la posibilidad de hacer efectiva la ruptura del país.

Tal paradoja tiene que ver con la naturaleza de las monarquías parlamentarias en los Estados democráticos. Son en ellos los reyes, sin duda, un anacronismo, pues la democracia descansa en el principio electivo y la monarquía en el hereditario. Privados, sin embargo, de cualquier poder político, los monarcas parlamentarios se convierten no solo en los titulares de una institución que para nada impide que el Estado sea plenamente democrático, sino que pueden ofrecer una clarísima ventaja: la derivada de su imparcialidad, pues el carácter no electivo del titular de la Corona hace de aquella una institución situada por encima y al margen de la lucha partidista.

Los reyes carecen de potestas, y por eso solo los ignorantes creen, con la engañosa confirmación los mendaces, que la existencia de monarquías impide o deteriora la calidad de la democracia, majadería que se refuta sin posible discusión mirando hacia el Reino Unido, Dinamarca, Suecia, Holanda y Noruega. Pero, justamente porque han dejado de influir en el juego político que controlan partidos y poderes, pueden los reyes gozar de la auctoritas nacida de la percepción social de su imparcialidad.

Por eso, cuando Felipe VI, cumpliendo sus funciones, proclama que sin respeto a la ley desaparece el Estado de derecho, sus palabras hacen un daño a la causa secesionista muy superior al que aquellas provocan cuando las pronuncian políticos de los partidos constitucionalistas.

Y por eso, no lo duden, han decidido los rebeldes abrir contra el rey fuego a discreción: porque si lograsen tumbar la monarquía darían un paso de gigante para acabar con la España que odian y que actualmente, ¡gracias a Pedro Sánchez!, cogobiernan.