«GLORIA AL CÉSAR»

Hoy iniciamos la publicación de una breve selección de artículos aparecidos en el libro MURCIA INDIGNADA, escritos por nuestros compañero José Juan Cano Vera. Próximamente irán apareciendo hasta unos ochenta del pasado y unos sesenta del presente, que serán útiles para estudio a sociólogos y lectores, de la reciente historia del cacicato murciano, así como otros trabajos asombrosos, que entraran en ese mundo extraño de la perplejidad y la emoción de un pueblo ciertamente maltratado. Enmarcado en la sicopatía social. Todo ello en un libro proyectado para salir a finales de este mes de julio, pero aplazado porque suponen, autor y la editora, de otros acontecimientos muy duros, incluyendo revelaciones sobre el conocido MISTER EQUIS.

Una multitud plebeya, tribunos, pretores, magistrados, homos, senadores, regidores, lictores y soldadesca se agolparon en las proximidades del Campo de Marte. Allí estaban también personalidades de la res pública como Marco Calerus Cicerón, Quinto Iesus Pons, Pío Ruiz Vivorae, Craso Fayren, Atico Albertus Garre, Pompeyo Saura, Quinto Carrillo, Metelo Ruiz Abellán, Cinco Cerdá, Léntulo Contreras, Cátulo Montiel, Lúculo Coronado, Marco Jara y Bruto Cámara. En lugar destacado Carlus Egea. La multitud rugía de satisfacción. Llega el César y su extensa familia de parientes, hermanos y corte de amigos. Le precedía Catilina. Lo vimos llegar. Y su curiosa escolta, una mezcla de jóvenes pijos y féminas orientales. Luego al gran Hibrida cuya ruidosa panda de jugadores y personal del ladrillo, como Sabido Polaris y Pentera Fuertes, casi parecia un grupo de discretos párvulos.

Los políticos y senadores ya estaban en la Cámara. De repente, al principio de la Gran Via Apia, en las proximidades del Corte Britanicus, llegó el sonido de los tambores, chirimías y flautas. Dos columnas de jóvenes doblaron la esquina norte agitando ramos por encima de sus cabezas. Allí estaba, helo, helo por donde viene César, el murciano glorioso. Le acompañaban, a los lados, un considerable número de caballeros encabezados por Atico y seguidamente por Quinto con una docena de senadores de madera. Algunas doncellas lanzaban pétalos. El espectáculo encogía el alma de la masa. César oía a Adolfus Fernandez que le recordaba que solo era un hombre. El pretor Bruto Cámara hizo un gesto a los lictores para que dejaran paso a la comitiva. César Valcarcium ni se inmutó. Caminaba majestuosamente, in persom, vestido con una inmaculada toga cándida, la misma que vistió en Cartagonova, en la Asamblea del Pueblo Murciano, recibido por la fermosa Flora Barreirus.

Por primera vez nos dimos cuenta de lo buen actor que era, y que el atuendo había hallado su gloriosa personalidad. Paso casi sin ver. Reflejaba en su recio porte una mirada mayestática . Indudablemente era el primer hombre de la Urbe. Muchos se unieron a la cola de la procesión sacra caminando al centro aúlico en donde las vestales le esperaban. En la colina Capitolina.

De acuerdo con la tradición se quemó azafrán en las piras de los dioses. Y se hicieron sacrificios porque todo se sabe cuando se examinan las entrañas. Se invocaron a los dioses, muy especialmente al dios del Agua, en tanto Ruiz Vivorae y Lucio Ayala levantaban una enorme pancarta que rezaba AGUA PARA TODOS, que fue aclamada. Calmada la multitud, César tomó la palabra para rendir homenaje al tesorero mayor del Imperium, Carlus Egea, mentor de pobres, ayuda de jóvenes hipotecados, colaborador e impulsor del templo de Júpiter y del Circo de Cartagonova. Y habló rindiendo pleitesía al ilustre cónsul de los sestercios, euros y dólares del Consul Imperator recién elegido. Dijo: «Innumerabilis tua sunt in me officia, domestica, forensia, urbana, provincialia, en pública, in studis, in letteris nostri. Así est: Amen Carlus». Miró al tendido con un público enardecido. Aplaudian todos, incluso Clementis Garcia y Miquel del Toro. Ensordecedor.

Más allá, pasado el Ponte Anciano, también se celebraba otra fiesta, porque nunca un candidato había organizado un espectáculo tan brillante como el que siguió a Cayo Bermejo, el constructor, en su trayecto hasta el Campo de Marte. Y el mérito le correspondió a Marco Jara. Hubo desfile con músicos currantes, doncellas agitando lazos, actores de Zapaterus Dei, amas de casa, funcionarios de los Tribunales y representantes de la insula Perdiguera, así como una marea de votantes. Naturalmente no todo fue igual. Cayo Bermejo formaba parte del partido del capullo florido, y el Consul Imperator es hijo del recto Zeus. Delenda est ladrillum es fiscalis Lopus Bernal…el Guardia Civilis.

– ¡Ave, César! –

JOSÉ JUAN CANO VERA