DANIEL RAMÍREZ

 

El devenir de los acontecimientos, salvo sorpresa de última hora, está claro: Juan Manuel Moreno Bonilla, candidato del PP, será investido presidente de Andalucía el próximo 16 de enero con el apoyo de Ciudadanos y Vox. Pero, ¿existió otra posibilidad? ¿Fue la vía Borgen, en algún momento, algo más que el título de una serie de la televisión danesa? ¿Pudo gobernar Juan Marín a pesar de ser bronce en el podio electoral?

Resuelto el jeroglífico, Albert Rivera y Susana Díaz se culpan mutuamente de haber granjeado a Vox un papel clave en la legislatura que empieza. Los naranjas, en primera instancia, apelaron a la «responsabilidad» del PSOE para investir a Marín y dejar en fuera de juego a Santiago Abascal. La todavía presidenta de Andalucía fue taxativa: «El primero nunca hará presidente al tercero». El ministro de Fomento, José Luis Ábalos, apostilló: «Borgen es sólo ficción». Pero fuentes de la dirección socialista andaluza revelan a este diario que ofrecieron a Ciudadanos la presidencia en última instancia para anular la influencia de Vox. Un extremo que el entorno de Rivera niega tajantemente.

En público, la consigna de la secretaría general del PSOE a sus dirigentes nacionales y autonómicos fue clara: ni hablar de hacer ofrecimientos a Ciudadanos. Esa fue la actitud mostrada -Susana Díaz a la cabeza- a partir de la noche electoral. Rivera, en cambio, ordenó lo contrario: exigió el apoyo socialista a cambio del que él brindó en 2015. No obstante, la dirección andaluza del PSOE insiste en que se tanteó al presidente liberal para abrir una negociación in extremis «al máximo nivel».

En esa tesitura, el reloj empezó a correr. Lo que se preveía como una negociación larga terminó siendo un acuerdo suave. Antes de final de año, como prometieron Rivera y Casado el día de la Constitución, se anunció el acuerdo de la Mesa. Eso ya obligaba a PP, Ciudadanos y Vox a acordar un Gobierno porque quedaba descartado el deseo exteriorizado por el PSOE: dejar a los de Abascal fuera del órgano rector de la Cámara.

Susana Díaz llama a Vox «extrema derecha» y lo considera una regresión democrática. Rivera no llega a tanto, pero tacha a este partido de «populista». De ahí que, sobre el papel, no habría sido descabellado el acuerdo centrista que asegura haber propuesto la dirección del PSOE andaluz. «Es una intoxicación, eso no tiene ningún sentido. Lo hubiéramos aceptado, es lo que intentamos en un principio. Exploramos ese camino y nos cerraron la puerta», responde un portavoz autorizado de Ciudadanos.

Recién estrenado enero llegaron las noventa medidas que fraguaron el pacto de investidura entre PP y Ciudadanos. En ese momento, a uno y otro lado de la trinchera supieron que la influencia de Vox sería definitiva. Prevenido por sus socios europeos y por su candidato en Barcelona, Manuel Valls, Rivera delegó en los conservadores la tarea de negociar con Abascal cediendo lo mínimo posible. «No habrá foto», avisaron.

Vox se presentó a la mesa del PP con un documento de máximos, repleto de exigencias «inasumibles» referidas a la violencia de género o la inmigración. Sólo un día después -y probablemente no contaran con esto ni PSOE ni Ciudadanos-, el partido comandado por Abascal renunció a casi todo y se conformó con apenas dos concreciones: la creación de una consejería de Familia y la derogación de la ley de Memoria Histórica.

El Partido Popular presidirá la Junta con el peor resultado de su Historia en Andalucía. «Moreno Bonilla estaba muerto, lo hemos resucitado nosotros y, además, hemos tenido que hacerle presidente», lamenta un dirigente de Ciudadanos. «No aceptaron nuestro ofrecimiento», concluyen en el entorno de Díaz. «Nunca existió esa posibilidad», se defienden los de Rivera.