La política retrata perfectamente la complejidad de la condición humana: aunque es el fruto del razonamiento libre e individual, a menudo acaba transformada en una herramienta de opresión colectiva. Es capaz de amparar grandes horizontes de libertad, justificar los mayores niveles de sumisión y acoger las más altas cotas de autoritarismo. En términos estrictamente parciales, oportunistas e ideológicos, quienes ejercen la política persiguen a menudo inocularnos el virus del fanatismo, que obliga a los individuos a renunciar al discernimiento propio para abrazar sin fisuras los dogmas partidistas.                                                                                                        

Mientras que en otras actividades profesionales se procura prestar el mejor servicio a los clientes con el ánimo no sólo de retenerlos sino de atraer al mayor número de ellos, en la política los ciudadanos hemos dejado de ser los clientes reales o potenciales a los que satisfacer para convertirnos en los empleados que les sirven. Los políticos se han convertido en sus propios proveedores y clientes, y por eso los debates, iniciativas y propuestas parecen concebidas para una realidad ajena a nuestro día a día. Como dice el dicho….”A veces lo barato, acaba saliendo caro”….y, en este caso, podemos afirmar que la “política de saldo y gangas” establecida en Mazarrón nos va salir muy cara a todos.

Pero es cierto que la brecha entre la política y la cotidianidad nunca ha sido tan grande en la historia de nuestro pueblo como últimamente, con unos dirigentes públicos que aprovechan cualquier situación para embarcarnos en la continuidad del perverso régimen y una oposición que ha claudicado incomprensiblemente por activa y por pasiva. Porque todos han asumido que para gobernar tendrán que equipararse al conclave gobernante, imitando sus discursos, estructuras y métodos. Se ven incapaces de disputarle a PSOE y UIDM su propio marco mental, con su mismo ingenio, lo que en el fondo equivale a “pasar por el tubo” progre-populista de gobernanza para panolis, a cambio de perpetuar el “establishment local”, consolidar la “red clientelar” y un puñado de dádivas.

Si el centro derecha espera contar con la misma aceptación social cuando llegue al poder es que no han entendido nada, porque al jugar en un terreno de juego (outlet) sin reglas ni medidas han legitimado también su estructura del orden moral, en la que sólo los partidos coaligados son merecedores de justificación y hasta de indulgencia ciudadana. Ese nuevo mantra de que no se viene a la política a cambiar la sociedad, sino a parecerse a ella, es un auténtico disparate que nos coloca al borde del precipicio. Porque Mazarrón necesita cambiar, política, económica y socialmente. No escurran ese bulto recurriendo a la autocomplacencia y al “todo se compra y se vende”.

Renegar de los principios propios y asumir sin más los deslices ajenos no es síntoma ni de centrismo ni de moderación, sino de complejos, conformismo y cobardía. Además de ser pan para hoy y hambre para mañana, porque en algún momento habrán de despertar y asumir la realidad. Hay que corregir un montón de golferías y mejorar el funcionamiento Institucional, erradicar latrocinios y fomentar la transparencia. Todo ello implica apertura, comunicación y responsabilidad, así que tengan las narices de coger el toro por los cuernos en lugar de limitarse a lidiar con él mientras esperan que sea otro quien se encargue de darle la estocada.

Sólo les pido que dejen de maltratar a sus votantes para intentar pescar en caladero ajeno. Ampliar la actual base electoral es necesario, pero no es incompatible con conservar la que ya se tiene. Tampoco lo es hacer acto de contrición para atraer al votante desencantado o desubicado, si es que cuela. Porque mientras que la oposición se va fragmentando y desdibujando banalmente, la coalición ha sabido aglutinarse y parapetarse en el poder usando desenfrenadamente la política de saldo para la gleba y de gangas para los señores feudales. Una herramienta utilizada cuando se les complica o acaba la temporada y ven que no alcanzan todos sus propósitos y logrerías. Intentan entonces recuperar la inversión convenida, armonizar repartos más potentes e interesantes y liquidar el stock del partido, deshaciéndose de lo caduco y cambiar de estrategia.                                                                             

El precio moral e ideológico a pagar por un puñado de votos y repartirse las prendas de los dueños del poder de esta nueva generación de políticos puede ser muy alto: el exceso en la renuncia a los propios principios se traduce en una ausencia total de credibilidad ante propios y extraños. “Se arrepienten de todo corazón de todos sus pecados y los aborrecen, porque al pecar, no solo merecen las penas establecidas justamente, sino principalmente porque nos ofenden por encima de todas las cosas. Por eso han de proponer firmemente con la ayuda divina, no pecar más en adelante y huir de toda tentación de pecado”. Amén.

 

 COLECTIVO “EN CLAVE TRANSPARENTE”