El mundo político es complejo y no podemos estar siempre pendientes. Normal, por tanto, que la formación de la opinión pública tire mucho de los que llamamos “heurísticos” o atajos. La idea es relativamente sencilla. Dado que tenemos una serie de predisposiciones previas, de afinidades y valores, pero nos faltan el tiempo y las ganas para informarnos de cada asunto, tendemos a adoptar la posición de aquellos en los que confiamos. Gracias a este atajo, que empleamos en mayor o menor medida todos los votantes, podemos dar sentido a la discusión política. Por ejemplo, es probable que ninguno de los lectores (igual algún motivado) se haya leído con detalle los fundamentos del Tratado de Libre Comercio entre la UE con Estados Unidos. Sin embargo, si IU o Podemos lo critican, o hacen lo propio asociaciones o periodistas con pedigrí izquierdista, entonces lo más probable es que también se posicione en contra un votante que se considere como tal. No ha necesitado leer el TTIP para evaluarlo; como confía en el juicio de aquellos que cree que representan sus intereses, será propenso a ajustar sus opiniones para que se alineen con ellos.
Esto también implica que cuando un actor vira en su posición arrastra consigo parte de la opinión pública que le es afín. Un ejemplo sencillo es el crecimiento del apoyo a la independencia en Cataluña. Aunque tenga muchos determinantes detrás, un incremento importante del apoyo ciudadano a esta causa se produjo cuando CiU, el mismo partido que entre 2010 y 2012 pactaba con el PP, desde este último año, abrazó la idea de la independencia. Fue entonces cuando nutridos simpatizantes la siguieron.
La existencia de atajos no quiere decir que los individuos seamos marionetas. No sólo porque nuestras fuentes de influencia son plurales, sino también porque líderes y partidos tienen que mantener una mínima coherencia en las posiciones que hablan sobre el núcleo de su ideología.
Sin embargo, en contextos de polarización, con esferas comunicativas cada vez más cerradas, el atajo partidista puede tener un peso singular para definir el marco de competición política. Véase el apoyo que tiene Trump: por más que mantenga posiciones y actitudes extremas, muchas alejadas de sectores tradicionalmente conservadores, le protege el blindaje partidista de aquellos que se sienten republicanos, los cuales lo preferirán siempre a él antes que a cualquier alternativa progresista.
De ahí que sea tan importante el suelo moral común de los actores políticos; aquello que se considera aceptable hacer (o decir) por rédito político y aquello en lo que se deben refrenar desde el poder. Porque cuando se rompe ese delicado acuerdo el atajo partidista puede volverse el instrumento más eficaz para la quiebra de la democracia.