Y ya está, ya se ha terminado todo. Ahora tenemos prisa por volver a la normalidad y, por lo visto, como si aquí no hubiera pasado nada. Aceleramos la ‘desaceleración’ presionados por la economía para que la campaña de verano sea o sirva de algo, porque Mazarrón es uno de esos municipios sobre los que pesa la catástrofe si le quitas el turismo. Todos sabemos que, si para los demás es necesario, en nuestro caso supone un buen porcentaje de nuestra actividad económica global, entre los puestos de trabajo directos e indirectos que genera.
En estas últimas semanas hemos visto cómo se ponían en evidencia, ahora más que nunca, las diferencias ideológicas de los medios de comunicación más generalistas. Algo sobre lo que deberíamos reflexionar porque es importante conservar la independencia periodística, como uno de los signos distintivos de la buena o mala salud de los sistemas democráticos. Y en estos días hemos podido comprobar, casi palpar diría yo, la realidad de ese baremo europeo en el que los españoles figuramos a la cola de la corrupción. Es decir, que España es de los países más corruptos de la Unión Europea sólo por encima de Malta, Italia o algunos países de la última incorporación del antiguo ‘telón de acero’.
Parece que la palabra ‘corrupción’ ya es cosa del pasado, que pertenece a otro tiempo y que ya ha dejado de estar de moda. Que esa palabra solo se asocia a una ideología o forma de gestionar muy concreta, casi podríamos decir que con nombres y apellidos y, lo más triste, es que nos olvidamos de que en realidad, está presente en la médula y raíz de muchos de los problemas que hemos vivido estos días. Corrupción y una más que evidente y manifiesta falta de materia gris en estos momentos es lo más parecido que podamos imaginar a un cóctel explosivo. Ni más ni menos.
Ya hablábamos en esta anterior columna de opinión sobre la forma en la que se piensa afrontar la recesión económica derivada de ‘la crisis del Covid-19’. Supongo que a estas alturas el que más y el que menos ya habrá entendido que, en vez de fomentar el tejido productivo para generar empleo y que la gente pueda trabajar, se ha optado por reventar las cuatro pymes que van a quedar en este país y ponerle una paga a todo el mundo. Claro está, como todo el mundo sabe, la cuenta no hay forma de cuadrarla pero eso por lo visto es lo de menos porque ya la pagarán nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos. No importa.
En estos días hemos oído hablar mucho en términos de reconstrucción, equiparando la recuperación económica del coronavirus a la de una guerra. Y en esas estamos, lo malo es que nuestros antecedentes no son nada tranqui- lizadores y recordemos que la última guerra que tuvimos, el gobierno de la República se limpió las 638 toneladas de oro fino disponibles en Madrid a 18 de julio de 1936, y los sublevados la fueron amortizando hasta los años finales del siglo XX, a costa del bienestar de dos generaciones de españoles.
Con todo ello, me asusta pensar en el cariz que están tomando los acontecimientos donde ya empiezan a verse ciertos modos de actuar que más nos recuerdan al centralismo que a la llamada libertad democrática. Y es que hay que verlo todo en su conjunto, porque aquí estamos viendo una simbiosis perfecta entre ideología, gestión, administración y economía.
Desde este último punto de vista, el económico, no sé si estaremos todavía a tiempo en Mazarrón de salvar algunos muebles del verano. Dar cualquier paso en falso podría suponer la pérdida de vidas, literalmente. Y supongo que nadie querría ser responsable de la aparición de un rebrote de la pandemia en plena temporada de playas, a mí desde luego sí que no me gustaría estar en el pellejo del que le pase.
En cualquier caso, el tejido productivo nacional ya está sufriendo las consecuencias del descerebramiento de un gobierno que ha pensado que los españoles vamos a vivir de subvenciones y que, pasada la crisis, vamos a ir todos tan contentos a trabajar. Vayan ustedes a preguntar lo efectiva que ha sido la llamada a los parados para que puedan trabajar en el campo y recoger las frutas y hortalizas sin perder el paro. Que no ha ido nadie. Ahora piensen que una de cada tres empresas que estaban funcionando ya han dicho que cuando llegue la hora de levantar la persiana no podrán hacerlo.
Pregunten a todos, empresas y particulares, a los que la ayuda que se les está dando se produce a base de moratorias. Es decir, la deuda se retrasa, no se quita. No hay que pagarla hoy, pero sí habrá que pagarla mañana. Y por último, considerar lo que va a ser de un país con un 21 por ciento de paro y donde habrá veinte millones de personas viviendo de subsidios, directa o indirectamente y si las previsiones son correctas. Solo les diré una cosa. Cuando se produjo la anterior crisis, desde esta columna de opinión apuntábamos que la ayuda que la gente estaba recibiendo era de corte benéfico. Entonces era crisis económica y había un gobierno de otra ideología pero hoy, diez años después, y cambiada la ideología y el gobierno, nos volvemos a encontrar con lo mismo. ¿No les da qué pensar?.
EDITORIAL LA VOZ DE MAZARRÓN
Ser leal en política y en la vida misma, ayudaría a aceptar los sacrificios con sinceridad cada vez que se pone a prueba la integridad, los valores y el honor. Cualquier gobernante ha de ser completamente honesto y sincero, incluso cuando la verdad duele o las situaciones son difíciles.
La antipolítica se percibe a sí misma como el remedio definitivo de la política y como la manifestación honesta y genuina de la red pública.
El excelente concejal de la triple I …IMPOLUTO, INTACHABLE e INMEJORABLE , bien podría por su grandilocuente sabiduría dedicarse por el bien del pueblo y sus votantes a controlar decretos, sobre todo los que se repiten…¡¡Ahora vais y censurais el comentario!!
LA HISTORIA SE HA CONSTRUIDO SIEMPRE CON HECHOS QUE, POR SU NATURALEZA, GRANDIOSIDAD, IMPACTO SOCIAL U OTRAS MAGNITUDES SE HACEN MERECEDORES DE ENGROSAR ALGÚN CAPÍTULO EN SUS ANALES.