Ni le hace falta el VAR ni consultar con el linier. Miquel Iceta no aprecia rebelión y sedición en el 1-O. Todo un monstruo analizando la jugada.
Decía Tarradellas que, en política, se puede hacer de todo, todo menos el ridículo. A Miquel Iceta la noción de tal cosa hace mucho tiempo que dejó de inquietarle lo más mínimo. Desde marcarse unos bailoteos sandungueros y hacer de ellos el clon de su campaña a gritarle a Pedro (Sánchez) que nos librase de Rajoy, los límites del bochorno que cualquier dirigente público jamás osaría rebasar por simple decoro han sido ampliamente superados por el Primer Secretario del PSC.
Su última incursión en el nonsense y la astracanada ha sido afirmar que no considera que en el malhadado 1-O se cometiera delito alguno de rebelión o de sedición. Porque, para Iceta y para no pocos de los dirigentes socialistas catalanes, es así y decirlo no obedece tanto al cálculo interesado de quien precisa como agua de mayo el auxilio de los votos separatistas para ir tirandillo, sino a una convicción vergonzante jamás explicitada. Y es que el socialismo catalán siempre ha estado en manos de quienes apoyaban la inmersión lingüística – Marta Mata fue un ejemplo, como María Aurelia Capmany podría ser otro -, de los que defendían el hecho diferencial y miraban al resto de España poco menos que como a los que van tres clases por detrás de nuestro curso – Raimon Obiols, por citar solo un nombre – o de quienes aseguraban que les asqueaba la bandera rojigualda, el himno nacional, las fuerzas armadas, los toros, y, en suma, la idea de España – verbigracia, el ex socialista Ferràn Mascarell, ahora ínclito prócer de la Crida de Puigdemont -, así que la cosa viene de lejos.
El PSC actual, calafateado en la prebenda y el carguillo en lo que podríamos calificar como socialismo de amiguetes, es incapaz de formular un solo postulado teórico, pero, caso de que tal milagro pudiera suceder, les aseguro que este se hallaría muy cercano a Esquerra. Es normal que la marca del PSOE en Cataluña no ganase durante los años de plomo del pujolismo porque, en el fondo, no podían oponer demasiadas cosas al mensaje mesiánico, ultra conservador, supremacista y retrógrado de aquel banquero fracasado. Lo único que tenía entonces el partido de Iceta era la juventud de Maragall, que no su ideología de izquierdas, porque en su vida cató de tal pozo el alcalde olímpico, formado a la sombra del municipalismo encarnado por José María de Porcioles y las tesis económicas de Fabián Estapé, íntimo colaborador del almirante Carrero Blanco el segundo y alcalde franquista mimado por Franco el primero.
Siempre se trató de una disputa entre familias bien, entre gente de los barrios altos como Joan Raventós, que tenía una espléndida casa en la calle Anglí atendida por un servicio con cofia, y los Pujol que, sin criadas de uniforme, vivían ofreciendo un falaz espejismo de falsa austeridad hecha trizas a raíz de la famosa herencia del abuelo Fulgenci y los misales andorranos de la Ferrusola.
Iceta, persona acaudalada de nacimiento, no podía estar lejos de los que, en definitiva, son los suyos. Las diferencias de clase siempre acaban por salir a la luz, mucho más que ninguna otra, y aquel joven millonario hedonista, iconoclasta y gamberro de los años ochenta tenía, forzosamente, que acabar con su gente, con los que nunca tendrán que preguntarse como van a pagar la luz ante su inminente corte o el colegio de sus hijos. Ha sabido, y de qué forma, enmascarar todo eso bajo un manto de presunta rebeldía a raíz de su condición de gay, siendo – hay que reconocérselo – el primer político español en salir del armariopúblicamente. Pero la orientación sexual no exculpa las pautas de comportamiento de la misma manera en la que cariño no priva conocimiento, e Iceta es y ha sido un burgués catalán, un clasista empedernido que, al fin y a la postre, ha terminado por concluir que no hubo sedición ni rebelión hace un año. Insisto, no vean solo la maniobra oportunista de un político que sabe maniobrar como pocos en los resbaladizos pasillos de la cosa pública; no, Iceta, y con él un PSC que a punto de colgar el letrero de “Cerrado por defunción”, cree lo que dice, aunque solo sea para variar. Le traiciona su concepción de pertenencia, esa adhesión subliminal que no es otra que esta: los líderes socialistas catalanes han sido tanto o más nacionalistas que los convergentes, tanto o más excluyentes de lo español que los más recalcitrantes pujolistas, tanto o más partidarios del separatismo que los separatistas.
Ni fue penalti ni siquiera falta. Él los indultaría, lo ha dicho en más de una ocasión, y, si falta hiciera, pactaría con el PDECAT o Esquerra como ha hecho su querido Pedro. Lo de Sánchez es oportunismo, egoísmo, narcisismo y estupidez; lo de Iceta es, se mire como se mire, espíritu de cuerpo. Es un armario del que no me complace ver salir al máximo responsable político de un partido que se ha reclamado socialista y sustentado en los votos dirigidos a Felipe o Guerra.
Sí, Miquel fue penalti, agresión y falta digna de tarjeta roja. Roja de toda rojez. Esa rojez de la que adolece tu partido.
FUENTE: VOZPOPULI