Que Rajoy no tiene respeto alguno por los ciudadanos ha quedado demostrado sencillamente con sus medidas de gobierno y con su participación en el tremebundo robo y destrucción de lo público. Pero ocho horas de sobremesa…
Ocho horas en las que se dirigían a él los representantes de millones de ciudadanos.
Ocho horas en las que él representaba, ante lo que estuviera bebiendo, a millones de ciudadanos. Representando a millones de ciudadanos ante la botella de un restaurante de lujo.
Ocho horas en las que quedaba retratado el hombre que ha gobernado este país, brutal retrato, inconcebible.
Ocho horas de pasmosa ausencia de un presidente del Gobierno durante los parlamentos de la moción que en el Congreso de los diputados decidía el futuro de millones de personas, no sólo españolas.
Ocho horas en las que también quedaba retratado un país, España, cuyo líder político más votado se solaza en un restaurante de lujofaltando a sus responsabilidades más básicas.
Ocho horas como un niño idiota se salta las clases, como un niño idiota celebra en el váter el acoso a los compañeros.
Ocho horas para saber en manos de quién ha estado el futuro de nuestros hijos e hijas, el presente de nuestros padres y nuestra propia pelea diaria por sobrevivir.
Ocho horas para entender qué piensa el partido más votado de España sobre lo que significa gobernar.
Ocho horas humillando a millones de ciudadanos en un lugar al que nunca –ni ellos ni la inmensa mayoría de quienes viven en España– tendrán acceso.
Ocho horas humillando al país entero que se preguntaba dónde estaba su presidente, el protagonista de todo lo que sucedía lejos, muy lejos de donde él se fumaba un puro.
Ocho horas para demostrar que la Historia no recordará a este infame que creyó que un país es un conjunto de idiotas a los que sangrar y desplumar a mayor gloria de quienes le pagan a él, quién sabe quién, quién sabe dónde.
Ocho horas siniestras de un presidente de Gobierno, del presidente del Gobierno de un país europeo con 47 millones de ciudadanos, que considera un bar mejor lugar que el Congreso de los diputados, lugar de representación política.
Ocho horas inimaginables.
Ocho horas indelebles que borran y a la vez evidencian toda una acción de Gobierno, y a todo un partido, y toda una época, y también a este país, España.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, entró en un exclusivo restaurante madrileño a comer y salió de allí pasadas las 22h. Durante ese tiempo, los representantes de varios millones de ciudadanos tuvieron que dirigir sus palabras a la silla que había dejado vacía en el Congreso. En el Congreso se llevaba a cabo un acto que cambiará la historia del país. El protagonista de todo lo que sucedía era precisamente Rajoy, no en su calidad de Mariano, sino en la de presidente del Gobierno de España. La deserción de su puesto deja en evidencia lo que ya sabíamos, que a este tipo no le importan los ciudadanos, ni sus representantes, ni las instituciones públicas, ni nada decente, digno u honrado. Pero es que no se trata de un diputado, de un alcalde, de un senador, de un alto funcionario. ¡Se trata del presidente del Gobierno!
Muy pocas veces me quedo sin palabras, llevo toda la vida escribiendo. Esta es una: ver al presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy Brey, salir de un restaurante con un par de escoltas guiando su desorientación mientras en el Congreso de los diputados se discutía el futuro de España. Futuro. España. No sé qué futuro puede alumbrar este monstruoso pasado.
FUENTE: PUBLICO