«¡Qué decepción, señor Rivera! ¡Qué decepción!». Esta frase, pronunciada con ‘tono de Pimpinela’ por el presidente del Gobierno en el segundo de los debates televisados, sirve para enmarcar la actual relación de Pedro Sánchez con el líder de Ciudadanos. Del ‘pacto del abrazo’ de hace tres años, cuando bosquejaron un acuerdo de investidura que entronizara al socialista, ya solo quedan las puñaladas por la espalda.
No es que no se hablen, es que se profesan una mutua animadversión que trasciende lo profesional e invade los ámbitos más personales. Sánchez acusa al líder naranja de haber traicionado su palabra, jugar sucio con la tesis y verter maledicencias del entorno familiar.
De ahí que las especulaciones, impulsadas por opinadores de ringorrango, empresas y organizaciones varias sobre un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos para conformar Gobierno tras las elecciones del 28 de abril, aludiendo a que sería lo mejor para el país y que, a pesar de los cordones sanitarios levantados, una cosa es lo que se dice en campaña y otra, lo que se hace con las cartas ya vistas, no dejan de ser solo eso: ciencia ficción.
Resulta inimaginable un pacto de Pedro Sánchez con Cs por mucho intercambio de libros y presentes varios que se hagan. Al menos, con el Cs de Rivera.
Los que conocen bien a Sánchez juran y perjuran que Rivera jamás será su vicepresidente. De hecho, más que ganar las elecciones, más que contar con los apoyos necesarios para continuar en la Moncloa, el sueño más profundo del presidente del Gobierno es doblar la cerviz al líder de la formación naranja. Dicho en román paladino: acabar con él.
En el magín del socialista sobrevuela la idea de un escenario poselectoral —cada vez más verosímil— en el que la alta fragmentación parlamentaria conduzca al bloqueo para configurar un Ejecutivo, de forma que la suma de las tres formaciones de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) no sea suficiente y el frente de PSOE, Unidas Podemos, Compromís y PNV tampoco dé.
«Hay un Madrid bien pensante que ve a Ciudadanos como el postizo del bipartidismo y que cree, erróneamente, que pactaremos con Sánchez»
En tal caso, necesitarían del abrazo del oso de las formaciones independentistas, un abrazo del que Sánchez va a tratar de huir como de la lepra, a sabiendas de que los comicios catalanes están a la vuelta de la esquina y no quiere entrar en el mercado de promesas y concesiones. En este puzle, el único que poseería la llave para desbloquear la gobernabilidad del país sería Ciudadanos. Resulta difícil imaginar escenario más diabólico para los naranjas.
¿Qué sucedería entonces si Pedro Sánchez tendiera la mano a Cs para que entrara en su Gobierno sabiendo su respuesta de antemano (un ‘no’ rotundo)? ¿Y si le ofreciera la vicepresidencia a una mujer, pongamos por caso a Inés Arrimadas? ¿Y si Ximo Puig hiciera lo propio en la comunidad valenciana y le propusiera a Toni Cantó sustituir a Mónica Oltra como socio de gobierno? ¿Se negaría Rivera a todos estos ofrecimientos? ¿Cómo lo explicaría a una sociedad y medios de comunicación que claman por estabilidad y huyen de los extremismos?
La celada se muestra nítida: o aceptas un gobierno PSOE-Ciudadanos, con lo que olvídate de convertirte en el referente en España del centro derecha, o nos vamos a unos nuevos comicios en los que yo, Pedro Sánchez, me voy a disparar en intención de voto y tú, Albert Rivera, te vas a hundir por haber zancadilleado la gobernabilidad del país.
«Hay un Madrid biempensante que ve a Ciudadanos como el postizo del bipartidismo y que cree que al final terminaremos pactando con Sánchez», reflexionan en el equipo de Rivera. «Prefieren pensar que los naranjas hemos nacido para sacrificarnos por España elección tras elección y complementar al PSOE o al PP para estabilizar el sistema. Muchos opinólogos piensan así porque es lo más cómodo. Pero se equivocan. Ciudadanos tiene derecho a hacerse mayor y ejercer su libertad. Hace ya tiempo que decidimos competir con el PP, con este PP lamentable, para dirimir quién liderará el centro derecha».
Porque no es solo el PSOE de Sánchez el que lo tiene en el foco. También el PP de Pablo Casado ha puesto pies en pared por los últimos movimientos de Ciudadanos, tal y como se ha visto con el fichaje de Garrido. La consigna es generalizada: todos contra Albert Rivera.
Los populares censuran vehementes, casi con saña, el transfuguismo político al que se ha abonado Ciudadanos sin entrar a valorar por qué una persona como el expresidente de la Comunidad de Madrid, con casi tres décadas a sus espaldas en la formación conservadora, persona moderada, que se ha hecho un nombre con la guerra del taxi y se va a dejar una parte importante de su sueldo cambiando Bruselas por Madrid, ha tomado esta decisión.
«Un paso así solo lo da una persona que se siente profundamente herida», explican en Ciudadanos. «Hay más gente del PP que está llamando a nuestras puertas. Veremos lo que pasa. La cuestión es que, como en el caso de Soraya Rodríguez o Bauzá, son unas heridas que permanecen abiertas y es imposible que cicatricen».
PP y PSOE han llevado a cabo purgas más sangrientas que la última temporada de Juego de Tronos. Les han fallado las formas
Los líderes de PP y PSOE tienen el derecho, y tal vez la obligación, de montar sus propios equipos bajo el siempre sugerente latiguillo de la ‘regeneración’. El hecho es que, para ello, han llevado a cabo purgas más sangrientas que la última temporada de Juego de Tronos. Les han fallado las formas y, como ocurre en estas series que se prolongan en el tiempo, siempre hay alguno de estos personajes secundarios que, cuando pasan los capítulos y uno menos se lo espera, traga saliva y regresa con la guadaña.
Es Sánchez y Casado, pero también Iglesias y Abascal. El de Unidas Podemos parece en ocasiones estar obsesionado con Rivera, como cuando le llama «maleducado» o le sugiere que «abra un libro de vez en cuando». Abascal, por su lado, lo tacha de pusilánime y ‘veleta’.
Todos contra Rivera, lo cual no deja de resultar significativo para una formación que actualmente solo es cuarta en el Parlamento. Será porque todos ellos lo consideran una amenaza en el medio plazo o porque, tal vez, hayan visto demasiado ‘Borgen’.