Una semana después de los acontecimientos del 1 de Octubre, el panorama es de una gravedad inaudita. El nombre de Catalunya está escrito en la pizarra de los conflictos que llaman la atención de los poderes de este mundo. Figurar en esa pizarra no es necesariamente positivo, como creen, de manera altamente irresponsable, algunos estrategas del independentismo catalán. “¡El mundo nos mira!”, exclaman. ¿Y qué? ¿Qué sacamos esta vez de que el mundo nos mire? No estamos organizando unos Juegos Olímpicos. Estamos haciendo todo lo contrario de lo que significaron los Juegos Olímpicos de 1992 para Catalunya y España: ahora estamos exhibiendo ante el mundo nuestro desacuerdos, nuestras minorías rotundas que no acaban de ser mayoría, nuestros errores de cálculo, nuestra incompetencia para el diálogo, nuestro potencial conflictivo; quizá nuestra capacidad autodestructiva. Nos miran los poderosos del mundo –cada uno con sus propios intereses y ambiciones–, nos miran los analistas financieros –que no se guían por sentimientos y sonrisas–, nos miran los especuladores y nos miran las aves rapaces. El nombre de Catalunya, y con ella, España, ha sido escrito en la pizarra de los problemas con alto potencial desestabilizador y los mercados financieros no han tardado en reacciones. Los primeros efectos están a la vista.
Los dos principales bancos del país, CaixaBank y Banc Sabadell, se han visto obligados a trasladar su sede social fuera de Catalunya ante la caída del valor de sus acciones y las retiradas de fondos en diversos puntos de España. La decisión adoptada por los dos bancos, imprescindible para la salvaguarda de sus intereses –que son también los intereses de sus clientes catalanes–, ha sido emulada por otras empresas de gran relieve, cotizadas en bolsa, como por ejemplo Gas Natural y Aguas de Barcelona. Centenares de medianas y pequeñas empresas están tomando la misma decisión en el anonimato. Estamos ante un auténtico tsunami de incalculables consecuencias para la economía catalana y para la relación de esta con el poder político. CaixaBank (València), Banc Sabadell (Alicante), Criteria (Madrid), Fundació La Caixa (Palma), Gas Natural (Madrid), Agbar (Madrid)…. En cuarenta y ocho horas, la plana mayor de la economía catalana ha trasladado su sede social fuera de Catalunya para protegerse de los posibles efectos adversos de una declaración unilateral de independencia, que sería contestada inmediatamente por el Gobierno central con la activación del artículo 155 de la Constitución y la consiguiente intervención de la autonomía. Tierra incógnita. En el mundo de la economía globalizada, la tierra incógnita es duramente penalizada, sobre todo si se halla a orillas del mar Mediterráneo. Esto es lo que está pasando, desde que millones de personas de todo el mundo vieran a través de la prensa, la televisión y los teléfonos móviles, las duras imágenes del 1 de octubre en Catalunya.
La economía catalana está en riesgo. No sólo las grandes corporaciones. Centenares de pequeñas y medianas empresas también sufren, de manera silenciosa, sin que sus nombres salgan en la prensa, tomando estos días la decisión de ubicar su sede social fuera de Catalunya, a la espera de tiempos mejores. Son muchas las empresas que en estos momentos están viendo disminuir sus pedidos en el mercado español. Es verdad que la economía catalana ya no depende exclusivamente del mercado interior, como hace un siglo, pero sólo desde un fanatismo exacerbado se puede afirmar que España ya no importa para los empresarios catalanes. Eso es falso. Rotundamente falso. Y lo estamos viendo ahora con gran crudeza. Los inversores observan Catalunya con enorme preocupación. El impacto de esta situación en las inversiones extranjeras empezará a conocerse con mayor exactitud dentro de unos seis meses. Se está produciendo una caída de reservas en el sector hotelero. Una “relevante caída de la demanda”, según fuentes del sector. La compañía American Airlines ha recomendado a sus clientes no volar a Barcelona entre el 3 y el 13 de octubre. Algunos cruceros están evitando el puerto de Barcelona. Nos hallamos ante un brutal reverso de Barcelona’92. Una situación nunca vivida.
La situación es grave y no puede minimizarse. Las imágenes del 1-O llamaron poderosamente la atención del mundo y Catalunya ha sido inscrita en la lista de los conflictos peligrosos. Los mercados no priman la incertidumbre y las situaciones sin salida. Los centros de poder internacionales empieza entrever en la cuestión catalana un potencial peligro para la estabilidad e integridad de la Unión Europea. Las imágenes del 1-O y de los días posteriores sugieren la posibilidad de graves enfrentamientos en la calle. Se desvanecen estos días dos de las premisas del independentismo low cost: los mercados no apuestan por la ruptura –todo lo contrario–, y ninguna instancia internacional de relieve se muestra favorable a la mediación, para no desautorizar al Gobierno español. Los mercados reaccionan ante la incertidumbre y los principales gobiernos del mundo apuestan por la estabilidad de España, aunque les disgusten las imágenes del 1-O y tengan serias reservas sobre la política de Mariano Rajoy. Intentar romper la unidad de un Estado miembro de la Unión Europea no es una fiesta mayor, como han sugerido durante años algunos irresponsables que ahora callan. La independencia low cost no existe. A estas horas ya lo sabe toda la sociedad catalana. Sólo los aventureros y los iluminados apuestan por una crisis de alto coste. No puede haber comités invisibles dirigiendo la política catalana en estas horas difíciles.
La situación es grave y no hay que relativizarla. La economía catalana está sufriendo una fuerte sacudida. Aún estamos a tiempo de evitar una catástrofe. Ante esta situación pedimos encarecidamente al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, a todos los miembros del Consell Executiu, y a todos los diputados del Parlament de Catalunya que actúen con la máxima responsabilidad en las próximas horas. Actúen conforme a su conciencia y desoigan el dicterio de los aventureros. Archiven la declaración unilateral de independencia. El respetable criterio de dos millones de personas no puede llevarse por delante un país de siete millones y medio de habitantes. Propongan un generoso tiempo de diálogo y tomen nota de esos miles y miles de ciudadanos que ayer salieron a la calle, en toda España con divisas blancas, pidiendo concordia y diálogo. Salvaguarden la Generalitat, institución de autogobierno de todos los catalanes. Protejan la economía. Protejan a sus conciudadanos. Actúen con inteligencia. Eviten un drama.
FUENTE: LAVANGUARDIA