Va a parecer que le tengo manía al Partido Popular, pero no es así. Simplemente me duelen -y por tanto me cabrean- sus tropiezos, porque no hacen otra cosa que favorecer la campaña de sus adversarios. Ayer tuvo dos, y además por la mañana, para dar tiempo a las réplicas y a los ridículos de quienes se ponen ante sus dirigentes y candidatos con la escopeta cargada. Uno fue de su candidata a la Comunidad de Madrid, la señora Díaz Ayuso, cuando anunció que el nasciturus, es decir, el niño concebido, pero no nacido, contaría para el cómputo de familia numerosa. Sería una buena idea, si el director de la agencia Europa Press no le hubiera preguntado qué ocurriría si ese bebé se malograse. Y la señora candidata no supo qué responder. El PP defiende tanto la vida, que no se le ocurre pensar que un concebido no llegue a nacer. Así que terminó por decir que no lo tienen estudiado. Fue una anécdota, sin duda. Pero fue también el reflejo de cómo se lanzan iniciativas improvisadas que hacen pasar de la brillantez al ridículo en menos de un minuto.
Peor fue lo del candidato a la presidencia, el señor Casado, en el mismo escenario donde Suárez Illana dijo lo del aborto en Nueva York y con los neandertales: en Onda Cero y en entrevista de Carlos Alsina. Don Pablo hizo una extraña disquisición sobre el salario mínimo y el acuerdo de Rajoy con la patronal y los sindicatos para que todo el mundo entendiese que una de sus medidas estrella será bajar el salario mínimo de 900 a 850 euros. Después se vio obligado a matizarlo, pero el juego que eso da a la izquierda y a Pedro Sánchez se demostró en la entrevista del presidente con García Ferreras: «Lo escuché yo», decía Sánchez, como quien acaba de pescar un campanu en el Eo. Ahora irá por los mercados electorales pregonando que la derecha quiere destruir todos los avances sociales, empezando por el salario de lo más necesitados.
Estamos a 18 días de las urnas. Algunos tenemos claro que la caída del Partido Popular en las encuestas no se debe a ningún hecho fatídico ni a que este país se haya vuelto rabiosamente de izquierdas. Se debe, y pido disculpas por la insistencia, a los errores propios, a las ingenuidades, a la falta de preparación de las comparecencias públicas y al menosprecio de aquello que Rajoy valoraba tanto y se llama sentido común. Creí que la encuesta del CIS sería para ellos una apelación al realismo y a pensar las cosas antes de decirlas, pero veo que no. Ni han cambiado el discurso después de centrarlo en denunciar falsos acuerdos con independentistas y comprobar que no dan un voto, ni se ponen ante las cámaras y micrófonos con la debida preparación. Allá ellos. Por ser indulgente es lo único que les puedo decir.