FERNANDO SALGADO

 

Al oráculo de Delfos acudían las gentes del mundo helénico a consulta. La fe en sus predicciones era ciega. Cuando no se cumplían, el error nunca se atribuía a la Pitia o Pitonisa, sino al sacerdote que malinterpretaba las señales que emitía. Nuestro oráculo nacional concluyó su trabajo y nos ofreció, encriptado en forma de encuestas, doble debate y asistencia a mítines, el algoritmo que revela el resultado electoral del domingo. Al columnista, sacerdote impostado, solo le resta tratar de descifrar la críptica profecía.

Las encuestas anuncian una holgada victoria del partido socialista, el descalabro del PP, la meteórica irrupción de la ultraderecha, un elevado volumen de indecisos y mucho voto oculto. Pronostican también que las tres derechas no conquistarán los escaños suficientes, aunque sí pueden rebasar a la izquierda en votos, para gobernar. La evolución de los sondeos, hasta que se suspendió su publicación el pasado lunes, reflejaba asimismo un crecimiento ininterrumpido del PSOE y un cierto parón en la escalada de Vox.

 Los debates, tan temidos en Ferraz y tan esperados en las sedes de PP y Ciudadanos para iniciar la remontada, ni fueron decisivos ni modificaron sustancialmente las tendencias demoscópicas. Si alguna incidencia han tenido, ha sido claramente en beneficio de la izquierda. Iglesias, especialmente brillante y sensato entre la algarabía de sus contrincantes, quizás haya conseguido frenar el desplome de Unidas Podemos. Sánchez empezó a la defensiva, se envalentonó progresivamente, culminó algún eficaz contraataque y salió fortalecido. Y del ensañamiento entre Casado y Rivera, gallos de pelea en lucha por liderar la derecha, solo puede haber un beneficiario neto: Vox, el gran ausente de los platós. Mejor les hubiera ido si, en vez de enzarzarse entre los dos, se limitasen a competir en cabeza ajena y demostrar quién golpeaba con mayor contundencia y más saña el mentón de Pedro Sánchez.

La asistencia y el entusiasmo desplegado en los mítines suele menospreciarse como indicador de salud o debilidad. No deberíamos. Que tanto PSOE como PP completen los aforos subraya el interés que despiertan estas elecciones y augura una elevada participación. Pero el éxito de las convocatorias de Vox constituye una muestra de la potencia con que irrumpe la extrema derecha en España. Que Abascal abarrote el Palexco de A Coruña, por dentro y por fuera, o que llene a rebosar la plaza de toros de Las Rozas, mientras los cuatro tenores se tiraban los trastos en los platós de televisión, lo percibo como un negro presagio. Y da miedo.

Eso dice, en mi humilde interpretación, la Pitonisa. Sintéticamente, dos profecías. Una positiva: que el PSOE ganará las elecciones y gobernará, en el mejor de los casos liberado de la pesada mochila del independentismo. Otra negativa: que Vox se dispara, en el peor de los casos hasta convertirse en la tercera fuerza política. Puedo equivocarme, claro, pero entonces le echaré la culpa al oráculo. Y es que, a diferencia de los griegos, yo no lo considero infalible.