– «Esto parece un funeral».

– «Es que es eso. Un funeral político. El más injusto de todos».

Era el final que nadie quería. Varios dirigentes reconocían este lunes que, en efecto, se trataba de un funeral. El día más triste para la mayoría de ellos desde que entraron en Ciudadanos. El miedo al abismo. Hubo momentos en los que cundió el pánico. Ciudadanos y Albert Rivera llegaron a ser indivisibles. Luego vino la rabia, la decepción. La pena y el dolor. «Pero por él. Esto no se lo merece», repetían miembros de la Ejecutiva repartidos por la sede nacional del partido en Madrid. El presidente del partido, el líder indiscutible, lo dejaba. «No se si es justo o injusto, pero es lo responsable», llegó a pronunciar.

La posible marcha de Rivera llevaba días en el aire y con cada nueva encuesta que salía publicada, la tensión crecía. En el partido desechaban el debate de la sucesión hasta que pasaran las elecciones. Tenían claro que si finalmente llegaba, «solo lo abriría él». Inés Arrimadas no quería escuchar nada acerca del asunto. No se veía al frente de la formación, al menos de momento, y estaba convencida de que quedaba Rivera «para rato». Sin embargo, los peores pronósticos se cumplieron. Con los colegios electorales recién cerrados, los grupos de WhatsApp del partido ardían por momentos. Llegaban malas noticias de barrios, distritos y provincias en las que en abril el partido fue segunda y tercera fuerza. «Somos quintos en todas partes. Nos han dado la espalda», acertaban a decir apoderados y cargos públicos a Madrid.

El hermetismo se apoderó de la sede hasta que el escrutinio estuvo muy avanzado y los diez escaños eran ya inamovibles. El comité electoral naranja —formado por la guardia pretoriana de Rivera, el denominado ‘clan catalán’ y sus asesores más cercanos— seguía en la tercera planta siguiendo la peor jornada electoral de su vida. Con los datos en la mano, el líder de Ciudadanos tomó su decisión en la noche del 10-N. No había otra salida. En su comparecencia ante los medios algo avanzó, sin llegar a confirmarlo: «Asumo la responsabilidad en primera persona. Cuando eres un líder, tienes que dar la cara siempre. Los éxitos son colectivos, pero los fracasos son del líder». Anunció también que convocaría un congreso extraordinario para que la militancia «tomara las riendas» y decidiera el «nuevo rumbo» de la formación. Con todo lo que eso implicaba, a pesar de no pronunciar la palabra dimisión.

Al regresar a la cuarta planta donde está situado su despacho, ya comenzó con las despedidas. Los dirigentes, igual que los empleados de la sede, no querían verlo. Pero estaba ocurriendo. Les decía adiós. Abrazos, agradecimientos.

Esa noche comenzaron también los primeros movimientos internos enfocados a mirar por el futuro. Llamadas que navegaban en la prudencia, pero que pedían acción cuanto antes. Algunos ‘pesos pesados’ de la ejecutiva nacional tuvieron contactos telefónicos capitaneados por el eurodiputado Luis Garicano. Al tanto estaban los vicepresidentes de Andalucía y Castilla y León, Juan Marín y Francisco Igea. Llegó a oídos de muchos dirigentes, como también de personas muy fieles a Rivera como la consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, Marta Rivera de la Cruz; o la vicealcaldesa de la capital, Begoña Villacís. Nadie quería dar un paso en falso y la prioridad era esperar a que Rivera hiciera pública su decisión y confirmara que no había marcha atrás. Solo entonces tendría sentido abrir el debate.

Algunos mantuvieron la esperanza de que decidiera continuar por el momento, pilotar una transición ordenada y evitar que un nuevo líder cogiera el timón en el momento más duro para el partido. Pero Rivera ya lo había decidido y no cambiaría de idea. Sabía que no podía continuar con esos resultados en la mano y el fin de una etapa representada en las urnas. Quiso esperar al lunes para reunir a su ejecutiva nacional al completo. Los 50 integrantes llegaron bastante puntuales a las 10 de la mañana a la sede. Él no se hizo de rogar. Tomó la palabra y lo dijo del tirón. La emoción lo pudo todo, las lágrimas interrumpieron el mensaje de inmediato. Las suyas y las de gran parte de los presentes. No conseguía articular palabra. Fue transparente, contó vivencias personales y explicó sus motivos. Sin medias tintas, sin disfraces. No hubo argumentos políticos.

En un clima de desolación, varias personas pidieron la palabra durante «la reunión más dura» vivida en la sede, por encima incluso de la ejecutiva de junio en la que el partido afrontó la que había sido su crisis interna más dura. Entre ellos estuvo Joan Mesquida —exdirector general de la Policía y la Guardia Civil bajo el Gobierno de Zapatero— que no dudó en pedir al líder naranja que recapacitara, explicando en primera persona que él abandonó la vida pública por un sentimiento similar, y se vio obligado más tarde a volver de la mano de Ciudadanos porque creía en el proyecto. Él y otros reconocieron que su salto a la política fue por una llamada de Rivera, por su figura como líder. En la reunión Arrimadas permaneció absolutamente cabizbaja. Todos estaban pendientes de ella, pero no fue capaz de levantar la mirada. «Inés está rota», repetían los allí presentes.

Rivera dio por finalizado el encuentro cuando estaba todo dicho y se marchó a preparar su comparecencia con el secretario general, José Manuel Villegas, y su jefe de prensa, Daniel Bardavío. Se produjo entonces un cónclave espontáneo en una de las salas de la sede con un buen número de integrantes de la ejecutiva. Volvió a salir el nombre de Arrimadas. En la formación existe cierta unanimidad sobre la sucesión natural en manos de la portavoz parlamentaria. Ella, en cambio, no ha comunicado por ahora su intención de dar un paso al frente. Fuentes de su entorno reconocen que está muy afectada por lo ocurrido este 10-N, la marcha de Rivera y el hecho de que no sentía que aún hubiera llegado su momento.

Pero muchos compañeros de filas insisten. La presión empieza a ser cada vez mayor y el movimiento del vicepresidente de la Comunidad madrileña, Ignacio Aguado, podría precipitar el debate todavía más. Fuentes del entorno del dirigente reconocen que no cierra la puerta a entrar en la carrera por la sucesión, aunque esperará a conocer la decisión de Arrimadas. «Depende» es la respuesta que dan a si se ve dando el paso al ámbito nacional, supeditándolo a lo que haga también la portavoz parlamentaria. En todo caso, ningún dirigente de peso muestra su apoyo —al menos por ahora— al vicepresidente madrileño y todos los consultados por este diario reconocieron su «enorme sorpresa» y malestar ante esa posibilidad y el momento elegido para hacerlo público.

Durante la mañana del lunes —las horas más negras vividas nunca en Ciudadanos y justo antes de que Rivera saliera a comparecer— y en otro de esos cónclaves surgidos por la difícil situación, Arrimadas se vio ejerciendo durante unos segundos y espontáneamente el liderazgo que tanto le reclaman. Fue al pedir unidad a algunos dirigentes de la ejecutiva. El miedo al futuro y la sensación de orfandad —sabiendo ya que Rivera abandonaba la política— creó situaciones de tensión y la portavoz en el Congreso, igual que otras dirigentes como Villacís, se obcecaron en la necesidad de mantener el partido unido, centralizar el mensaje y respetar el duelo tras la marcha de Rivera. «Necesitamos tiempo», repetían.

Por ahora, con el debate de la sucesión abierto en canal y esperando la respuesta final de Arrimadas que puede ser clave para el futuro del proyecto, —«tiene que ser ella» dicen muchos en el partido— los estatutos de la formación pondrán en marcha los siguientes pasos. En un plazo máximo de 15 días el consejo general —máximo órgano entre congresos y al mando en este momento del partido— deberá designar una gestora a modo de dirección provisional y poner fecha a la V asamblea general en la que los afiliados elegirán al nuevo líder. Con la dimisión de Rivera como presidente, la ejecutiva nacional quedó disuelta de facto.

«Hay que ver si Inés quiere hacerlo. Toca reconstruir y es un momento muy difícil. También tenemos que demostrar que Ciudadanos es una opción y que somos más necesarios que nunca», trasladaban dirigentes en la noche de este lunes, aún con una resaca emocional difícil de explicar. Rivera les había mostrado el camino en su despedida pública: «Hemos conseguido que España tenga un espacio liberal, un espacio de centro. Ese espacio existe porque hay muchos españoles que así lo desean».

 
 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL