Y hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras. Por ejemplo: qué bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes”. Esta frase la escribió Antonio Machado en un artículo para La Vanguardia que se publicó el 6 de octubre de 1938, en plena guerra. Machado se había refugiado en la capital catalana, convertida en capital de la República Española ante el asedio de Madrid.
Machado escribió durante los últimos meses de la Guerra Civil 25 artículos para este diario. El último, el 6 de enero de 1939, y parece que tenía otro a punto sobre el general republicano Vicente Rojopero ya no llegó a tiempo porque el 22 de enero fue evacuado de Barcelona y un mes después moría en Cotlliure.
Mañana viernes se cumplen 80 años de la muerte de Machado y el cementerio de la población rosellonesa donde está enterrado será escenario de varios actos conmemorativos a los que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha prometido su asistencia. El domingo está previsto que Sánchez viaje a Montauban, para visitar la tumba del presidente de la República Manuel Azaña, fallecido en 1940 –será la primera visita de un presidente de Gobierno español en activo–, y posteriormente se desplazará hasta Cotlliure, al cementerio donde reposan los restos del poeta, y a Argelers, en cuyas playas hubo uno de los mayores campos de inter namiento después de la retirada.
Machado y su familia son un símbolo de una retirada en la que participaron casi medio millón de personas. El poeta salió de Barcelona acompañado de su madre, Ana Ruiz, su hermano José y la mujer de este, Matea Monedero. Con ellos iban también el filósofo Joaquim Xirau Palau y su hermano Josep. Un año antes este diario anunció sus colaboraciones con una ditirámbica presentación: “Don Anto- nio, cargado de años, de laureles y de achaques, ha renunciado a su derecho al descanso y mantiene vivo, juvenil y heroico el espíritu liberal que informó su obra y su obrar”.
Machado llegó a Barcelona en abril de 1938 y pasó el primer mes en el hotel Majestic, convertido en centro de refugiados ilustres, donde coincidió con León Felipe y José Bergamín. Pero el ajetreo le molestaba y logró que lo alojaran en la torre Castanyer, un palacete situado en Sant Gervasi. Allí pasó otros ocho meses en los que apenas salió a la calle. “En esa egregia Barcelona –hubiera dicho Mairena en nuestros días–, perla del mar latino (…) gusto de releer a Juan Maragall, a Mosén Cinto, a Ausias March, grandes poetas de ayer, y otros, grandes también, de nuestros días”. Su amigo Joaquim Xirau, con quien solía reunirse para escuchar canciones al piano o compartir lecturas, lo recordaba “físicamente decaído” pero con “la cabeza firme y el espíritu sano, lleno de bondad”. Lo atendía el médico José Puche, atento a su delicado corazón. “Me di cuenta –escribió– de que tenía ante mí una máquina gastada”.
El camino del exilio auguraba una derrota prolongada e iba acompañada de una tristeza que sólo quienes la vivieron fueron capaces de describir. Machado lo había presentido: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”.
El taxi que los llevaba hacia Francia enfiló la carretera de la costa hacia Montgat. Por radio llegaban noticias de que el ejército franquista había entrado ese día en Sitges y Manresa, pero nadie sabía a ciencia cierta hasta qué punto había capacidad de resistir. De madrugada llegaron a Girona y atravesaron sus calles atiborradas de refugiados buscando un lugar seguro. Su destino era la masía Can Santamaria, en Raset, al lado de Cervià de Ter (una casa que hoy es la sede de la colección privada Bueler-Bernard de arte contemporáneo). En esa mansión señorial del siglo XV se reunieron con otro grupo de intelectuales entre los que estaban el psiquiatra Emili Mira, el médico Joaquim Trias i Pujol, el periodista Corpus Barga, el pedagogo Joan Roura y el lingüista Tomás Navarro. La masovera Llúcia Teixidor contaba la anécdota de que un débil Machado sufrió un desmayo y lo reanimaron con una copa de aguardiente. En el patio de la casa se hicieron una foto de grupo que es la última de Machado con vida. Aparece sentado, apoyado ya en un bastón y sin mirar a la cámara. Allí permanecieron tres días hasta que vino a recogerlos una ambulancia. Marcharon el 26 pero al intentar entrar en la carretera nacional la encontraron colapsada y optaron por pasar la noche siguiente en el Mas Faixat, de Viladasens, a apenas cinco kilómetros.
Se trataba de otra masía histórica, cuya capilla había sido asaltada a principios de la guerra. Se da la circunstancia de que un hijo de la casa, el sacerdote Lluís Faixat, había sido fusilado a escasa distancia de la casa por unos milicianos cuando lo descubrieron en un registro pocos días después del 18 de julio. En esta masía, donde pasaron la noche del 26 de enero, se les unió otro grupo de intelectuales, entre ellos Josep Pous i Pagès, Carles Riba y Clementina Arderiu.
La siguiente etapa fue la definitiva. Buscaron carreteras secundarias por l’Escala, Castelló d’Empúries, El Port de la Selva, para evitar los bombardeos y el colapso, y llegaron ya al anochecer a Portbou. En el paso fronterizo había otra enorme cola de vehículos y tuvieron que seguir a pie. Antonio Machado, de 63 años, y su madre, de 84, llegaron agotados. Estaban en Francia pero la primera noche tuvieron que dormir en un vagón de tren abandonado en la estación de Cervera. En la ambulancia que los llevó quedó atrás la maleta de Machado con sus últimos originales. Se quedaron con una manta.
FUENTE: LAVANGUARDIA