ÁNGEL MONTIEL

 

«No es creíble que en Murcia se haga tabla rasa del valcarcelismo como ejemplo de distancia sobre las prácticas que hoy son innombrables y a la vez se recurra al aznarismo como vitamina para estimular al electorado clásico»

 

Droga dura. En la circunscripción electoral donde las encuestas prevén la más elevada emergencia de Vox, el PP ha decidido inyectarse con su mejor antídoto: José María Aznar. También las encuestas lo señalan como el preferido de los murcianos de entre todos los presidentes de España, por encima incluso de Suárez y de Felipe González. Nada de maricomplejines. El auténtico. A ver quién en Vox le dice a la cara que representa a la derechita cobarde. Ni el Comando Gestoso se atrevería a tanto.

La alegre muchachada sesentera que ayer aplaudía a Aznar en el Cagigal olvidó por completo que el héroe sobre el escenario era el que los convenció de que Sadam Hussein disponía de armas de destrucción masiva, de que había sido ETA la que puso las bombas en los trenes de Atocha, de que fue quien invitó a la boda de su hija a la plana mayor de la Gürtel, de que era el marido de la alcaldesa de Madrid que vendió las viviendas sociales a fondos buitre para que desahuciaran a los inquilinos sin recursos, de que era quien se empotró con supersueldos en los consejos de administración de empresas estratégicas que su Gobierno había privatizado, de que es quien protagonizó el ‘milagro económico’ de España bajo la dirección del presidiario Rodrigo Rato, de que fue el presidente del Gobierno con más imputados de la Historia de España, desde los Reyes Católicos a nuestros días. Y tantos etcéteras que no cabrían en esta doble página, sin olvidar que el protegido Bárcenas señaló en su día a ‘todos los presidentes del PP’ como conocedores de la caja B del partido que manejaban primero Lapuerta y él mismo después.

Este es el espejo en que, según el PP murciano, debemos mirarnos. Y todo porque a Aznar se le hace la boca agua cuando pronuncia la palabra mágica: España. Esto hace el efecto hipnotizador: OM, OM, OM, es decir, España, España, España. Tal fue la cosa que Aznar hasta se permitió citar la tesis de Pedro Sánchez, evidentemente plagiada, pero sin reparar en los másteres malabares de Pablo Casado, como si en asuntos académicos los de su partido tuvieran una impunidad de clase que no les estuviera permitida a los advenedizos de la izquierda, y si él no hubiera sido responsable del sistema educativo que permitía hacer méritos mediante cortaypegas.

Aznar mencionó, porque no quedara al margen ningún estigma, las negociaciones del PSOE con ‘la ETA’, con artículo precedente, cuando en sus buenos tiempos la denominaba Movimiento de Liberación del Pueblo Vasco, en el supuesto de que tal familiaridad con los terroristas los llevaría a deponer las armas para que él pudiera apuntarse el tanto, y esto también sin reparar en que Casado ha fichado para el Congreso a Javier Zarzalejos, que algo sabe de negociaciones secretas del PP, en su día, con ETA, o ‘la ETA’.

Que un político con los antecedentes de Aznar, con todo lo que se sabe de él, aparezca de nuevo en púlpitos políticos para aleccionar sobre el futuro del país o de la Región de Murcia obliga a pensar en que el despotismo y la corrupción siguen sin constituir rémora ante los electorados cautivos, en los que prima más la ideología a ultranza que la ética democrática en los comportamientos públicos. Apelan implícitamente a lo de siempre: «Los nuestros son unos golfos, pero son los nuestros». Y de ahí no salimos.

Que la nueva muchachada del PP, la que se muestra con aires renovadores y dispuesta a dejar atrás a la ‘vieja guardia’ del partido, deba recurrir a la ranciedad aznarista a fin de que la socorra ante el avance de Vox, el movimiento que pretende retrotaer a España a los tiempos del blanco y negro, habla por sí solo de la impotencia generacional para establecer un discurso actualizado con el que combatir sin nostalgia a quienes promueven una vuelta al pasado como valor político, es decir, como ‘valor seguro’, según reza el lema electoral popular. ¿Qué valor más seguro que refugiarse en las retóricas de antaño, aquella estupenda zona de confort, mientras el mundo avanza ajeno a cualquier intento de reposición?
Sacar a pasear la momia de Aznar, por mucho que su tableta pectoral incite a los que eran párvulos bajo su mandato o compense a la tercera edad nostálgica de un tiempo en que todo parecía controlable constituye la confesión de un fracaso. No es creíble que en Murcia se haga tabla rasa del valcarcelismo como ejemplo de distancia sobre las prácticas que hoy son innombrables y a la vez se recurra al aznarismo como vitamina para estimular al electorado clásico en el supuesto de que la nueva generación no es capaz de incorporar la suya propia. Si se fuerza el retiro de Valcárcel, Cámara, Bascuñana y toda la banda ¿cómo es que nos traen a Aznar como estimulante de la nueva etapa?

En el mitin de ayer, a propósito de Valcárcel, por cierto, hubo un detalle muy sutil. El alcalde de Murcia, José Ballesta, citó al expresidente, a sabiendas de que le debe el cargo (tal vez no por deferencia a Ballesta, sino porque instituir a éste era lo que más irritaba a Cámara, a quien Valcárcel debía doblegar), y señaló su presencia en el mitin como cosa meritoria tras haber sido desplazado de la candidatura al Parlamento Europeo. Poco después, el candidato por Murcia al Congreso, Teodoro García, insistió en el detalle, pero añadió que Valcárcel «ha hecho un gran trabajo en Europa y lo va a seguir haciendo». Con ese ‘lo va a seguir haciendo’, García desveló queriendo o sin querer la clave por la que Valcárcel aparece tan sedado a pesar de que desde Murcia no ha recibido apoyos para repetir en la candidatura europea: tendrá en compensación un ‘puerta giratoria’, que pronto se desvelará, de modo que la lealtad de Valcárcel al PP está bien motivada, pues se trata de la empresa que lo ha empleado toda la vida y que lo hará más allá de su jubilación.

Es curioso que, en su día, allá por mediados de los 90, Valcárcel utilizara el subterfugio del ‘centro político’ para distanciarse de la derecha calerista (del líder histórico regional del partido, Juan Ramón Calero) que no producía réditos electorales, y durante sus primeros ocho años de Gobierno dio el pego. Ahora, que es cuando el PP debería aparecer más ‘centrado’ ante el avance de la ultraderecha, que hasta ahora tenía amansada en su interior, se exhibe en los primeros actos electorales con Aznar, el líder de la carcundia, en una contradicción en términos. Tratar de deshacerse de la imagen que Voz ha fabricado del PP (la derechita cobarde) sacando de El Escorial al padre de la novia para que quede claro que ‘la derecha somos nosotros’ es poco estimulante, pues este tipo de líderes están muy averiados y, por lo demás, el personal prefiere el original a la copia gastada.

Siempre sería democráticamente preferible un Gobierno del PP a otro de Vox, pero ¿cómo se compensa que el PP se convierta en Vox? Al final, parece que todo consiste en que vuelve Aznar. Vaya plan.