|| Eduardo Luque Guerrero ||
Jamal Khashoggi era un hombre que sabía demasiado. No era, como se pretende, un adalid de la democracia. Ni siquiera un gran crítico de la monarquía teocrática saudí. Era un hombre de la CIA y de los servicios secretos de Riad.
Había participado en los proyectos de desestabilización en Afganistán. Se entrevistó en las montañas de Bora Bora con el mismísimo Osama Bin Laden, en aquellos días fue fotografiado empuñando un lanzacohetes. Era también periodista del Washington Post, seguramente su tapadera. Vivió durante años muy cerca de los círculos de poder saudíes y conocía las entretelas del régimen. Fue estrecho colaborador de Turki bin Faisal Al Saud, el que fuera durante 23 años responsable de los servicios de inteligencia del Régimen Saudí, y que, posteriormente, sería nombrado embajador en Londres y en Washington.
Jamal Khashoggi era miembro de la Hermandad Musulmana y jugó un papel importante en la “Primavera Árabe”. Estuvo de acuerdo con las propuestas de cambio de régimen de Hillary Clinton y Barack Obama para la mayor parte del Medio Oriente. Caído Mubarak, los líderes saudíes, que temían ser los siguientes, apoyaron la contrarrevolución de Al sisi. En ese momento, Jamal perdió el apoyo de la familia gobernante en Riad y se refugió en EEUU. El exilado periodista, si hemos de hacer caso a la revista de militares veteranos norteamericanos Veterans Today, era conocedor de dos grandes secretos; el uso de armas nucleares en Yemen en 2015, contra un almacén especialmente fortificado de misiles yemenitas, y el tráfico de armas nucleares de Arabia Saudita con Pakistán. Vista su biografía era, como hemos dicho, un hombre que sabía demasiado. Su asesinato, y especialmente la forma como se ejecutó, es un aviso para navegantes. El miedo a la muerte disuade y la barbarie de la tortura medieval aún más.
Jamal Khashoggi fue asesinado el 2 de octubre por un comando formado por 15 hombres. Todos miembros de los órganos de inteligencia de Arabia Saudita y muy próximos a la figura del actual gobernante Muhamed bi Salman Al Saud. Conforme pasan las horas y se conocen los detalles, más implicado aparece el actual príncipe y hombre fuerte del régimen. Si el caso no fuera real ni tan trágico sería una magnífica novela de espías. La realidad ha superado la ficción.
La muerte de Jamal Khashoggi ha sido dar una patada en el avispero. Los distintos actores que intervienen en Oriente Medio se posicionan en el nuevo escenario. Se entrelazan en este caso una multitud de factores, que van desde la lucha por el poder entre la camarilla gobernante de la familia al Saud, la crisis iraní y hasta los intereses turcos, con el sueño de Erdogan de reconstruir el antiguo imperio otomano, o los intereses estratégicos de Israel y de Estados Unidos en una zona tan delicada donde se juega parte de la supremacía mundial. Como auténticos cocodrilos, los políticos verterán unas cuantas lagrimitas. Durante unos días sólo se hablará del periodista, ninguno recordará los miles de muertos en Yemen o Siria. En las relaciones internacionales no hay ni siquiera una brizna de humanidad, sólo intereses.
El príncipe heredero Mohammad bin Salman (MbS), es sin duda el responsable de esta atrocidad. Ha sido un enorme error político. Se ha sabido, por ejemplo, que el líder del equipo de asesinos llamó en 12 ocasiones al secretario del príncipe en la hora donde se supone que asesinaron y desmembraron al periodista. También se ha hecho público cómo el propio príncipe llamó personalmente a Jamal, invitándole a volver a Riad, cosa que rechazó por miedo a ser asesinado.
MBS es un político inhábil e incapaz, su única virtud es su implacabilidad: su prepotencia le han llevado a cometer infinidad de errores. La detención del primer ministro libanés Saad Hariri, en 2017, le granjeó la enemistad con el presidente francés Macron. Incapaz de admitir las críticas que se le hacían desde Canadá, abrió una crisis diplomática de enorme envergadura con ese país, en el mes de septiembre de 2018. Mientras, su estrategia de genocidio en el Yemen choca con las críticas internacionales y la guerrilla Huti (Ansarola) consigue llevar la guerra al interior de su propio país. La guerra en Siria es otro enorme fracaso.
La crisis con Qatar y sus amenazas de invadir y destruir ese pequeño país, en 2017, provocaron que sus dos archienemigos, Turquía e Irán, tomaran posiciones defendiendo a Doha y evitando así lo que parecía una invasión inminente. Qatar tuvo que pagar esa ayuda proporcionando un alivio financiero al gobierno turco absolutamente necesitado del mismo tras el enfrentamiento entre Ankara y Washington de hace unos meses a cuenta de la liberación del clérigo evangelista y agente de la CIA Andrew Brunson. Turquía reforzó sus bases en Qatar multiplicando sus efectivos, mientras ha conseguido, gracias a las amenazas saudíes contra Kuwait, autorización para construir una base militar en ese país. Los saudíes, como respuesta, inyectaron más dinero para apoyar la guerrilla kurda que Estados Unidos usa para ocupar el noreste de Siria pero que amenaza la integridad turca.
Turquía es la que está manejando los hilos y eso coloca a Erdogan como árbitro de la situación. El discurso ante el parlamento turco no aportó nada nuevo. El acuerdo con Rihad y Washington está cerrado. La información que proporciona Ankara a cuentagotas le ha permitido dosificar los tiempos; esencial en toda acción política, se busca obtener la mayor rentabilidad.
La situación en Arabia Saudita no cambiará, esté quién esté en el gobierno. Sin embargo, el asesinato de Jamal Khashoggi ha hecho aflorar un conjunto de conflictos que nada o muy poco tienen que ver con la libertad de prensa. Aunque en muy mala su situación, Mohamed bin Salman no está indefenso, financia la ocupación estadounidense en Siria mientras el yerno de Trump, Jared Kushner, construye su “plan de paz” para Netanyahu con la aprobación de Arabia Saudita. El gran valedor de Rihad es, evidentemente, Tel Aviv.
Las sanciones contra Irán solo pueden mantenerse si el petróleo saudita reemplaza la falta de petróleo iraní. Por otra parte, Trump necesita del dinero saudí para mantener la campaña militar y evitar la derrota en Afganistán. Si el petróleo saudí, actualmente a 80$ el barril, ya es caro para Trump, un boicot de Arabia Saudita lo haría superar los 180 e, incluso, los 200$. Por otra parte, Riad ya ha amenazado pagar ese crudo con monedas como el rublo, el euro o el yuan, desplazando al dólar de las transacciones internacionales.
En esta coyuntura, Irán podría emerger como la gran vencedora en esta confrontación; de ahí su silencio. Desde 1974, existe un acuerdo secreto que transforma los petrodólares saudíes en bonos del Tesoro norteamericano. Si EEUU impusiera esas sanciones, que no lo hará, aunque importantes legisladores norteamericanos lo exigen, se estaría apuñalando a sí mismo.
Hay, como mínimo, dos razones más desde el ámbito de lo personal que pondera el presidente Trump: La primera, los grandes negocios para las empresas armamentísticas que está generando el presidente norteamericano y de los cuales recibe, al parecer, su comisión a través de su hija y su yerno que median en las negociaciones. Y, la segunda, como conocía el propio Jamal, los enormes negocios que posee Trump en Riad de casinos y prostitución de lujo como denunciaba la revista norteamericana Veterans Today.
Jamal Khashoggi fue colocado en una lista de “enemigos de Arabia Saudita” por el propio yerno de Trump, Jared Kushner, según denuncia el representante del Congreso de EEUU Joaquín Castro en una entrevista concedida el viernes pasado a la CNN.La lista elaborada por los servicios secretos norteamericanos fue presentada al príncipe heredero Muhamad bin Salman Al Saud quien habría obrado en consecuencia.
Como vemos, las repercusiones de este caso son muy amplias y cada jugador esconde sus cartas. Una vez que Alemania ha hecho sonar su voz, el resto de la UE la ha levantado, exceptuando Reino Unido y España. Merkel propone el boicot a la venta de armas. La posición de las fuerzas de “izquierda” PSOE y Podemos es especialmente incómoda a este respecto. Trump gesticula afirmando que un boicot de su país, aumentará los índices de paro. Curiosamente, el mismo argumento que utiliza Pedro Sánchez y el “izquierdista revolucionario” Pablo Iglesias. España seguirá construyendo barcos para la muerte de inocentes y armas para engordar la cuenta de resultados de unos cuantos. La desaparición del movimiento antiguerra en España, el nulo interés del PSOE e incluso de Podemos en el tema y el claro alineamiento de esta última formación a favor de la OTAN, propician que nuestro país se ponga del lado de los agresores y calle, invocando el mal menor, como justificación de este aquelarre.
Con toda seguridad, se hallará una solución. Desde el día 2 de octubre, cuando se produjo el asesinato, hasta este momento han pasado suficientes días para alcanzar un acuerdo que englobe a EEUU, Arabia Saudita y Turquía. Se buscará un chivo expiatorio; tiene todos los números el anterior cónsul saudí Ahmad Asiri, y el ex portavoz de las fuerzas de la coalición contra Yemen que ocupaba el cargo del vicedirector general de la inteligencia saudí en Ankara Al primero le fue permitido huir de Turquía; el segundo está bajo arresto. Por otra parte, siempre pagarán personajes menores como los guardaespaldas. Uno de ellos ya ha muerto en accidente.
Se apuntan varias hipótesis como salida negociada. Los saudíes pedirán a Erdogan una “investigación conjunta”, para justificarse. Mientras se acaba de perfilar el pago de 5 mil millones de dólares por parte de Riad y la condonación de la deuda turca por valor de otros 6 mil, el rey saudí envió al gobernador de la provincia de La Meca, príncipe Khalid bin Faisal Al Saud, a Ankara hace pocos días para concluir el acuerdo. La liberación del mencionado espía norteamericano y pastor evangélico Andrew Brunson posibilitará para Ankara el levantamiento de sanciones económicas por parte de EEUU y el corte definitivo de la ayuda militar a la milicia kurda. Finalmente, y depende de la salida final a la crisis, veremos un replanteamiento de la guerra genocida en el Yemen. No es descartable a corto plazo un recambio en el gobierno (la familia Sauda). Hay tres figuras emergentes en este momento: Jaled Bin Silman, hermano menor de bi Salman y embajador de Arabia Saudita en EEUU, la opción más probable; el depuesto príncipe heredero, Mohammjad Bin Nayed, y Ahmad Bin Abdulaziz, miembro de la familia real que vive en Londres, aunque descartado, por su afición a libar a Baco en lugar de a Alà.
En las actuales circunstancias,no tenemos por menos que recordar a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, cuando señalaba la necesidad de cambiar algo, para que nada cambie.
Bashar Barazi