El escritor sevillano, uno de los miembros más destacados de la novela de la crisis, disecciona en ‘Feliz final’ una ruptura de pareja

 

Los boleros lo saben. Una película como ‘La noche’ de Antonioni también. Y aquella otra, ‘Te querré siempre’ de Rossellini en la que Ingrid Bergman y George Sanders diseccionaban su relación sentimental moribunda, se apunta a la idea de que el amor suele discurrir de la luz a la oscuridad y no conocemos el antídoto. A Isaac Rosa (Sevilla, 1974), por más señas el portaestandarte de la novela de la crisis, le ha salido una ficción íntima con trasfondo social, una historia que remonta la vida de una pareja desde la desolación del presente hasta el momento en que él y ella cruzaron por primera vez sus miradas. Una novela que empieza con el epílogo y acaba con el prólogo. No es un invento suyo, claro está, pero esa flecha del tiempo invertida le ha quedado al sevillano particularmente dolorosa. Porque si un adjetivo le cuadra a ‘Feliz final’ (Seix Barral) es desoladora.

Siempre ha sido un escritor bastante cerebral y contenido, pero esta novela es un estudiado mecanismo para producir la emoción. Hay momentos en su lectura en los que se necesita levantar la vista de la página y respirar hondo.
Muchos lectores me lo han comentado. Que les ha dolido el contenido emocional y la dureza con la que se cuenta. Creo que ante todo está funcionando el reconocimiento de verse reflejado en las propias vivencias amorosas porque al final hay mucho sentimiento compartido.

En el relato, tras esos sentimientos se percibe también un cierto malestar amoroso más general.
Bueno, es algo complejo y naturalmente no se circunscribe a una causa social. Pero sí estoy convencido de que hay algunos elementos que se han agudizado y han cambiado la forma en la que percibimos tanto el amor como el desamor. En el libro hay un propósito inicial de los enamorados que puede sonar ingenuo y es que el amor puede ser un espacio de resistencia porque es todo lo contrario del cálculo económico. El amor sería una especie de palanca que se mete en la máquina y la detiene. Un lugar para ponernos a salvo de esta soledad y de la intemperie en la que vivimos.

«El amor podría ser un lugar para ponernos a salvo de esta soledad y de la intemperie en la que vivimos»

¿Desde ese punto de vista social, el desamor sería, pues, todo lo contrario?
Sí, porque acaba convirtiendo el amor en una extensión de la propia lógica del mercado ya que en el amor hay mucho consumo, mucho cálculo, como podría hacer cualquier empresario que minimiza pérdidas y maximiza ganancias. En estos dos extremos se mueve la novela.

Pero naturalmente siempre hay una responsabilidad individual.
Sí, pero no solo. A mí me gusta mucho cómo la filósofa Carolina del Olmo definió esta novela, no tanto una obra sobre el amor como sobre la institucionalización del amor, llámese convivencia. El principio de un amor, lo sabemos, es excepcional, pero ¿cómo hacemos para que lo excepcional del amor no se acabe convirtiendo en un estado de excepción? Eso nos lleva a la insatisfacción y a la decepción.

Hemos asumido que todos los amores tienen fecha de caducidad.
Sí, vivimos en tiempos de obsolescencia amorosa. Las cosas se acaban porque siempre andamos buscando el reemplazo, la novedad permanente. Nos agobia la sensación de que nos estamos perdiendo algo, incluso cuando la relación va bien. Frente a eso, la idea que impulsa la novela es cómo construir un amor basado en el compromiso en este tiempo de vínculos débiles en todos los sentidos.

«Roland Barthes decía que hay un cierto embrollo en el lenguaje a la hora de hablar de amor, o es excesivo o te sabe a poco»

“Nosotros íbamos a envejecer juntos” dice su protagonista, a modo de lema. 
Y esa frase que lo resume todo es casi un microrrelato y una enmienda a la totalidad del sistema en el que vivimos. Pero en esa frase, como muchas de las que se intercambian los enamorados, puede ser también un cliché retórico, una frase pomposa de la que necesitamos distanciarnos y le ponemos comillas. Roland Barthes decía que hay un cierto embrollo en el lenguaje a la hora de hablar del amor porque cuando quieres contarlo, muchas veces las palabras te parecen excesivas, y otras, te saben a poco.

Sin embargo, ha encontrado un modo perfecto de relatar esta historia. Como un trabajo de arqueología sentimental que intenta llegar pacientemente a las capas más antiguas.
Sí, esa idea está. Como también, la necesidad que tenemos de contarnos un relato. Ponerlo en común cuando el amor está en sus inicios y encontrarse en el relato compartido que ambos miembros de la pareja acabaron perdiendo. Creo que la novela tal como está planteada es una batalla por el relato entre un hombre y una mujer.

¿Su círculo más próximo le ha preguntado si todo anda bien en su casa?
(Ríe) Me resistí a poner aquello de “cualquier parecido con la realidad…” porque en muchos casos la gente lo toma como una confirmación de todo lo contrario.

 
 
ISAAC ROSA