La sentencia popular contra la sentencia judicial. Miles de personas en la calle frente al auto judicial y un voto particular. La reacción e indignación generada por la condena a La Manada no va a agotarse a corto plazo. «No es no» se lee en pancartas. «Yo sí te creo». A esta ola se han subido también muchos políticos, que en libre ejercicio de opinar han perdido la prudencia que exigen su responsabilidad pública.

Vaya por delante que a quien les escribe la condena le parece corta y dolorosa. Que yo también creo a la joven madrileña. Y que, al leer la sentencia y el voto particular, se me revuelven las tripas. Es difícil digerirlo, pero el ardor estomacal que produce no puede llevar a la muchedumbre a vomitar sobre los jueces que han tomado esa decisión con arreglo al Código Penal y las pruebas presentadas. Ni tan siquiera contra el magistrado que pidió la absolución de los salvajes. La bilis no puede hacernos olvidar que ellos interpretan una ley garantista con los acusados de acuerdo a unas pruebas. El clamor y la indignación no pueden ser substitutivos de los procedimientos judiciales, necesariamente independientes. Yo, personalmente, no me creo con la capacidad para valorar jurídicamente la interpretación los jueces. Pero sí llego a entender que lo que en la calle se llama violación, en la Justicia tiene unos matices (la violencia y la intimidación) que no protegen a las víctimas. En esa línea, creo que sería más útil dirigir las protestas para propiciar la reforma del Código Penal.

Lamentablemente, este clamor ciudadano no se ha parado un instante a preguntarse si hay otros factores que deban revisarse. Es evidente que hemos abdicado de una formación sexual en nuestra sociedad; que hemos dado el visto bueno a una banalización del sexo, desnaturalizado, alejado tantas veces de la afectividad, que produce monstruos salvajes e indolentes, capaces de la mayor degradación de otro ser humano a cambio de un instante de placer. Y luego se sienten orgullosos, muestran sus crueles hazañas por WhatsApp. Aunque parezcan cavernícolas, están entre nosotros, incluso –como en La Manada– como agentes de la Guardia Civil y militares. No han salido de la nada. Han crecido en nuestros barrios. Han visto nuestras televisiones. Han estudiado en nuestros colegios. Me viene a la cabeza, tan reciente, esa noticia de la radio que más oyentes tiene, en la que se cargaba con dureza contra una editorial católica por su manual de Biología para 3º de la ESO. Cometían la osadía de proponer a los alumnos de 14 y 15 años, que entre los sistemas para evitar enfermedades sexuales, están la fidelidad y la abstinencia. Quizás sea también momento para preguntarnos si como sociedad no podemos hacer algo más para no producir tantos animales.

 
 
 
 
 
 
FUENTE: ALFAYOMEGA