Hubo un tiempo en que lo que estaba mejor visto en política era el centro. Esa posición, pretendidamente equidistante entre las esquinas más cercanas a los extremos, parecía la pócima que aseguraba el poder a aquel partido que, viniendo desde la izquierda o desde la derecha, fuera capaz de convencer a los electores de que lo había ocupado. De ahí que al PSOE de los ochenta le gustara ser considerado como una fuerza política de centro izquierda, y que el PP lleve cuarenta años tratando de ser considerado como un partido de centro derecha.

Aun así, solo dos partidos relevantes en nuestro periodo democrático han llevado la palabra «centro» en su nombre. Ambos acabaron mal. La Unión de Centro Democrático se autodestruyó en medio de cainitas tensiones internas. El sector más a la izquierda –el de Francisco Fernández Ordóñez– desembocó en el PSOE y el más a la derecha aterrizó en Alianza Popular –después Partido Popular– de Manuel Fraga. Adolfo Suárez quedó huérfano en aquella deconstrucción y decidió crear el Centro Democrático y Social, con éxito escaso y breve.

El efecto imán lo tenían entonces el PSOE y el PP, que eran capaces de atraer a votantes pendulares, dispuestos a votar a uno o a otro en función de sus ofertas electorales o de la gestión que hubieran realizado. Los mismos votantes centristas que se unieron a los de izquierdas para hacer presidente a Felipe González en 1982, en 1996 se sumaron a los votantes de derechas para llevar a Moncloa a José María Aznar.

Ese votante encontró cierto acomodo en la UPyD de Rosa Díez, y se volcó más con Albert Rivera y Ciudadanos en las elecciones de abril de 2019. Pero el idilio terminó seis meses después, cuando pasó de 57 a 10 diputados, abriendo un interesante debate sobre dónde se habían refugiado los 47 escaños perdidos. Si se tiene en cuenta que en noviembre pasado el PSOE perdió tres escaños, que Unidas Podemos perdió siete, que el PP sumó 23 y que Vox subió 28, saque el lector sus propias conclusiones.

Ahora Ciudadanos busca su lugar en el mundo. Participa en gobiernos autonómicos y municipales con el PP que están apoyados por Vox y, a la vez, se ofrece a pactar los presupuestos con la coalición PSOE-Podemos. Pero esta asombrosa –incluso inverosímil– versatilidad tiene una fecha clave en la que la estrategia deberá ser revisada: el día de finales de este año o principios del próximo en el que se aprueben los presupuestos generales del Estado.

Si el PSOE revocara su estrategia de ignorar todo lo que hay a su derecha y si Podemos diera un vuelco sideral a sus obsesiones para optar por Inés Arrimadas en lugar de por Arnaldo Otegi, Ciudadanos podría decir que su batalla por moderar a la coalición de izquierdas ha sido un éxito.

Pero si tal prodigio fuese una quimera, si continuara el desprecio con el que Podemos se relaciona a diario con Arrimadas y si Frankenstein se ampliara con la llegada de Bildu, los diez diputados de Ciudadanos votarían no, previsiblemente. Y, como consecuencia, la pretensión de jugar al billar haciendo rebotar la bola en todos los lados de la mesa se habría demostrado un error. Arrimadas apenas se podría justificar diciendo que por ella no fue, y que su partido hizo todo lo posible por moderar a quien no quiere moderarse. Pero la mano tendida quedaría como una mano colgada en el vacío.

Y ese problema sería solo el primero. El segundo, y más importante por involucrar el largo plazo, empezaría el día siguiente a no votar los presupuestos. Porque Ciudadanos tendría entonces que decidir qué quiere ser de mayor y cómo encara lo mucho que pudiera quedar todavía de legislatura: ¿seguiría con la mano tendida después de ser rechazada, o se instalará en la oposición? Y, en ese caso, ¿cómo marcaría las diferencias que le hicieran identificable frente al nuevo empeño de Pablo Casado por asaltar el centro?

En los años 80, el dirigente del Partido Conservador británico Lord Hailsham dijo con maligna ironía que «en una confrontación por el poder político, el centro blando siempre se derrite». En un campo de juego tan enfangado como el que provoca la extrema polarización de la política actual, el papel de jugador movedizo y flexible suele ser ingrato, porque genera la incomprensión y hasta el desprecio de ambos lados del cuadrilátero.

Si, finalmente, Ciudadanos se suma a la coalición de los presupuestos será considerado por la oposición como un satélite más del Gobierno. Si, por el contrario, vota en contra será ubicado de nuevo en la plaza de Colón por el pack PSOE-Podemos. Falta saber qué opinarán los votantes: aquellos que aún apoyaron a Ciudadanos en noviembre de 2019, y aquellos que huyeron hacia otras siglas seis meses antes.

 
 

FUENTE: LARAZON