El líder de Ciudadanos confraternizó la semana pasada con un grupo de niños en la tele. Uno quiso saber lo que Rivera hubiera hecho de haber vivido nuestra Guerra Civil. Su respuesta: “Me hubiera ido de España, como hicieron tantos liberales”.
Así de estupendo se puso ante los españolitos recién llegados al mundo, les guarde Dios. Recordando a Chaves Nogales, Baroja, Marañón, Pérez de Ayala, Azorín y tantos otros que, efectivamente, pusieron tierra de por medio a las primeras de cambio. Como el mismo Ortega y Gasset, aquel que se refería a la izquierda y la derecha como “dos formas de ser imbécil”.
La huida de aquellos intelectuales solemnizó el concepto de la “tercera España” (‘copyright’ Madariaga, ‘Spain’, 1955), referido a los dos millones y medio de españoles, tantos como en los dos bandos enfrentados, que rehusaron el alistamiento en ambos. Un “ejército invisible” de prófugos, enchufados o falsos inútiles que se las arreglaron para no pisar el frente, según el libro de Pedro Corral (‘Desertores’, 2006).
En esta España gobernada en precario desde diciembre de 2015, el tercerismo es asimilable al centro político de un escenario donde Cs ocupa el punto medio. Pero es un centro deshabitado por decisión del líder que, no como en la espantada tercerista de la Guerra Civil, abre una zanja con su vecino a la izquierda (PSOE). Es decir, renueva el drama de las dos Españas y se pasa a una de ellas como única forma de ser presidente o vicepresidente (a la andaluza) de un futuro Gobierno.
Renueva el drama de las dos Españas y se pasa a una de ellas como única forma de ser presidente o vicepresidente
Se lo recuerda Pedro Sánchez en sus declaraciones de ayer a El Confidencial. Es Rivera quien quema las naves y pone un cordón sanitario al PSOE. “Incluso desde el punto de vista personal, yo me siento, como muchos españoles, decepcionado con el señor Rivera”, dice el presidente del Gobierno mientras constata que el líder de Cs “prefiere gobernar con el apoyo de una fuerza ultraderechista (Vox) a poder entenderse con el PSOE, a diferencia de otros partidos liberales”.
Más grave que el descuelgue prematuro (insinúa Sánchez que Rivera podría revisar su ‘nunca, jamás’) es la ofensiva insidiosa contra Moncloa por sus posiciones en el conflicto catalán. Se acusa al Gobierno socialista de claudicar ante el separatismo, cuando lo cierto es que rompió con él por rechazar el derecho de autodeterminación y otras exigencias que desbordan el marco constitucional. Aquí el alineamiento de Cs con PP y Vox es palmario, con inaceptables acusaciones a Sánchez de “traidor a España”.
Sin embargo, en su diálogo con Cardero y Romero, el presidente dice que hablará con todos dentro de la legalidad, aunque advierte de que “cualquier formación política que pida al PSOE transgredir la Constitución sabe que va a contar con el no del secretario general”.
En esta España gobernada en precario desde 2015, el tercerismo es asimilable al centro político, ahora deshabitado por decisión de Cs
Rivera insiste en caracterizar al líder socialista como enemigo de la Constitución. No tiene ninguna duda, declaró ayer, de que “la opción de Pedro Sánchez es volver a pactar con Podemos, ERC, PDeCAT y Bildu». Y eso pide a gritos una doble precisión. Por una parte, el PSOE no puede ir más allá de lo que va el Estado de derecho en la deslegitimación de un partido. Y por otra, si se diera ese indeseable escenario (pacto del PSOE con fuerzas de aversión declarada a la legalidad vigente), Cs no tendría fuerza moral para reprobarlo tras su renuncia al tercerismo del que presumió ante los niños en un plató televisivo.
“No me gustan las guerras ni los bandos”, les dijo. Pero su tercerismo es falso. Claro que le gustan. De hecho, ha dejado libre el centro para unirse a uno de los dos bandos electoralmente enfrentado ante las urnas del 28 de abril.