Julián Sánchez Urrea
A casi nadie se le escapa que el “proces” se ha llevado buena parte de la izquierda política social y sindical catalana y amenaza con hacerlo con el conjunto de la izquierda española. En Cataluña los conflictos sociales se soterran, se obvian o se olvidan, se deterioran los servicios públicos, se consolidan los recortes y se retrocede en bienestar sin importar al Governni a ninguno de sus Consellers. Esto mismo se va extendiendo a otros sitios de España, donde cuesta hablar de los problemas de la gente, de cómo resolverlos, ya que el conflicto catalán lo ocupa todo, entre el hartazgo de la gente y la impotencia de ver sus demandas postergadas. Las elecciones andaluzas han sido un claro ejemplo de ello.
De un tiempo a esta parte, sectores cada vez más importantes de la izquierda han dado la voz de alarma, urgiendo a rescatarla de las garras del populismo y del nacionalismo.
Habrá quien se pueda extrañar por la comprensión, cuando no apoyo explícito mutuo de Populismo y Nacionalismo. Hay confluencia natural: su reino no es el de las personas que viven de su salario y de su esfuerzo. Ambos credos tienen como objetivo su propio poder y como medio la invención de enemigos que poner ante la indignación justa de gentes necesitadas de cambios y también de información veraz y crítica.
El populismo compone un discurso moral que sustituye, amortigua, tapa e ignora el conflicto social, reduciendo los problemas ciertos a un relato de buenos y malos. La confrontación de intereses fruto del modelo económico queda reducida una cuestión de ética en un juego de artificio mediático, donde prima lo que se dice, no lo que se hace, con propuestas insolventes e irrealizables y con consecuencias ya palpables: manipulación, medias verdades, mentiras y contradicciones que llevan a la frustración e insolvencia. Un coctel explosivo.
Si el Populismo caricaturiza los sujetos, el nacionalismo predica que el conflicto no es social ni económico, sino territorial. Subjetivo sería adentrarse en cuánto hay de tradición, de educación o de cultura transmitida para que las personas antepongan la referencia del “dónde viven” y la historia colectiva y futuro en común a la de “cómo viven” y que, evidentemente, no excluye la historia ni el futuro común.
Lo que es claro es que un sentimiento es respetable pero difícilmente evaluable. Lo que nos pone frente al Nacionalismo independentista no es el sentimiento, sino que tal pasión por la tierra quiera ocultar que hay quien trabaja por un salario para vivir y hay quien recoge beneficios para acumular riqueza y poder. Semejante parecer rompe el romanticismo y parece mentira que nacionalistas que pronuncian discursos furibundos al encuentro de otras fuerzas de corte populista como Podemos, sobre buenos y malos, tiranos y sojuzgados, cuando no las fuerzas de ocupación y oprimidos, olviden lo crudamente que la economía pone a cada persona en su correspondiente sitio, que no es su pueblo, sino su clase social.
La sociedad democrática no necesita reconocerse la identidad de forma exclusiva ni excluyente. La secesión nada tiene que ver con la emancipación del trabajo, excepción hecha de pueblos dependientes, ocupados violentamente e imposibilitados de desarrollarse democráticamente. Comparar esas situaciones con algunas identidades en nuestro país es un insulto a pueblos como el kurdo, saharauis o palestinos.
El éxito de algún proceso nacionalista en España no se debe al nacionalismo ideológico de sus gentes, sino a la torticera habilidad en plantear que teniendo su propio Estado y sólo por éso, mejoraría la vida de la gente. Y ésa es precisamente la estafa política. Más claro: un gobierno catalán de derechas es preferible a un gobierno español de izquierdas. Si se acepta eso, puede uno presumir de “indepe”.
Y es que parece una obviedad, pero hay que decirlo más: no hay proyecto ni de izquierdas ni progresista en el populismo, sea éste nacionalista, independentista o defienda el derecho a decidir la independencia.
Se busca y se necesita que la izquierda defienda un Estado plural y solidario, garante de libertades y de igualdad de hombres y mujeres, proveedor de protección social y comprometido con un desarrollo económico sostenible medio ambientalmente y políticas públicas que consigan el Bienestar Social como objetivo prioritario.
Se busca y se necesita una izquierda que entienda que una sociedad tan plural, diversa y estratificada como la nuestra, no puede hacer política tomando como referencia sólo las realidades más extremas que excluyen a las mayorías. Hablar de dicotomías, como hacen ambos, es recurso fácil, lo complejo es dar soluciones a la mayoría social que quiere empleo, techo, educación, derecho a la salud y atención digna a los mayores.
La izquierda no puede ser nacionalista, en todo caso será internacionalista porque pertenece a la gente. ¿Y por qué la gente de este país tenemos que aceptar que nos amputen una parte de nuestro territorio, invocando derechos que no existen y que, por tanto, no aceptamos? ¿Acaso alguien cree que las gentes que nos sentimos de izquierdas podemos aceptar que se divida a la mayoría social trabajadora por derecho divino para hacernos aún más débiles frente al poder económico? No es realista. Al contrario, sostenemos que es de izquierdas defender la integridad de nuestro país, porque así defendemos la unidad de los trabajadores y trabajadoras que viven en España, sin importar donde nacieron o cuál es su país de origen, sin pedir pedigrees. Defenderlo es proteger a la gente para que haya más igualdad social, más solidaridad, más derechos sociales y laborales, más y mejores pensiones.
No nos convencen los cantos de sirena con los que el nacionalismo pretende atraernos a los federalistas. Sabemos que el federalismo no está en la hoja de ruta del derecho a decidir la independencia ni en ningún referéndum de autodeterminación. Nuestro federalismo es unitario, solidario y bilingüe, en armonía y convivencia, sin inmersión lingüística de ninguna de las lenguas cooficiales.
Sea como fuere, el mejor antídoto contra el independentismo es una izquierda que ponga en primer plano la agenda social de defensa de los servicios públicos esenciales: educación, sanidad, bienestar social, dependencia y pensiones públicas, pero también que reivindique que este país es nuestro también y no se lo vamos a regalar a nadie.