Entre los muchos errores que los secesionistas catalanes han cometido hay uno que nunca les agradeceremos bastante los españoles: que hayan conseguido unir al PP y al PSOE. Entre Sánchez y Rajoy hay no sólo diferencias políticas abismales, sino también animosidad personal, que por parte del líder socialista llega a aversión, inquina, malquerencia, debida, supongo, a que todos sus intentos por desbancarle –que han sido muchos y variados– fueron en vano. Es, por tanto, imaginable el tremendo esfuerzo que ha tenido que hacer para respaldar al presidente del Gobierno en un caso que se juega nada menos que el futuro de España. Pero la miopía, el descaro, la desfachatez y cinismo de los independentistas no dejaban margen al principal líder de la oposición: el menor signo de complicidad con ellos acabaría con todas sus posibilidades de gobernar España algún día. Así que no ha tenido más remedio que apoyar a Rajoy, con condicionamientos, sí, pero apoyarle. A Rajoy le basta para cargar contra los secesionistas con toda la autoridad que le concede el gobierno del Estado. Que es mucha, como estamos viendo, sobre todo cuando el poder judicial se ha decidido a actuar contra quienes intentan dinamitar el orden constitucional y en algunos frentes ya han hecho. Que Puigdemont y su equipo estén demostrando ser tan malos estrategas como grandes embusteros viene también en ayuda de Rajoy. ¿Quién puede fiarse de quien asegura que una Cataluña independiente seguirá en la Unión Europea y tendrá una economía floreciente, cuando ni siquiera tendrá para pagar las nóminas y pensiones? Esto no es sembrar el miedo. Es mostrar la realidad.
Los próximos días van a ser tan tensos como decisivos. Los secesionistas van a echar mano de todas las artimañas para que se vote el 1-O aunque sea de forma testimonial. El gobierno del Estado va a utilizar todos los recursos de este para impedirlo que, como digo, son muchos. El resultado es fácil de predecir: se votará aquí y allá, sin garantía alguna, de forma que, en vez de referéndum, tendremos una paparruchada. Pero ellos le concederán el rango de gran muestra de la voluntad del pueblo catalán. Y le concederán crédito los que esperan sacar algún provecho de ello, empezando por los que tienen causas pendientes con la Justicia y terminando los que esperan ser ministros o embajadores de la república catalana. Pero el resto, ni caso. Mejor dicho: con cierto cabreo, pues si algo nuevo ha emergido de este desafío es una hosquedad hacia los catalanes por parte del resto de los españoles que, por lo general, los admiraban. Pero verse insultados por ellos –»me dan lástima los españoles», Joaquim Forn, consejero de Interior–, acusados de robarles y verles transgredir todas las leyes y normas democráticas les ha hecho perder el prestigio que tenían incluso entre sus admiradores. Les queda una oportunidad de recobrarla, pero sólo si reconocen el inmenso error que han cometido. Visto su proceder, sin embargo, me temo que no van a aprovecharla.
FUENTE: ABC