Todos aquellos que hemos nacido y desarrollamos nuestra actividad en Cataluña como parte de España vivimos días de trincheras. En mi caso, entre todos los datos que puedo recopilar a diario el que más me escandaliza es la caída en picado de las ventas durante estos días. Gracias a la exposición internacional algunos podemos felicitarnos de bajadas «solo» del 50% en los pedidos durante octubre. Es una vergüenza pero son una «buena» noticia. Sólo hace falta levantar el teléfono o preguntar por WhatsApp para conocer que algunos cifran su descenso en más del 95%.
A la mayoría de los independentistas esas noticias no les preocupan. En general funcionarios, vividores de dinero público, jubilados o estudiantes. Muchos, desde la ignorancia, creen que el dinero viene del aire. Son incapaces de entender que el problema de las grandes empresas huidas es menor al lado del total desmantelamiento del tejido empresarial catalán. Sin empresas los estados no ingresan. Y sin ingresos no hay dinero para pagar sus nóminas.
Las trincheras catalanas no son solamente por defender unos derechos democráticos. Sirven también, para una gran mayoría, como forma de defender un trabajo, un sistema de pymes, y un territorio que cada día que pasa se va más a pique. Más de una persona, de dos y de tres, me comentaban, casi siempre con lágrimas, que ojalá se hicieran independientes de una vez. Argumentan que, entonces sí, sabrían lo que es el esfuerzo y el trabajo duro.
Quizás, y sólo quizás, verían en ese momento vacías las arcas de su nuevo estado. Ya sin empresas, sin ingresos, con bonos más allá de la basura podrían darse cuenta del gran engaño. Ellos sin recursos, en la calle, sin sueldos, sin nóminas, y sus líderes viviendo como siempre, del cuento. Unos serían embajadores por el mundo, como Artur Mas, otros simplemente comerían, como cuando estaban oprimidos, una paella. En un país donde el arroz volverá a ser el plato único. Eso sí, la de marisco tendrá los comensales de siempre. Aquellos que nunca han abandonado ni abandonarán el poder. Triste realidad que a algunos, solo por impedirla y por querer cambiarla, nos obliga a tirarnos a las trincheras.
FUENTE: ELESPAÑOL