El 5 de septiembre pasado, Francisco de la Torre renunciaba a su acta de diputado por Ciudadanos. En aquel momento, la postura oficial de Ciudadanos seguía siendo que Pedro Sánchez iba a pactar con Unidas Podemos y los independentistas. Faltaban 10 días para que Albert Rivera se diese cuenta de que no era así y ofreciese, en un bandazo de última hora, una abstención conjunta con el PP para que gobernase el PSOE. Pero cuando De la Torre se fue, y aunque oficialmente Ciudadanos apuntaba a una investidura de Sánchez, en el partido ya había dudas de que fuese a ser así. Por eso nadie quiso asumir el acta de De la Torre. Ni corrió la lista. Aunque Ciudadanos consiguió 57 escaños en abril, llegó a las elecciones del 10-N con 56. No había arrancado la campaña… y ya había empezado a perder escaños. Mal presagio.
El batacazo electoral, una bajada de 47 escaños y 2,5 millones de votos, ha sido solo el último peldaño que ha bajado Rivera, de 40 años, en solo año y medio. Entonces lideraba las encuestas, en las elecciones de abril aspiró y rozó ser el líder de la oposición, pero su negociación autonómica y municipal, en la que dio todo el poder al PP, y su negativa a reunirse con Pedro Sánchez, le ha condenado. En el PP hay ya quien ironiza que Rivera debería tener un puesto de presidente honorífico del partido, junto a Aznar y Rajoy, por haberlo salvado cuando más crítico estaba. Pero la caída de Ciudadanos en realidad tiene más etapas recorridas a la velocidad de vértigo. En solo 18 meses ha pasado de liderar las encuestas a la irrelevancia y merece la pena revisar la caída.
La moción de censura, a contrapié
Parece un pasado remoto pero fue hace solo 18 meses: una encuesta electoral de ‘El País’ colocó a Ciudadanos en primera posición (29,1% de los votos) en caso de elecciones generales. Ciudadanos venía de ganar las elecciones catalanas en diciembre de 2017 y en el sondeo -elaborado por Metroscopia y publicado el 14 de mayo de 2018- Podemos ocupó el segundo lugar, el bipartidismo tocó fondo y Vox ni siquiera salió en la foto. Fue el mejor dato de Ciudadanos en las encuestas.
«Estamos ensanchando la opción de centro. Los españoles tienen una opción distinta a la que votar, una opción reformista, liberal y con un proyecto ilusionante para este país… Todas las encuestas apuntan en la misma dirección. Reflejan el crecimiento de Ciudadanos y el retroceso del resto de partidos«, señaló José Manuel Villegas, secretario general de Ciudadanos, tras conocerse el sondeo.
A Ciudadanos le costaba esos días disimular la euforia. Albert Rivera apuntaba a Moncloa.
Con un Pedro Sánchez que no acababa de despegar y sin escaño en el Congreso para liderar la oposición, y un Gobierno de Rajoy que gobernaba sostenido por la bancada de Ciudadanos, todo parecía de cara para Albert Rivera, que solo necesitaba coger las palomitas para ver como el PP -desgastado por la corrupción, la crisis y la acción de gobierno- agonizaba hasta el final de legislatura. De hecho, once días después de la encuesta de ‘El País’, ocurrió algo que, a simple vista, haría inevitable el sorpasso de Ciudadanos al PP: la sentencia Gürtel -más dura de la esperado- condenó al PP como beneficiario de un “sistema de corrupción institucional”. ¿Qué mejor momento para que a los españoles les quedara claro que Ciudadanos era el futuro regenerador y el PP el pasado corrupto? Pero el momento de gloria de Ciudadanos resultó ser, ¡ay!, el principio del fin de las opciones presidenciales de Albert Rivera.
Se acababa de anunciar la sentencia, cuando Rivera compareció en el Congreso ante los medios. La sentencia era “un antes y un después” que “trastocaba” la legislatura, anunció en tono grave. «Los españoles se merecen un gobierno limpio que les garantice estabilidad política y económica». “Un Gobierno debilitado por la corrupción va a ser aprovechado desgraciadamente por los separatistas”. “Este Gobierno tiene que sacar leyes adelante y está en minoría”. “La noticia de hoy lo cambia todo, pone en jaque la credibilidad del Gobierno que, insisto, solo tiene el apoyo de Ciudadanos”, zanjó solemne.
Ciudadanos, en definitiva, retiraba su apoyo al Gobierno, pedía elecciones anticipadas y dejaba a Rajoy a la intemperie. Alguien en el PSOE acababa de oler sangre.
En algo sí tuvo razón Rivera ese día: la noticia (de la Gürtel) lo iba a cambiar todo, pero no en el sentido que él hubiera deseado…
Ciudadanos decantó el voto del PNV en la moción de censura del PSOE y ahí perdió pie
A Albert Rivera le ocurrió lo que al futbolista que a puerta vacía… chuta fuera del campo tras llenarse de balón. Y eso que en aquel momento parecía sencillo: acababa de dejar a Rajoy en situación de extrema debilidad. Lo que no midió bien fue el mecanismo activado por sus palabras: ocho días después de su rueda de prensa, Pedro Sánchez era investido Presidente del Gobierno. Ciudadanos nunca más iba a estar por delante del PSOE en una encuesta.
Quizá Rivera solo pretendía apretar la soga alrededor del cuello de Rajoy para precipitar un adelanto electoral, pero lo que desencadenó fue una moción de censura que lo dejó a él en fuera de juego, a Rajoy trabajando de registrador en Santa Pola y al tantas veces desahuciado Pedro Sánchez en Moncloa; en una carambola política que activó (sin querer) Ciudadanos y en la que (casi) nadie creía, pero que cogió velocidad tanto por graves errores del PP en la gestión de los tiempos, como por una extraña alineación de todos los astros de la oposición (que no se volvería a repetir para nada relevante).
«Rivera no se esperaba la moción de censura. Tenía un plan: dejar que Rajoy se cociera en la salsa de la corrupción… pero Sánchez le desmontó el plan»
No fue el único fallo de Ciudadanos esos días: cuando la moción Sánchez no acababa de arrancar, Podemos anunció que presentaría otra con el único objeto de forzar nuevas elecciones. Ante la posibilidad de perder la iniciativa, Ciudadanos anunció que si fracasaba la moción del PSOE, él presentaría la suya. Eso garantizaba el fin de Rajoy y terminó de decantar el voto del PNV en contra del PP. Craso error. El PNV se había resistido hasta entonces a la moción de Sánchez: esa misma semana había pactado con el PP unos Presupuestos Generales del Estado con importantes concesiones para el País Vasco. Pero lo que el PNV no quería de ningún modo era quedarse como único asidero del PP y ver en Moncloa a Albert Rivera, poco amigo del concierto vasco. Conclusión: ante la posibilidad de un adelanto electoral, el PNV acabó respaldando la moción Sánchez.
«Rivera no se esperaba la moción de censura. Tenía un plan: dejar que Rajoy se cociera en la salsa de la corrupción… pero Sánchez le desmontó el plan», resume el periodista Iñaki Ellakuría, coautor del libro ‘Alternativa naranja. Ciudadanos a la conquista de España’ (Debate, 2015).
Estábamos ante un cambio de dinámica. Ciudadanos pasó de pronto de partido al que todo le salía bien a perro flaco pulgoso: no solo Pedro Sánchez era el nuevo presidente, sino que Ciudadano votó ‘no’ a la moción de censura, erosionando una de sus señas de identidad: el partido de la regeneración tratando de frenar la caída de un Rajoy asediado por la corrupción.
El Partido Popular culpó entonces a Rivera de la muerte política de Rajoy. ¿Puro resentimiento y pocas ganas de asumir sus pecados de corrupción? Totalmente, pero algo de razón tenían. Ciudadanos respondió señalando que el culpable del pelotazo socialista fue Rajoy: si hubiera dimitido antes de la moción, se hubiera formado otro gobierno del PP apoyado por Ciudadanos. También tenían razón.
En la oposición, al asalto del PP
Tras la investidura presidencial de Sánchez, Rivera aseguró que “no era una buena noticia para España” y que “había que cambiar el Gobierno, pero no de esta manera”. «Empieza una etapa nueva, de incertidumbre y debilidad, pero estoy convencido que faltan pocos meses para que los españoles puedan votar. Nosotros no tenemos miedo a las urnas», añadió. Ciudadanos, no obstante, acababa de perder la centralidad del tablero y nunca la iba a recuperar.
Las primeras encuestas tras la investidura de Pedro Sánchez reflejaron el vuelco: Ciudadanos caía de la primera a la tercera posición al perder más de seis puntos. El PSOE se ponía en cabeza con un 28,8% y el PP también adelantaba al partido de Albert Rivera, según el sondeo de GAD3 para ‘ABC’. Uno de los primeros plenos de la era Sánchez demostró que Rivera quería robar el plano a Casado por la derecha. Esgrimió la tesis de Sánchez para acusar al presidente de plagio. La relación personal entre Sánchez y Rivera, que en 2016 habían alcanzado un acuerdo de Gobierno, quedó muerta definitivamente. Rivera quería matar a Sánchez y viceversa. Esa enemistad marcó la política española. Solo podía quedar uno y Rivera midió mal sus fuerzas.
Rivera quería matar a Sánchez y viceversa. Esa enemistad marcó la política española. Solo podía quedar uno y Rivera midió mal sus fuerzas.
En diciembre de 2018, llegó un hito importante: las elecciones andaluzas dejaron a Ciudadanos la llave del Gobierno. Echar al PSOE después de casi 40 años estaba en el guión de Rivera pero no tanto tener que pactar con Vox, que con sus 12 escaños irrumpía de forma sorpresiva. Pero la hoja de ruta trazada por Rivera incluía pactar con Vox si eso servía para ir contra el PSOE… y aunque comenzasen a alzarse voces críticas en España y entre los liberales en Bruselas.
El timonel mantenía firme el rumbo. En febrero, en plena crisis del relator, el PP y Ciudadanos corrieron a convocar una gran marcha patriotica en Colón contra Sánchez. Se sumó Vox y Rivera se vio incómodo en una foto junto a Santiago Abascal. Aunque el plan empezaba a generar algún recelo, en general el partido apoyaba la decisión de Rivera. Arrimadas no fue a Colón alegando un problema de transporte y solo Manuel Valls, outsider recién fichado, lo criticó abiertamente.
La foto de Colón detonó la convocatoria de las elecciones. Sánchez aprovechó que Rivera abandonaba el centro para intentar movilizar a la izquierda. El 19 de febrero de 2019, solo cuatro días después de que Sánchez convocase las generales, el Comité Ejecutivo de Ciudadanos vetó cualquier pacto electoral con los socialistas tras las generales de abril. No es no. Veto con giro a la derecha incluido…
La sorpresiva irrupción de Vox en las autonómicas andaluzas había complicado el mercado del voto conservador: Ciudadanos ya no era el partido con un discurso más duro contra Cataluña. El partido de Albert Rivera cubrió ese flanco (posible sangría de votos) apostándolo todo al No es no a Sánchez y al sorpasso al PP en las generales… que no se materializó (por poco): 16,6% contra 15,8% de los votos (66 escaños contra 57). Menos de un punto le faltó para sobrepasar al PP de Casado. Pese a eso, Rivera se proclamó líder de la oposición.
Las urnas dejaron una suma evidente: PSOE y Ciudadanos juntaban 180 diputados, cuatro por encima de la mayoría absoluta. Pero nunca hubo opción. Es cierto que Sánchez nunca hizo una oferta formal y que los militantes ante Ferraz gritaban la noche electoral «con Rivera, no» pero el líder de Ciudadanos se negó a reunirse con Sánchez y se enorgullecía de no contestarle al teléfono.
En el camino quedó descartado su rol de partido centrista/bisagra capaz de pactar a su izquierda y a su derecha. Los votantes percibieron el giro a la derecha. Según el CIS previo a las elecciones del 10-N, Ciudadanos y PP estaban a la menor distancia ideológica de la serie histórica. Si hubiera habido sorpasso, probablemente estaríamos contando ahora mismo una película más feliz sobre Ciudadanos, pero no fue así.
Abelardo Bethencourt, director general de Public, una consultora especializada en campañas electorales y fontanero en Moncloa con Rajoy, incide en ese error: “Mi impresión es que su estrategia, no digo que acertada o no, era que iban a superar al PP pero no lo consiguieron por 200.000 votos. Si lo hubieran conseguido seguramente su posición no les habría penalizado. En ese caso, nadie habría pensado que Cs tuviera que ceder porque era el líder de la oposición, como al PP no le ha penalizado. Pero ellos se comportaron como si no hubieran quedado por detrás del PP. La misma noche electoral dijeron ‘Somos los líderes de la oposición’, había una disonancia entre la realidad y su posición. Los votantes los veían como una bisagra pero ellos no asumieron su papel. Es un problema de asunción de la realidad, que es tozuda. Se han quedado como una marca blanca de PP y Vox”.
Internamente, Rivera cerró aún más el círculo. Ciudadanos tiene dos ejecutivas, una ampliada y una reducida. Por entonces, prácticamente todos los temas se trataban solo en la reducida para evitar fugas de información. Solo un núcleo duro conocía las decisiones: Rivera, Villegas, Hervías, Páramo, Espejo… Su vida privada pasó a la prensa rosa por su relación con la cantante Malú y con el alquiler de la casa más lujosa de la urbanización más lujosa de Madrid. ¿Encerrado en su torre de marfil?
Rivera no tenía ningún contrapeso y se preparó para una legislatura de líder de la oposición. Ciudadanos creó su propia sala de prensa en el Congreso y dio el poder a un grupo de asesores por encima de los diputados. Ciudadanos nunca había sido un partido caracterizado por la democracia interna, pero esos días aumentó el ordeno y mando. A los diputados se les cerró aún más el acceso a la prensa. Al contrario que otros grupos, oficialmente los diputados de Ciudadanos no pueden hablar con la prensa sin pasar por la ventanilla del partido.
La negociación autonómica y municipal
La posición secundaria de Ciudadanos dentro del bloque conservador se agudizaría en las elecciones municipales y autonómicas de mayo. En primer lugar, el PP moderó su discurso y se recuperó algo de terreno. Como municipales y autonómicas son propicias para el PP, un partido con mucha mayor implantación territorial, Rivera no pareció tomar nota. En las Europeas, con circunscripción única y voto comparable, el PP sacó ocho puntos a Ciudadanos, pero el candidato era Luis Garicano, del ala liberal y más contraria a pactar con Vox, así que también hubo quien lo señaló.
Ciudadanos salía del 26 de mayo con la llave que necesitaba el PP para recuperar el poder en comunidades y Ayuntamientos. Con la excepción de Castilla-La Mancha, la dirección de Ciudadanos impuso a sus representantes locales y autonómicos -no hay barones ni nada que se le parezca- no sentarse con el PSOE aunque eso supusiese convertirse en muleta de los populares. Todos cumplieron sin salirse del guion.
Al anunciar a los cuatro vientos que no pactaría con el PSOE en ninguna parte de España, Ciudadanos se sentó con el PP renunciando a su principal arma negociadora: la amenaza de pactar con el PSOE si el PP no le daba alguna autonomía o alcaldía clave (y viceversa). Ciudadanos, en definitiva, llegó a la negociación con los experimentados políticos populares con un brazo atado a la espada… e hizo un poco el primo: no solo no se llevó ninguna plaza de relevancia, sino que se chupó todo el desgaste de acercarse a Vox (cuyos votos fueron decisivos para sacar adelante las investiduras autonómicas en Murcia o Madrid). A destiempo, después de entregar Murcia y Castilla y León al PP, reclamó sin mucha fe la alcaldía de Madrid para Begoña Villacís. El farol solo duró unos minutos. Villacís sería vicealcaldesa con el apoyo de Vox, como todos sus compañeros que tocaron poder.
«Nuestro error fue en los pactos municipales y autonómicos. Nos quitaron la bandera de la regeneración»
“Nuestro error fue en los pactos municipales y autonómicos. Decir que no se puede pactar con Sánchez porque es un bandarra lo aceptan hasta muchos votantes del PSOE. Pero nos hicieron decir que Lambán o los socialistas de Murcia o Castilla y León estaban con los independentistas y eso era absurdo y además nos quitó la bandera de la regeneración”, critica en privado un cargo regional de Ciudadanos.
Ciudadanos dio al PP Madrid (comunidad y Ayuntamiento), Castilla y León, Murcia, Zaragoza, Málaga, Alicante. Teodoro García Egea, que llegó tocado a la negociación y señalado como uno de los grandes responsables del desplome del PP en abril, salió a hombros. Génova preparaba un ERE y se encontraba tras la negociación con puestos para colocar a todos los asesores. Solo la Comunidad de Madrid tiene un presupuesto de 22.000 millones. Ciudadanos no solo le dio la presidencia sino la cartera clave de Hacienda, donde el PP colocó al halcón Lasquetty. En la negociación, el PP arrolló a Ciudadanos: fue una cosa de profesionales contra aficionados.
Solo Valls se salió del guión y dio sus votos a Colau para evitar que ERC gobernase Barcelona. Fue expulsado inmediatamente. Fuentes de Ciudadanos explican que las decisiones se fueron tomando cada vez en un grupo más reducido, sin debate interno. «Aznar se emborrachó de poder tras ocho años en Moncloa pero a Rivera le pasó lo mismo sin haber llegado a nada», comentan entre antiguos cargos del partido.
“En los últimos seis meses no ha habido un caso grave de corrupción, no se ha hundido la economía… Lo único que ha pasado son los pactos de Gobierno, así que por una simple regla de tres es lo que les ha provocado la pérdida de votos”, opina Abelardo Bethencourt.
Goteo de dimisiones
Al mismo tiempo, tanto su negativa a investir a Pedro Sánchez, como su incapacidad para hacerse con el control de una gobierno autonómico importante al renunciar a su condición de bisagra, desencadenó la crisis interna más grave del partido: en junio, dimitieron varios miembros de la ejecutiva, como el portavoz económico Toni Roldán, Francisco de la Torre, o el eurodiputado Javier Nart, contrarios al giro a la derecha. Pero Rivera siguió decidido y respondió elevando los decibelios. En la investidura fallida de Sánchez de julio, acusó al candidato de tener un plan para repartirse con su banda un botín llamado España. Ante la incomprensión de parte de su bancada lo repitió en la segunda sesión, cuando ya era evidente que el PSOE no iba a llegar a ningún acuerdo con Unidas Podemos.
La crisis interna tornaría incomprensible tres meses después… al cambiar Rivera otra vez de planes. En septiembre, ante la inminencia de unas nuevas elecciones y la caída en las encuestas, Rivera dio un nuevo volantazo de 180 grados: pocas horas antes del fin del plazo para lograr la investidura, se abrió a pactar con Sánchez. Su oferta -que PP y Ciudadanos se abstuvieran al unísono para investir al socialista- no fue tomada en serio por el bipartidismo, que la interpretó en clave cínica: alarmados por su desplome en las encuestas, Ciudadanos intentaba desvincularse del bloqueo institucional in extremis.
Mientras tanto, en Vox se frotaban las manos: Albert Rivera les había regalado el argumentario para la campaña: Ciudadanos es un partido veleta, no como nosotros que sí tenemos claro nuestros principios, venían a decir en Vox. “Generas una crisis interna por el veto a Sánchez, se te marchan varios del partido… y luego acabas asumiendo sus posiciones. Demasiado contradictorio”, opina Ellakuria.
No fue el único impulso de un rival político recibido esos días por Vox: colocar unas elecciones tras la sentencia del Supremo contra el procés, ayudó a Vox a comer la tostada a Ciudadanos, en una curiosa paradoja: Ciudadanos, el partido que había crecido desde la denuncia al independentismo catalán,desbordado por una versión más macarra, sin obligaciones institucionales e imbatible cuando todo se reduce al bocachanclismo. ¿Quién necesita el 155 cuando puede recurrir a los tanques aunque sea de boquilla?
Las elecciones del 10-N le han dado ahora la puntilla. Rivera anunció que él no hará lo que otros líderes políticos. Aunque primero convocó un congreso extraordinario, el lunes al final dimitió.
Voto inútil
Los bandazos de Ciudadanos, en definitiva, desconcertaron tanto al partido como al votante, que lo acabó percibiendo como una marca blanca del PP o, para los más duros, de Vox. Bethencourt opina que buena parte de su electorado lo vio como un voto inútil: “El primer error de Ciudadanos es que perdieron la utilidad de su voto. La gente vota porque el voto sirve para algo. Hay gente que sabe que no vota a un presidente del Gobierno y sin embargo le vota. Ciudadanos prometía regeneración, desbloqueo, lucha contra la corrupción, no depender de los nacionalistas… Con sus actuaciones perdieron la utilidad de ese voto. Ya no servían para no depender de los nacionalistas ni para regenerar. ¿Por qué voy a votarlo? El voto no se diferencia tanto de otros productos y este perdió su valor añadido”.
No obstante, no todo fueron errores propios: los rivales y el contexto también juegan. “Hay otros factores y no todos son achacables a Rivera. Ante la polarización, el centro se deprime. El votante de Ciudadanos siempre ha sido el menos fiel, el que se animaba al final y durante la campaña. Había un componente de ilusión y en esta campaña ha desaparecido y eso no es culpa de Ciudadanos, sino del hartazgo general. Su fidelidad siempre era baja y en la última semana movilizaban a la gente”, señala Bethencourt.
“Ha habido una cuña política y mediática del bipartidismo para desgastar a Ciudadanos. Al margen de sus errores, lo que antes era aplaudido, empezó a ser ridiculizado. El reparto de culpas por el bloqueo político, por ejemplo, afectó más a Ciudadanos que a Podemos. Muchos de los que les apoyaron -como los sectores económicos y empresariales- empezaron a verles como un partido que ya no era útil: ni se había convertido en el Partido Alfa regenerador del centro/derecha, ni había traído la estabilidad al país. Cuando en política no te ven como un agente útil, es difícil que te apoyen”, zanja Ellakuría.
Como ocurre en todo hundimiento, los últimos días de Ciudadanos han tenido algo de tragicomedia: el vídeo de Albert Rivera con el perro Lucas fue solo una de las ocurrencias de campaña de un partido que ya no sabía cómo captar la atención del votante. Decía Albert Rivera que Lucas olía a leche. Pues bien: Ciudadanos ha empezado a oler a fiambre.